Con todo, quiero recordar brevemente que, hablando por teléfono con la editora de mi último libro, Elena Marcos, y preguntándole entonces, a principios de noviembre, cuándo iba a salir, me contestó: "Enseguida: la segunda quincena de este mes". Y tuve la ocurrencia, o la alevosía, de decirle: "Sería divertido si saliera el día de mi cumpleaños". "¿Tu cumpleaños? ¿Cuándo es? ¿Cuántos años? Pues vamos a intentarlo", me respondió en el acto.
Y así lo hicieron, y quería contarlo como lo que fue, un cuento navideño anticipado, y aprovechar para hablar de mis amigos, Elena, claro, y su marido –y coeditor–, Jesús; Óscar y toda su familia; José María Marco, quien tuvo la desdicha de presentar, por segunda vez, un libro mío; de mi estupenda acogida en la COPE por parte de César Vidal; y no hablemos de Libertad Digital, de mis compañeros de Libertad Digital, porque de eso ya se han percatado nuestros lectores. (Y de otros, como Julia, Joaquín, Fernando...).
Pretendía ser una crónica amena, sincera, irónica, que por breves instantes nos alejaría de los horrores de la paz, pero no pude. Mi dichoso prurito de rebeldía política se indignó tanto ante los mensajes navideños del señor Rodríguez, afirmando que todo iba bien en el "proceso de paz" y que dentro de un año todo iría mejor, y de Su Majestad, exigiendo al PP que se sumara a esa magnífica estafa nacional, que me impulsó a escribir sobre esos temas, arrinconando mi alegría de "andar por casa". La actitud, estos últimos años, del Rey me parece grave, hasta el punto de poner en tela de juicio la existencia misma de la Monarquía. Pero esto se merece serenas reflexiones, y soy consciente de que una vez más, y sin quererlo, mi opinión es ultraminoritaria; y, una vez más, y queriéndolo, me da lo mismo que así sea.
Al día siguiente de proferir Zapatero esos mensajes lenitivos explotó la furgoneta en Barajas, y con ella el más increíble aquelarre español de todos los tiempos, de todos los tiempos del terrorismo etarra, se entiende. No por el número de muertos, desgraciadamente hubo atentados aún más sangrientos, sino por las reacciones ante el nuevo crimen. Porque han intentado presentarlo como si de una catástrofe natural se tratara, humanamente lamentable pero sin repercusiones, ni causas, políticas.
"(...) no aclaran lo que hubiéramos ganado si la oposición hubiera brindado en este punto su adhesión inquebrantable al Ejecutivo, salvo que tras el atentado de Barajas se les habría quedado cara de tonto a dos líderes en lugar de sólo a uno. Seguir a estas alturas tratando de culpabilizar a los críticos de Zapatero en nombre de lo que hizo o dejó de hacer Aznar es cubrirse de ridículo, cuando no de alguna sustancia aún más fétida" (Fernando Savater, El País, 10-I-2007). Hace tiempo que Savater, en cuestiones de terrorismo, es más digno que en otras, pero también es cierto que el terrorismo es la cuestión más grave, más urgente, más tremenda, que tenemos en España.
Lo vemos todos los días: tanto el diario de Savater como el Gobierno siguen "culpabilizando" al PP; se "suspenden" las negociaciones con ETA, aunque se supone que las secretas continúan; por todas partes se organizan desfiles "por la paz", en los que se pretende que vayan juntos las víctimas y sus asesinos, los partidarios de ETA y sus adversarios, reales o supuestos; la caradura del reo libre, Otegui, alcanza cimas vertiginosas; y, las cosas como son, el PP, a veces, parece sensible al chantaje mafioso: "No podéis negaros a la unidad para alcanzar la paz".
¡Qué paz ni qué puñeta en verso! Lo pendiente, candente, urgente, es la guerra contra ETA, su liquidación. Y esto es posible en el marco del Estado de Derecho, porque la ley ha ilegalizado a Batasuna, que actúa como partido de gobierno, ha condenado a Otegui, el reo más libre del mundo, y a otros que siguen libres en su guerra contra el "Estado español". Y la tregua ha permitido a ETA reorganizarse, rearmarse, acrecentar su terror cotidiano en las provincias vascongadas –amenazando de muerte, provocando incendios o explosiones (como Hamás), a quienes tenían la intención de ser candidatos en las listas del PP para las próximas elecciones–. Todo esto, y mucho más, es ilegal, anticonstitucional, y sin embargo se admite, se arropa y se protege.
A menudo se cita, como coartada para la rendición, el caso del IRA. Pese a que las dos situaciones histórico-políticas sean distintas, y a que su punto de coincidencia sea el terrorismo, veamos un instante el ejemplo del IRA. Primero, el IRA ha entregado sus armas; algunos sospechan que no todas, pero lo que entregó fue impresionante. Y no olvidemos que eso, la entrega de armas, las actuales negociaciones, la posibilidad de un acuerdo de autonomía –que no de independencia–, se logró después de que Londres enviara el ejército al Ulster e hiciera la guerra al IRA.
El propio Savater, en el artículo citado, apunta: "Podemos recordar que Blair no ha vacilado en suspender la autonomía mientras no se daban las condiciones políticas y la aceptación de la legalidad, necesarias para la convivencia". Y Thatcher, añadiría yo, envió sus tropas. Pues en eso estamos. En España no hay más solución que la guerra. Cuando hablo de guerra no hablo de bombardear San Sebastián, sino de cumplir con la ley, incluso por las armas.
Porque la otra "solución", que consistiría en llevar hasta el cabo la rendición, en hacer realidad el deseo de algunos cobardes –"Pues dejémosles lo que piden, y en paz"–, es sencillamente imposible. Imposible que Francia entregue una de sus provincias al nacionalismo vasco. Imposible sería también entregarles Navarra, porque la mayoría de los navarros no lo aceptarán jamás.
Por ahora, todo demuestra que ésta será la política de este nefasto Gobierno con cara de tonto: seguiremos dando bandazos, descubriendo algún zulo de vez en cuando, ilegalizando ETA-Batasuna pero permitiéndole actuar libremente, arrestando a violentos cuando intentan quemar vivo (!) a un policía y liberando a otros, cerrando los ojos ante las quemas de autobuses y las demás violencias callejeras –por cierto, ¿cuántos etarras habrá en la policía vasca?–. Así pues, seguiremos donde estamos.