A la luz de lo que promete dar de sí el nuevo Gobierno de ZP, con el recién creado Ministerio de Igualdad (primer departamento de la historia que no lleva aneja acción administrativa alguna), yo le recomendaría que empezara por La democracia en América, de Alexis de Tocqueville. Puede extraer muchas ideas de esta obra, pero por razones de espacio me limitaré a dos.
Leyendo a Tocqueville, Rajoy podrá saber que la exacerbación de la igualdad es el camino al despotismo democrático. Dado que lo natural es la desigualdad humana, el establecimiento de una igualdad que exceda a la igualdad ante la ley sólo es posible si el poder público crece lo suficiente como para reglamentar toda la vida social, sin distinción entre lo público y lo privado. Eso sí, con muy buenas intenciones: como señala Tocqueville, la igualdad sirve para crear un "poder inmenso y tutelar que se encarga exclusivamente de que [todos] sean felices y de velar por su suerte"; un poder "absoluto, minucioso, regular, previsor y benigno" que "se asemejaría a la autoridad paterna si, como ella, tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad viril, pero, por el contrario, no persigue más objeto que fijarlos irrevocablemente en la infancia".
El presidente del Gobierno ha dicho que entre sus funciones se encuentra la de hacer pedagogía social. Y, aunque esta pedagogía para el proyecto de ingeniería social de cambiar España tenga su punta de lanza en la Educación para la Ciudadanía, no debe olvidarse de que el Estado moderno es un pedagogo que jamás licencia a sus alumnos.
Tocqueville da pistas también sobre cómo hacer frente al despotismo democrático que nos acecha bajo el manto de la igualdad. Para empezar, hay que hacer posible la libertad civil. Y para ello lo mejor es contar con un poder judicial independiente, un asociacionismo vigoroso y tener sentido moral y religioso.
La importancia del poder judicial no precisa muchos comentarios: considerarse respaldado por once millones de españoles embriaga a cualquiera, y cuando quien tiene ese apoyo electoral no ha hecho vida social fuera de las estructuras de partido es fácil que se crea omnipotente. No es casual que la campaña electoral socialista se redujera a Zapatero, como si el PSOE no existiera. Por eso conviene recordar, con el maestro francés, que "un poder electivo que no esté sometido a un poder judicial escapa tarde o temprano a todo control".
El asociacionismo vigoroso es necesario para evitar que el poder público monopolice la gestión del bien común e imponga la igualdad a costa de la libertad. El bien de todos corresponde a todos, y por eso son los grupos sociales intermedios los que mejor pueden hacer frente a los problemas y necesidades de la sociedad. De lo contrario, el poder crece y los individuos se tornan cada vez más débiles, y por consiguiente "incapaces de preservar por sí solos su libertad". Si cada ciudadano "no aprende el arte de unirse a sus semejantes para defenderla, la tiranía crecerá necesariamente con la igualdad", advierte Tocqueville.
En última instancia, sólo el sentido moral y religioso puede frenar al despotismo democrático. Para imponerse, éste necesita masificar a la ciudadanía mediante la dictadura del relativismo y de lo políticamente correcto. "Cuando se hunde la religión de un pueblo, la duda se apodera de las facultades más elevadas de la inteligencia y paraliza a las otras casi enteramente", escribe Tocqueville; y añade: "Un estado semejante siempre enervará las almas, aflojará los resortes de la voluntad y preparará a los ciudadanos para la servidumbre". Por el contrario, la regeneración moral (que pasa, entre otras cosas, por la defensa de la familia y por no avergonzarse de la propia tradición religiosa) es necesaria para preservar la libertad civil y política.
Curiosamente, esto que puede enseñar Tocqueville a Mariano Rajoy es lo que le ha estado diciendo la derecha social en los últimos cuatro años, en que, saliendo a la calle, ha sostenido a un partido noqueado por la pérdida del poder. Pareciera que el PP desprecia a sus votantes y simpatizantes y, con el objeto de evitar la crispación, quisiera apuntarse al buenismo centrista. Visto el currículum flamencólogo de la Ministra de Igualdad, seguro que una cosa enseñará Bibiana Aído a Rajoy en su nuevo viaje al centro de la nada: a jalear con las palmas a ZP.