Molina Foix comienza por decir que Mario Vargas Llosa no tiene derecho a opinar de nada porque se le ha visto con José María Aznar en uno de los seminarios de la FAES, “esa niña bonita del tanque ideológico del PP”, pero si Molina Foix no obedeciera tan tonta y ciegamente a los vientos dominantes del zapaterismo y a su voluntad revanchista de masacrar a Aznar, tendría que reconocer, con sencillamente consultar los archivos de su periódico, que Mario ya “ha salido en la foto” con Aznar , pero también con Felipe González, con Pablo Neruda, Fidel Castro y Alejandro Toledo, y con todos los ejecutivos de PRISA, y no quiero alargar la lista. Eso ocurre con muchos escritores y artistas famosos invitados por políticos, como si estos pensaran demostrar su interés por la cultura cenando con premios Nobel, o al menos Cervantes.
Este mundanal ruido a mí no me interesa en absoluto, pero no voy a presumir por no haber salido en ninguna de esas fotos, sería ridículo, a los Don Nadie, los “grandes” no les invitan, y en mi caso, tant mieux. Resulta que Molina Foix defiende la “excepción cultural francesa”, y le gustaría que se extendiera por toda Europa: “excepción cultural francesa” en España –algo así ya existe-, en Portugal, en Alemania, etc. No precisa si habría que cambiar las etiquetas, poner “excepción cultural francesa en España”, o excepción cultural española, portuguesa, alemana, sueca, etc., y añadir: “la excepción cultural mata”, porque eso es lo que ha hecho en Francia dicha excepción. Molina Foix no está de acuerdo, y basándose en un extraño corporativismo, declara que en Francia todo el mundo está encantado, salvo algunos escritores “disidentes” (hasta el lenguaje se sovietiza), como Alain Finkielkraut o Marc Fumaroli, pero estos son escritores, por lo tanto off, del debate.
Son muchos más, hubiera podido citar a Jean-François Revel, por ejemplo, y a otros. Lo que viene a decirnos es que hay que distinguir entre las artes escritas y las artes representadas, estas costando mucho dinero necesitan la intervención del estado, las escritas , no. Esta diferencia de costos es real, pero disminuye con la concentración editorial en potentes grupos, con potentes gastos, que está suprimiendo poco a poco el carácter artesanal de la edición, cuando cinco o seis amigos, burgueses cultos y adinerados, se reunieron para crear una revista, la NRF, y luego un editorial que aún hoy se llama Gallimard. Es sólo un ejemplo. Pero lo que critican Revel, Fumaroli, Vargas Llosa y demás, no es únicamente un complejo sistema de subvención estatal al cine, al teatro, a la ópera, a las artes representadas, sino sobre todo, una política, una política nacionalista, chovinista, arancelista y, al fin de cuentas, las cosas como son, fanáticamente antiyanqui.
Y eso se expresa también con el apoyo mayoritario a las grotescas ínfulas bonapartistas de Chirac, como con las subvenciones a la agricultura y a todo lo demás. El actual ministro de Agricultura francés declaró hace poco que la agricultura francesa era diferente, porque era una agricultura humanista, no como las otras que sólo producían cereales, hortalizas y patatas, la suya, por lo visto, también es una excepción cultural. Ya que la excepción cultural que tanto entusiasma a Molina Foix, concierne, en primer lugar, al cine, hablemos de cine. Que el cine sea a la vez una industria y un arte, esto lo sabían ya los fundadores de Hollywood, hace casi un siglo. Pues se puede afirmar tranquilamente que si la política francesa ha salvado, -a medias- la industria, ha matado el arte. Desde hace 20 años, el cine francés es pura bazofia. Puede que esta afirmación suene a demasiado personal y elitista, pues no, pese a todas las ayudas estatales, pese a toda la propaganda, a todo el chovinismo, el público sigue prefiriendo con mucho las películas norteamericanas a las francesas. Además, cosa que parece ignorar Molina Foix, las compañías californianas, al constatar que se levantaban barreras, aranceles y demás trabas, a la difusión de sus películas en Europa, han elegido la política del “Caballo de Troya”, se han puesto a producir y, sobre todo, a distribuir por todo el mundo, películas “francesas”. Y una docena de directores de cine galos, y los más famosos, tienen hoy en día contratos exclusivos con la Paramount, y otras compañías. ¿Habrá que fusilarlos, Don Vicente?
Ya que Molina Foix hace alguna referencia histórica en su artículo, quisiera decir que entre el periodo del Renacimiento, bueno, un poco antes, o un poco después, en el que muchos pintores y compositores, escritores también, aunque menos, vivían de los encargos de los Príncipes o de la Iglesia, hasta el “arte estatal”, nazi o soviético, hubo un fantástico periodo de libertad con fantásticos resultados, fue, y aún sigue siéndolo, el periodo del capitalismo y de la libertad de mercado. Y ya que Molina Foix se refiere a Francia y al teatro, temas que conozco mejor que él, le recordaré que uno de los periodos recientes en que el teatro en Francia fue excepcional, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando en un París cosmopolita se estrenaba a Beckett, a Ionesco, a Adamov, luego a Arrabal, etc, también traducidos, A Brecht y a muchos más, fue un periodo en el que el Estado nada tenía que ver con el teatro. A partir de Malraux y, sobre todo, de Jack Lang, todo cambió, hubo, eso si, muchos más teatros subvencionados, pero mucho menos teatro. El Ministerio aconseja cierto tipo de películas, organiza los programas en los teatros subvencionados, decide de todo. Y así van las cosas. Se trata de un sistema soviético, pero light, la censura es evidentemente menos tajante, pero el principio es muy parecido: es el Estado quien debe “orientar” la cultura. Evidentemente, un artista de verdad escribe, pinta o compone, lo que considera para él imprescindible, cualquiera que sea el régimen político que domine en su país, y eso siempre lo hace al margen o contra el poder. ¿Será reaccionario afirmar en 2004 que el arte no tiene fronteras y que el Estado, o más bien sus funcionarios, deberían hacer mutis por el foro de una vez para siempre? Volveré sobre estos temas.