Esto significa sencillamente que todas especies proceden de otras especies, que todas las especies tienen antecesores comunes en un pasado lejano y que el ser humano proviene de formas más primitivas y simiescas que, según la evidencia fósil y genética, surgieron hace entre 5 y 6 millones de años. El hilo conductor que une todas las formas vivas de nuestro planeta, actuales o fósiles, no puede ser otra cosa que la evolución.
Los creacionistas, por el contrario, sostienen que Dios creó el Universo, la Tierra y los seres que la habitan en un acto milagroso sucedido hace no más de 6.000 años, según la interpretación literal del Génesis, primer libro de la Biblia. El creacionismo también asevera que unos 2.000 años después del nacimiento de la vida ocurrió un diluvio universal del que sólo se salvaron Noé, su familia y las parejas de animales que consiguió meter en las bodegas de su arca. Quienes así piensan desprecian incluso los acontecimientos geológicos que demuestran sin duda alguna la vejez de nuestro planeta. Los creacionistas más moderados, que enarbolan la llamada teoría del creacionismo de Tierra reciente, “Young-Earth Creationism”, aceptan que el planeta azul se formó hace 4.600 millones de años, pero desprecian la teoría de la evolución que Charles Darwin planteó en su magnífica e imprescindible obra El Origen de las Especies.
Pero mientras el creacionismo intenta imponer sus postulados religiosos sobre el génesis de la vida y del hombre, cosa que en Estados Unidos está sucediendo hasta el extremo de que han empezado a sonar las alarmas, la ciencia profundiza en cómo la selección natural y su efecto inmediato, la adaptación, han creado la maravillosa diversidad biológica que puebla nuestro planeta.
Recientemente, biólogos de Canadá, Estados Unidos y Europa se citaron en la State University of New York, en EE UU, para discutir y contrastar sus hallazgos en el campo de la evolución biológica. Allí se debatió sobre muchas cosas, pero el punto caliente de la reunión se alcanzó con la intervención de George C. Williams, profesor emérito en la Suny Stony Brook y una autoridad mundial en el estudio de la evolución biológica de la talla de Richard Dawkins y el fallecido Stephen Jay Gould. Desde que se graduó en los años cincuenta en la Universidad de California en Los Ángeles, Williams nos ha invitado a reflexionar, tanto a científicos como a legos en la materia, sobre cómo actúa en la actualidad la selección natural y cómo ésta deja sus huellas en el mundo natural.
¿Pero qué es el selección natural? Darwin creó este concepto en 1838, tras leer el ensayo del reverendo Thomas Malthus sobre la superpoblación humana del planeta y percatarse de que todas las poblaciones (y no solo la nuestra) podían sobrepasar en potencia las posibilidades de sus recursos alimenticios. Únicamente una minúscula parte de los individuos que podían existir, venían al mundo y sobrevivían hasta la edad adulta. Para Darwin, los supervivientes son los que salen "beneficiados" de alguna variación sutil pero ventajosa que les permite desenvolverse con mayor eficacia en el cruel e implacable medio natural. Este proceso de supervivencia de los más favorecidos lo denominó selección natural, para diferenciarlo de la selección artificial que hacen los ganaderos.
En la actualidad, gracias a los avances en genética, la selección natural se define como un cambio en la frecuencia de los genes dentro de una población. Ahora bien, los expertos no se ponen de acuerdo en las consecuencias de este proceso selectivo, esto es, la naturaleza de las adaptaciones. Está claro que éstas evolucionan, pero pocos científicos han aportado pruebas de las leyes que gobiernan este fabuloso proceso. La mayoría de los biólogos sostiene que las adaptaciones han evolucionado porque proporcionan ciertos beneficios que revierten en una población entera o en las especies supuestamente beneficiadas.
Williams no está del todo de acuerdo con este modelo adaptativo y pone como ejemplo los planteamientos, para él erróneos, de su colega Alfred Emerson, zoólogo de la Universidad de Chicago. Éste asegura que incluso procesos tan indeseables para nosotros como el envejecimiento y la muerte constituyen una ventaja para el mantenimiento y la evolución de la especie humana. William asegura que, aun siendo así, que para él no lo es, ya que lo considera un contrasentido, casi todos los investigadores que han proclamado que una determinada adaptación fue beneficiosa para una especie en concreto, ninguno ha ofrecido una explicación de cómo el potencial efecto positivo produjo cambios realmente evolutivos de una generación a otra.
Siguiendo los planteamientos de Darwin, el polémico evolucionista asevera que el motor de los cambios evolutivos no es otro que la competencia entre los individuos de una misma especie. Y está convencido de que las adaptaciones no son necesariamente beneficiosas para el grupo, como cree la mayoría de los biólogos, sino que pueden ser positivas a nivel individual, como ya aseguró en 1966 en su obra Adaptación y Selección Natural. Por ejemplo, en un banco de peces parece que cada individuo coopera para mantener unido el grupo y disuadir así a los posibles depredadores, aun cuando su observación parece indicar que cada pez sabe que puede ser devorado. ¿Cooperación, sacrificio? Williams lo ve de otra manera menos romántica: el comportamiento que reúne a cientos y miles de peces en un banco podría ser el producto del intento de cada pez de aumentar sus propias posibilidades de supervivencia escabulléndose en medio de la masa y estando atento de las señales de peligro que puedan emitir su compañeros. Más bien parece un acto de egoísmo.
En este sentido, el investigador no cree que el envejecimiento, por ejemplo, surgiera como algo que beneficiara a las especies y sostiene que la vejez sería una consecuencia de la pleiotropía, término que en líneas generales hace referencia al efecto de un sólo gen en más de una característica o rasgo biológico. La pleiotropía sería la culpable de que ciertos genes beneficiosos en nuestra etapa juvenil se convirtieran en dañinos y peligrosos durante la senectud. Estos genes de doble rasero, cuyos efectos beneficiosos tienen más peso que los deletéreos, podrían haberse extendido fácilmente en las poblaciones humanas. De modo irónico, el cáncer y las enfermedades degenerativas que minan nuestra salud en la vejez podrían ser el resultado de una selección natural.
Williams está convencido de que los seres vivos se enfrentan a esta especie de dilema genético a lo largo de su existencia, pues deben decidir, por ejemplo, cuánta energía van a invertir en su maduración para alcanzar la etapa reproductiva y cuánta van a destinar al cuidado de la prole antes de buscar una nueva pareja. Aquí es donde hace acto de presencia la selección natural, que debe encontrar un equilibrio entre el esfuerzo que un animal invierte en sí mismo y en la prole, y en los posibles beneficios que pueda cosechar en el futuro. Y, según este investigador, los animales serían capaces incluso de advertir cómo cambian estos factores y ajustar en consonancia su comportamiento. No se trata de una idea descabellada, pues los científicos han acumulado numerosas evidencias acerca de cómo los seres vivos alteran sus estrategias vitales para enfrentarse a las variaciones del entorno, invirtiendo más o menos energías en su proceso de crecimiento y maduración. Este planteamiento también se puede aplicar al comportamiento de los seres humanos, dice Williams. ¿Es esto realmente cierto?
En esta dirección apunta un experimento publicado por el psicólogo evolucionista Martin Daly, de la McMaster University, en Ontario, en la revista Biology Letters del pasado mes de mayo, donde demuestra cómo las mujeres atractivas hacen que los hombres sean menos racionales. No es la primera vez que los científicos indagan en un fenómeno económico conocido como descuentos futuros: la gente normalmente elige una pequeña cantidad de dinero que puede obtener inmediatamente frente a grandes sumas que podrán cosechar en un futuro lejano. Los animales también prefieren, por regla general, una recompensa inmediata frente a un posible beneficio futuro. Daly, así como Williams, creen que el valor que la gente otorga a los recursos presentes y futuros está influenciado por la selección natural.
Para comprobar si es posible manipular en la gente los descuentos futuros, Daly y su esposa Margo Wilson seleccionaron 200 estudiantes de psicología, hombres y mujeres, para comprobar el papel que el atractivo físico y sexual juegan en estas decisiones de recompensa. A los voluntarios se les ofreció la oportunidad de decidir entre recibir un cheque de unos 20 ó 30 euros en el momento, o esperar a recibir uno mayor de hasta 50 y 75 euros en las próximas semanas e incluso meses. Como era de esperar, la mayoría tendió a quedarse con la pequeña cantidad de dinero. A continuación, se volvió a repetir el experimento, pero en esta ocasión se enseñó a los participantes fotografías de personas del sexo opuesto (normales y muy atractivas) y de varios modelos de coches de alta gama. El resultado fue esclarecedor: los hombres que habían visto las imágenes de mujeres atractivas optaban sin duda por la recompensa inmediata, desechando la oportunidad de ganar más dinero dentro de algún tiempo.
Una decisión que contrastaba con la racionalidad femenina, inmutable incluso después de haber visto fotografías de hombres guapos. Volviendo a los hombres, cuando las fotos de las chicas no entraban dentro de la categoría de sexualmente cautivadoras, aquellos no modificaban su conducta.
En opinión de los especialistas, la teoría darwiniana explicaría está actuación masculina, que estaría relacionada con las oportunidades sexuales del macho, esto es, si existe la posibilidad de conseguir una pareja atractiva, y por ende sinónimo de saludable, como las que se mostraban en las fotografías del experimento, al hombre le interesa más la recompensa inmediata, de modo que toma más riesgos que si la oportunidad fuese de un rango medio. Por el contrario, con sus cautelas, las mujeres reflejan la gran inversión que para ellas supone la maternidad. En opinión de Wilson y Daly, la visión de una mujer bella activa en el cerebro del hombre las mimas áreas neurológicas que tienen que ver con las oportunidades sexuales y las recompensas.
Hay que decir que no todos los científicos comulgan con estos planteamientos evolutivos, que tachan de controvertidos y reduccionistas, aunque los experimentos de estos psicólogos evolutivos confirman un comportamiento masculino que los publicistas llevan explotando desde hace décadas: el sexo vende.