Es creencia generalizada que la globalización se trata de algo nuevo, característico de nuestros tiempos. Craso error. La Humanidad ha conocido varios periodos de mundialización, y cada uno de ellos dejó algo valioso para las generaciones venideras.
En el mundo antiguo encontramos el ejemplo de Grecia. Alrededor del siglo VII a. C., los griegos comenzaron a desarrollar su comercio marítimo y a fundar colonias por todo el mundo conocido. A raíz de ese vertiginoso desarrollo económico surgió una nueva clase social, la de los mercaderes y navegantes, que entró en conflicto con la antigua aristocracia guerrera. Ése fue el origen de la democracia griega. También por aquellas fechas salieron a la luz las ideas relacionadas con los derechos naturales, desarrolladas por los estoicos.
Una nueva oleada de globalización tuvo lugar en la Edad Media, con las Cruzadas europeas. Ellas hicieron posible el nacimiento de la burguesía en Flandes y las ciudades comerciales de la Italia septentrional. Sus clases mercantiles e industriales fueron las que iniciaron las luchas por la libertad. Se aliaron con los reyes, que en ese momento eran débiles políticamente, para obtener la prerrogativa de autogobernarse dentro de sus urbes, o sea, el derecho a no ser sometidos a leyes e impuestos desmesurados por parte de los señores feudales.
Esos ciudadanos pagaron a los monarcas para que sus ciudades fueran libres. En un principio los suyos fueron privilegios comprados, pero con el correr del tiempo las ideas relacionadas con la libertad y el Estado de Derecho se fueron popularizando.
También hubo una globalización durante el siglo XIX, y hasta la Primera Guerra Mundial. La consecuencia fue una época de gran prosperidad global que se tradujo en menos guerras y en la instauración de democracias liberales en gran parte del mundo occidental. Para América Latina significó romper con los lazos que la amarraban al imperio español.
Para desgracia de los latinoamericanos, sus élites políticas nunca llegaron a comprender cabalmente el origen de los males y la causa de tanta injusticia. No lo percibieron o no lo quisieron entender, para sacar tajada de la situación. Lo cierto es que, luego de los procesos de independencia, los habitantes de estas tierras pasaron a disfrutar de lo que Juan Bautista Alberdi (1810-84) llamó "la libertad florida"; es decir, de la poesía que emanaba de los discursos políticos. Pero en la práctica seguimos sufriendo restricciones a nuestra libertad. Lo que cambió fue el responsable de tales restricciones.
Los monarcas españoles consideraban que el Estado era un medio de enriquecimiento. Los derechos, especialmente los económicos, eran otorgados como privilegios a ciertos sectores. El fundamento del sistema era un intercambio: prerrogativas económicas y regalías a cambio de apoyo político.
Se trataba, en definitiva, de un sistema autoritario y personalizado, que no estaba basado en el reconocimiento de unos derechos inalienables garantizados por jueces independientes. Un sistema que sigue siendo característico en América Latina.
El escritor Fareed Zakaria observa que las democracias pobres del mundo son "no liberales", es decir, regímenes políticos en los cuales no están claramente establecidas las libertades individuales, salvo la de elegir a los gobernantes.
La libertad económica fortalece a la sociedad civil porque crea un contexto en el que pueden existir organizaciones de todo tipo sin que tengan que depender del Estado. Pero en Latinoamérica la democracia está tan degradada que el voto sirve generalmente para elegir al déspota de turno y, últimamente, para "legitimar" dictaduras vitalicias.
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