¿Qué ha quedado de la izquierda? Como el Ser de Aristóteles, el ser de izquierdas se dice de muchas maneras, y una plétora de versiones reclama para sí la paternidad espiritual y la maternidad nutricia de la criatura. El sujeto en cuestión no acaba de crecer del todo, y en permanente crisis de identidad, hace gala de una personalidad típica de adolescente: inestable y vacilante, y a la vez arrogante y agresiva, petulante y rebelde. Más que modernizarse y madurar, desea progresar por encima de todo; marchando con un pie en el aire –un paso adelante, dos atrás– pretende nada menos que cambiar el mundo, porque, quién lo duda, otro mundo es posible...
Las variaciones sobre un mismo tema, como en este caso, suelen adoptar nombres distintos para designar la misma cantinela. Hoy para recalificar los restos de la izquierda se convocan conceptos reparadores: “tercer vía”, “izquierda plural”, “republicanismo”; mientras que los más clásicos –“socialdemocracia”, “centro-izquierda”– retroceden por caducos o desfasados. Pero el que ha triunfado como un prêt-à-porter es el término “progresismo”. Muchas diferencias que enfrentan en la actualidad a las tribus o familias agrupadas tras aquellos rótulos se deben menos a motivos estrictamente ideológicos y políticos que a causas funcionales, de sensibilidad y aun geográficas; mas todas se definen progresistas, sin importarles demasiado determinar antes el significado de progreso.
Su corazón, dicen, late a la izquierda, y con ello, probablemente sin pretenderlo, establecen su fundamento en el sentimiento, la pasión o el sueño (Lula da Silva), la voluntad y la “ética pública”, reliquias de un naufragio histórico por encima de cualquier otra categoría racional, sea política o económica. Las viejas utopías y las rancias ortodoxias (sociedad sin clases, anticapitalismo), mezcladas con nuevos apéndices de última generación (ecologismo, antiglobalización), están dando como resultado un producto paradójico, heterogéneo y muy posmoderno, a veces timbrado con acuñaciones a lo new age con el fin de patrocinar y reactivar la nueva/vieja izquierda: red progresista, por ejemplo.
A pesar de esta incierta diversidad y tomando como base los últimos acontecimientos y estilos exhibidos, los objetivos invocados y las conductas observadas, enunciaré a continuación, en un esfuerzo de síntesis, aquellas señales distintivas que expresan, a mi juicio, lo que queda hoy de la izquierda (lo que nos espera...), junto a una breve puntualización acerca de sus riesgos o efectos perversos –fundados unos, sospechados otros– que les vendrían dados:
1. Primacía de lo público y la publicidad, que ensalza el estar con la gente y en permanente exposición, como ejercicios de virtud política, junto a la proclamación de “más Estado”; convocando con ello el riesgo de la intromisión a la intimidad, la devaluación del derecho a la privacidad y el asalto a la propiedad privada.
2. Fe ciega en las posibilidades reformadoras y adoctrinadoras de la educación y la escuela, entendidas como instrucción pública y cemento de (determinados) valores; instituyendo así políticas culturales y educativas que desembocan en dirigismo y politización del medio, burocracia e instrumentalización cultural.
3. Apoteosis de la ética “pública” como refugio justificador y reparador de la política, centrada en los deberes –y en la cantidad de derechos, más que en su calidad– y en la pujanza de la solidaridad y el servicio público; desenfundando un hostil resentimiento contra el individualismo, el bienestar personal y la ética privada.
4. Vindicación de la comunidad, entendida como mutualidad institucional cerrada y no como sociedad civil abierta, animada por principios sindicados y corporativistas; promulgando una voluntad o interés general no siempre conforme a las voluntades particulares.
5. Exaltación de la asamblea y la cofradía como espacios de deliberación y decisión, concebidas como expresión democrática directa de una “responsabilidad compartida”; pervirtiendo a través de la coacción el significado de la democracia representativa.
6. Estímulo del espíritu patriótico y erección del civismo como impuesto revolucionario, los cuales aunque niegan la guerra sin más, ensalzan valores jacobinos y republicanos que animan a la agitación y la sublevación popular; desconfiando de los ejércitos profesionales (“mercenarios”) y añorando la milicia, la guerrilla, el reclutamiento forzoso y el ejército de reemplazo (“el pueblo en armas”).
7. Defensa de la austeridad económica, la rigidez de los mercados y el desaliento de la iniciativa privada, respaldada por la intervención del Estado, el proteccionismo, el gasto público y las políticas redistributivas; induciendo con ello la exaltación de la democratización de lo primario, el racionamiento y la escasez.
8. Loa del “justicialismo” e igualitarismo, que realza el valor de lo jurídico (justicia) y político (igualdad); al tiempo que devalúa lo genuinamente moral (libertad) y económico (creación de riqueza).
9. Propensión al localismo, al particularismo y al multiculturalismo, charolados de cosmopolitismo y universalismo; condenando, en consecuencia, el fenómeno de la globalización.
10. Abominación del liberalismo mundial y delirio antiamericano como expresiones de rencor y orfandad ideológica tras la caída del Muro de Berlín y el “fin de la historia”; ofertando un sospechoso multilateralismo que delata tanta ingratitud e inquina como rivalidad y competencia desleal oculta en la gobernanza del planeta.
¿Balance consolador? Error recurrente de la izquierda es el no aprender las lecciones de la historia. Y no se corrige. Hoy como ayer, sus desventuras provienen de sus impulsos y contumacias: utopía, totalitarismo, colectivismo, resentimiento y miedo a la libertad.