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ASUNTOS EXTERIORES

¿Dónde están las armas?

En estos últimos días ha aumentado considerablemente la polémica sobre las armas de destrucción masiva de Sadam Husein. A pesar de su intensidad, a veces incendiaria, con manipulaciones incluidas (véase la de la entrevista a Paul Wolfowitz en Vanity Fair, de la que Libertad Digital se ha hecho amplio eco), es una discusión un poco fútil.

La guerra se terminó, y gracias a ella el régimen de Sadam Husein. El principal motivo es ideológico. Como recuerda un editorial de The Wall Street Journal Europe (03.06.03), que se refiere en este caso a Blair y a sus críticos dentro del laborismo, “la izquierda no le va a perdonar su victoria, ni haber demostrado que [esta misma izquierda] estaba espectacularmente equivocada. La intervención aliada no asesinó a millones de iraquíes y todos los días comprobamos la auténtica naturaleza del régimen de Sadam. Para rescatar un resto de credibilidad, la izquierda argumenta que la guerra estaba basada en una mentira ya que las armas de destrucción masiva todavía no se han descubierto”.

Es cierto, pero sigue siendo interesante recoger algunos de los argumentos a que esta polémica está dando lugar. Chris Winkopf, en FrontPage Magazine (04.06.03), recuerda a quienes ya empiezan a sentir nostalgia de las “gloriosas jornadas” de manifestaciones y protestas, que la ONU, al levantar las sanciones, ha dado su visto bueno a la intervención en Irak. También apunta que no deja de ser irónico que quienes pedían más tiempo para que Blix y sus inspectores encontraran las famosas armas, ahora no le concedan el mismo plazo al Ejército norteamericano. En el mismo sentido, se ha recordado que el Ejército británico no ha sido capaz de encontrar las armas del IRA en Irlanda del Norte.

El mismo Chris Winkopf retoma el argumento de la brutalidad demostrada del régimen de Sadam Husein para preguntarse por qué la administración Bush, teniendo suficientes pruebas de esos hechos, y después del 11 de septiembre, tenía que otorgarle el beneficio de la duda. Me permito comentar, como nota a la observación de Winkopf, que para una parte considerable de la izquierda, incluso la izquierda más aparentemente moderada, el 11 de septiembre nunca existió.

William Shawcross, autor de un libro sobre la Guerra de Irak de próxima aparición, compara la situación de la zona antes y después de la guerra y vuelve a recordar el carácter neonazi y terrorista del régimen de Sadam: también esos fueron motivos para la guerra, y no sólo las armas de destrucción masiva (The Wall Street Journal Europe, 05.06.03). Lo mismo argumenta Thomas L. Friedman, columnista de The New York Times (The International Herald Tribune, 05.06.03). Friedman es un periodista brillante, a veces un poco demasiado. Este es uno de esos casos, porque distingue entre “los motivos reales” de la guerra (el 11 de septiembre y la necesidad de reventar lo que lama la “burbuja terrorista”) y “el motivo legal”, que fue la existencia de las armas de destrucción masiva. Si Estados Unidos y sus aliados hubieran hablado con más claridad y no se hubieran obcecado en este último argumento, ahora no tendrían que enfrentarse a esta polémica que está amenazando su credibilidad.

Lo que dice Friedman es cierto, pero sólo en parte. Como demuestra la resolución 1443 del Consejo de Seguridad, todos los países, incluidos quienes quisieron diferir la intervención en Irak, estaban convencidos de que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva. La diferencia de criterio no era esa, sino los plazos que había que conceder para que fueran descubiertas. De ahí que el argumento de Friedman plantee otra pregunta, que Friedman no se hace. Si de verdad Sadam Husein no tenía armas de destrucción masiva, ¿por qué se negó con tanta tenacidad a las inspecciones, sabiendo, como tenía que saber, el coste de esa negativa? ¿O es que pensaba que los Estados Unidos no iban a atacarle? Y en ese caso, ¿cómo había llegado a ese convencimiento? Es esta una de las ramificaciones más interesantes de esta polémica, que atañe a la posición por ahora inexplicada de Sadam Husein, a la naturaleza misma, también sin dilucidar, de la guerra que planteó, y, subsidiariamente, a la responsabilidad de la izquierda en la tragedia. Quienes hablan de estafa harían bien en plantearse algunas de estas preguntas.

También están resultando interesantes las reflexiones acerca de la relación entre políticos y servicios de inteligencia. Como en el caso de la polémica sobre las armas de destrucción masiva, de la que deriva, la acusación de que los políticos manipularon los informes de los técnicos mediante presiones o mentiras es, de por sí, demasiado burda. La verdad se irá sabiendo poco a poco, y saldrán más zonas grises y más ambigüedades de las que ahora nos quieren convencer unos y otros. Ahora bien, sí que resulta interesante la reflexión acerca de la importancia que están cobrando los servicios de inteligencia en la nueva política internacional, en la que la amenaza terrorista juega un papel primordial, pero también la tienen la transparencia y la apelación a la opinión pública. Aquí se abre un campo inédito, al que aluden Mark Hubland y Stephen Fidler en un reportaje de The Financial Times (04.06.03).

Finalmente, la polémica cobra un aspecto más directamente político, y más virulento, en Gran Bretaña, donde está sirviendo de ariete para golpear a un Blair debilitado por los resultados de las recientes elecciones, por la discusión sobre el euro y por la decisión, muy impopular, de subir las tasas universitarias. De ahí el eco de las declaraciones de Robin Cook y Clare Short, los dos ex ministros renegados de Blair. Aun así, como recuerda un editorial de The Wall Street Journal Europe (03.06.03), la prudencia se impone. Los conservadores han olido sangre, efectivamente, pero el asunto tiene un alcance nacional. Y en cuanto a los laboristas, ¿adónde van a ir sin Blair? ¿Arriesgarán Robin Cook, Clare Short y su puñado de amigos sus escaños en la Cámara de los Comunes con tal de tumbar a Blair? A lo mejor resulta que Sadam Husein no ha sido sólo uno de los últimos bastiones de la izquierda, sino un ejemplo a seguir.

Para terminar, me permito traer a colación una excelente columna de Jim Hoagland (The Washington Post, 04.06.03) en la que recomienda, para guiarse en toda esta polémica sobre las armas de destrucción masiva, un poco de sentido común. Es eso, el sentido común, lo que —dice Hoagland— explica la posición mayoritaria de los norteamericanos acerca de Bush y la Guerra de Irak.


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