Yo creía que ya no volvería hablar de la novela de Jorge Semprún, Veinte años y un día, sino fuera para recordar, cosa que hago siempre que puedo, el rapapolvos que echó, muy bien echado, el ex ministro a uno de sus presentadores, José María Ridao (cuyo nombre suena, por cierto, en esa inevitables ternas que se lanzan al mundo del rumor cuando hay nuevo gobierno, en este caso para dirigir el Instituto Cervantes, siendo los otros dos supuestos candidatos, Joaquín Leguina y Luis Mateo Díaz), porque dijo (Ridao) que el gobierno de Aznar era un gobierno franquista. Pues ahora, Semprún (don Jorge) y su mentada novela, vuelven a estar en el candelero. Y es que los once editores (Anagrama, Destino, Espasa Calpe, Lengua de Trapo, Mondadori, Planeta, Plaza y Janés, Pre-Textos, Seix Barral, Siruela y Tusquets) que componen el jurado del Premio Fundación José Manuel Lara Hernández (me pregunto por qué falta Alfaguara) le han concedido el de su III edición a esa novela, por considerarla “el mejor libro de ficción publicado en 2003”. Como comprenderán, a pesar de que precisamente en el 2003 no leí más novela española que esa (me refiero a las publicadas durante ese año) yo no me lo creo, por muy mal que esté la cosa. Y es que la novela es un verdadero montaje; tiene todos los ingredientes necesarios para triunfar: arte, música, constantes referencias literarias, filosofía, y —como aconsejaba Robert Graves— crímenes y sexo, pero le falta el principal aderezo: el Talento, esa cosa que, como ocurre con el Tiempo, todo el mundo sabe lo qué es, pero nadie consigue definir cuando se lo preguntan.
A mí me cae muy bien Jorge Semprún, el hombre, y admiré su valentía durante la Primera Guerra socialista de Irak, al sostener sus convicciones con una dureza que más le hubiera valido tener al PP durante la Segunda. El cese de los directores generales firmantes de aquel famoso manifiesto en contra de la guerra, además de fulminante, fue un ejemplo de firmeza y de uso de autoridad que no ha tenido continuidad aunque sí precedentes, y creo que es una pena que a JS le guste tanto el maquillaje y no cuente lo que ocurría de verdad entre esos camaradas tan estupendos que decidían en los campos quien debía morir y quien no (leáse al respecto el libro de Juan Pedro Quiñonero del que les hablaba la semana pasada). Leo en los periódicos, concretamente en El País que es el que, lógicamente, le da más cancha, que esta es su primera novela en español, y me quedo helada. ¡Así que el premio Planeta por lo de Federico Sánchez, a pesar de lo que se pide en las bases, no estaba escrito en español! Para salir al paso de esta nube sobre su integridad lingüística Semprún aclaró: “Ya escribí en español los dos libros que tenían a Federico Sánchez como protagonista, pero en aquellos lo predominante no era lo literario, sino la memoria política, la práctica de una experiencia, la polémica”. Claro, justo lo que premia el Planeta. No es esto lo único que me llamó la atención. Hay otra cosa que, creo, requiere algún comentario. Al parecer (cito siempre al mismo periódico), a Semprún le pareció “simbólicamente importante” el que se haya vuelto a crear un Ministerio dedicado exclusivamente a la cultura, y dijo al respecto que dicho Ministerio es “una creación de la democracia española inspirada por la francesa que ha sido muy importante. En el franquismo sólo había una subsecretaría llamada de Cultura y Propaganda y con eso está dicho todo”.
Pues bien, dejando de lado que a mí me parece estupendo que vuelvan a separarse Educación y Cultura, lo que hubo durante el franquismo, fue una Dirección General de Cultura Popular y Espectáculos, y no una subsecretaría de Cultura y Propaganda, pero también hubo un Ministerio de Información y Turismo que fue el precedente del Ministerio de Cultura, creado tras la muerte de Franco y del que fue primer ministro, si no me equivoco, Pío Cabanillas. Tampoco hay que olvidar que en España, había ya, desde 1900, un Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, creado por el Conde de Romanones a instancias de la Institución Libre de Enseñanza. Todo esto, ocurrió como vemos bastante antes de que nos tuviera que influir Francia, país cuyo primer Ministerio de Cultura fue creado por André Malraux, tras la Segunda Guerra Mundial, inspirándose a su vez, no en el modelo del Conde de Romanones sino en el del soviético Lunartchasky y su Comisariado del Pueblo encargado de la Cultura. Y con esto está dicho todo. Con estos antecedentes, y si los lapsus tienen un significado oculto y profundo, hay razones para temblar cuando Zapatero, durante su discurso de investidura, al referirse a la cultura dijo que “la política es cultura de estado”.