Como digo, algunos de nosotros lo comprendimos. Otros prefirieron –y prefieren– negar la realidad. Lo mismo pasa con los líderes políticos europeos. Entre quienes han comprendido qué es lo que está en juego se cuenta el primer ministro de Dinamarca, Anders Fogh Rasmussen.
El Gobierno de AFR tomó posesión en noviembre de 2001 (por cierto: hacía décadas que Dinamarca no se dotaba de un Ejecutivo no socialista). AFR había prometido hacer algo respecto del enorme y creciente número de inmigrantes musulmanes no integrados, remisos a incorporarse a una sociedad libre, democrática y pluralista. Estos recién llegados suelen ser campesinos incultos, incluso analfabetos, que obtienen el permiso de residencia luego de desposar –mediante compromisos de conveniencia, incluso forzados– a alguna prima residente en Dinamarca y terminan dependiendo de los servicios sociales, circunstancia ésta que no hace sino reforzar su aislamiento cultural.
Rasmussen cumplió su palabra. Sus reformas han reducido el número de inmigrantes musulmanes e incrementado la llegada de trabajadores educados y asimilables procedentes de otras partes del mundo, un modelo que toda Europa debería adoptar. Además, gracias a él Dinamarca se ha convertido en el aliado más fiel de los EEUU y el Reino Unido: Copenhague ha enviado tropas tanto a Irak como a Afganistán.
Esto último no representa necesariamente una prueba de fuego de nada. De hecho, hay razones legítimas para cuestionar la lógica de la invasión o la forma en que se llevó a cabo la ocupación, incluso la importantísima presunción de que la democracia y el islam son compatibles. Ahora bien, no hubiera debido haber desacuerdos entre la gente decente y amante de la libertad acerca de la monstruosa catadura de Sadam, o sobre el derecho, incluso la obligación, que tienen las democracias de liberar a los oprimidos por un psicópata genocida. Por desgracia, a ambos lados del Atlántico muchos izquierdistas contrarios a la guerra no pensaban así. La retórica que equiparaba a Bush con Sadam era repulsiva, y la clase opinadora danesa echó su cuarto a espadas vilipendiando a AFR por su cercanía a los EEUU. Sin embargo, AFR no se achantó. Y es que el primer ministro de Dinamarca conoce tanto la diferencia entre tiranía y democracia como cuál es su deber.
Esto quedó definitivamente demostrado a finales de 2005 y principios de 2006, durante la polémica sobre las caricaturas publicadas por el diario Jyllands Posten. Dinamarca, un minúsculo país, se encontró de pronto bajo la presión del todo el mundo árabe y musulmán. Sus embajadas fueron saqueadas y sus banderas quemadas, y los turistas daneses que se encontraban por aquel entonces en aquellos países fueron amenazados de muerte. Además, las empresas danesas vieron cómo caían sus beneficios como consecuencia de un boicot comercial liderado por Arabia Saudí.
Pero AFR se mantuvo firme en la defensa de la libertad. Cuando once embajadores musulmanes solicitaron reunirse con él, AFR se negó. "Los principios sobre los que se funda la sociedad danesa están tan claros, que no hay razón alguna para tal reunión", declaró. Aunque llegó a decir que lamentaba que los musulmanes hubieran sido ofendidos por las viñetas de marras, no pidió disculpas: ningún jefe de Gobierno democrático debe hacerlo en nombre de un medio de comunicación independiente.
AFR mantuvo sus posiciones incluso cuando las instituciones que deberían haber proporcionado apoyo a su país se dedicaron a criticarlo despiadadamente: el Consejo de Ministros de la UE condenó la "intolerancia" de los medios daneses; la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Louise Arbour, llegó incluso a prometer que emprendería "acciones"; Bill Clinton tachó los dibujos de "horribles" y de "auténtico ultraje"; el Departamento de Estado de los EEUU afirmó que las caricaturas "incitaban al odio étnico y religioso de forma inaceptable", y George Bush declaró que los periodistas tenían "la responsabilidad de ser considerados para con los demás". Las declaraciones de Bush, Clinton y el Departamento de Estado representaban una miserable traición no sólo a un aliado, también a los principios por los que los soldados daneses y americanos estaban y están arriesgando sus vidas en Irak y Afganistán.
Con todo, AFR no se amilanó. Mientras otros perdían la cabeza, él mantenía la suya en su sitio; y consiguió demostrar a los líderes musulmanes que Dinamarca, al menos mientras él sea primer ministro, no se deja intimidar.
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Si Rasmussen es la encarnación del campo de la libertad, José Luis Rodríguez Zapatero es quien mejor simboliza el otro campo, el de los que no se enteran o no quieren enterarse de lo que pasa.
España necesita un líder presto a defender la libertad tanto como Dinamarca. Esto es así porque España, en su mayor parte, estuvo una vez bajo dominio islámico, y los yihadistas se muestran especialmente interesados en que esas tierras vuelvan a manos musulmanas. O Zapatero no entiende esto, o no quiere entenderlo. Así se desprende de su reacción ante los ataques del 11 de Marzo: a su juicio, simplemente se trataba de una respuesta a la intervención española en Irak, como si no hubieran tenido lugar el 11-S y los demás actos precedentes del terrorismo islámico. Mientras que Fogh Rasmussen asumió grandes riesgos con tal de defender a su país, a Zapatero no se le ocurrió otra cosa tras el 11 de Marzo que utilizar políticamente ese ataque tan brutal contra el suyo. Rasmussen es un defensor de la libertad; Zapatero, un apaciguador de talla mundial.
Mientras el danés reconoce la importancia del vínculo con los EEUU, Zapatero pone el énfasis en alejarse del dirigente más importante del mundo libre. La mayoría de los americanos sabe poco sobre Zapatero, pero los que conocen su nombre recuerdan que en 2003 permaneció sentado al paso de la bandera de las barras y las estrellas el Día de la Hispanidad. También saben de su apoyo a Kerry en las presidenciales de 2004 (aunque seguramente ignoren que hizo lo mismo con Schroeder en 2006), y son conscientes de que, mientras la relación entre Madrid y Washington se ha debilitado, la política exterior de Zapatero no sólo busca la cercanía con Francia y Alemania (al menos con Schroeder), también con la Cuba castrista y la Venezuela de Hugo Chávez.
Cuba es una de las grandes causas de Zapatero. A petición suya, el comisario europeo Louis Michel amonestó a los disidentes cubanos por provocar a Castro y prometió al dictador que las embajadas de la UE en La Habana redactarían sus listas de invitados a los actos oficiales de acuerdo con los "deseos" de aquél –es decir, que se excluiría a los demócratas–. El ex presidente checo Václav Havel mostró su disgusto con esta política, y con razón acusó a la UE de "bailar al son de Fidel Castro". Havel, que conoció las cárceles comunistas por defender sus principios políticos democráticos y fue testigo de la represión soviética de la Primavera de Praga (1968), no es ningún romántico delirante en lo que hace al totalitarismo.
Cuando España legalizó el matrimonio gay, Zapatero dijo que se trataba de un avance "liberal y tolerante". Nadie le preguntó cómo podía combinar su entusiasmo por los derechos homosexuales con su actitud de fan fatal de Fidel Castro, que mete a los gays en la cárcel. Zapatero ha "normalizado" las relaciones con Cuba, y el papel de España fue fundamental en la "normalización" acometida en 2005 por la UE. Siempre puede haber motivos para mantener canales abiertos con la peor de las dictaduras, pero Zapatero ha ido mucho más lejos: trata a Castro y a Chávez como a amigos y los saluda como a héroes. Que un presidente del Gobierno de España, donde tanta gente ha sufrido los embates del fascismo y el comunismo, se dedique al buen rollito con los dictadores no es sino pura vileza.
Nadie está seguro con la postura adoptada por Zapatero ante el terrorismo. En una entrevista concedida a Le Monde con motivo de sus primeros cien días en el poder, el presidente del Gobierno español declaraba: "Yo nunca hablo de terrorismo islámico, sino de terrorismo internacional". Como escribió John Vinocur en el International Herald Tribune, lo de Zapatero es como lo de los periódicos que evitan la palabra "cáncer" en los obituarios para no herir la sensibilidad de los lectores. Las diferencias entre Zapatero y Fogh Rasmussen no pueden ser más profundas.
A Zapatero también le cabe ser el principal promotor de la llamada Alianza de Cilivilizaciones, presentada en la reunión que celebró la ONU en Palma de Mallorca en noviembre de 2005. Su propósito declarado es promover la paz, el diálogo y el entendimiento entre Occidente y el mundo islámico, pero lo que verdaderamente pretende quedó de manifiesto cuando Kofi Annan se dedicó a arremeter contra las caricaturas del Jyllands Posten.
En vez de condenar la reacción desproporcionada y violenta de los musulmanes, Annan acusó a los autores de los dibujos y a los editores del periódico de herir a los musulmanes y fomentar el extremismo. Hizo alusión a un "círculo vicioso" (como si el asesinato y el vandalismo fueran equiparables al ejercicio pacífico de la libertad de expresión de los dibujantes) y afirmó que lo que pretendía la Alianza era, precisamente, romper el dichoso "círculo". La suya fue, ciertamente, una declaración preocupante, pero Zapatero no mostró el más mínimo desacuerdo.
Zapatero no sólo ha apartado a España de los EEUU para acercarla a Castro, Chávez y el mundo islámico, también se ha propuesto acabar con las relaciones financieras y de otro tipo del Estado con la Iglesia, a fin de promover el apoyo del propio Estado a las mezquitas. Como americano, soy un firme defensor de la separación entre la Iglesia y el Estado, pero lo que busca Zapatero no es la laicidad, sino la islamización.
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Su defensa inquebrantable de la democracia y la libertad de expresión han convertido a Anders Fogh Rasmussen en el europeo de estos días más próximo a Winston Churchill. Zapatero, en cambio, nos recuerda a Neville Chamberlain. Éste, tras reunirse con "Herr Hitler" en Munich, declaró, una vez de nuevo en Inglaterra, que había asegurado la paz en aquella hora convulsa de Europa.
Ese día, casi todo el Reino Unido saludó a Chamberlain como a un héroe de la paz, el diálogo y el entendimiento; por el contrario, a Churchill se le consideraba un cascarrabias. Corría el año 1938. Al poco, todo cambió. Entonces como ahora, algunas cosas pueden cambiar rápidamente. Muy rápidamente.
BRUCE BAWER, escritor norteamericano afincado en Noruega. La editorial Gota a Gota acaba de publicar su más reciente obra: MIENTRAS EUROPA DUERME.
La traducción de este texto ha corrido a cargo de ANTONIO GOLMAR.