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UNA LEY LIBERTICIDA

Cortina de humo

La reciente y aún no publicada ley de prevención del tabaquismo ha venido a demostrar que la izquierda, lejos de predicar la libertad personal, prefiere crear un hombre nuevo, ajeno a los vicios y al placer. Un hombre dedicado en cuerpo y alma a la adoración del Estado.

Rodríguez Zapatero amenazó el pasado 4 de septiembre con imponer su visión de cómo deben ser las personas. Así, dijo que quería que los ciudadanos "consuman menos alcohol y tabaco", y que eso es "ser de izquierdas en el siglo XXI". Con estas palabras podemos asumir que el nuevo socialismo no apoya el placer sensorial salvo en lo que al sexo respecta; campo en el que defiende la promiscuidad a pesar del riesgo de contraer el sida. Ahora bien, como se pueden imaginar, este terreno es políticamente incorrecto. No así tanto el de perseguir a los fumadores.
 
Retomando los sabios consejos de Platón, quien recomendaba que a los ciudadanos no se les dejara disfrutar de los apetitos materiales ni tampoco de los versos del gran dramaturgo Horacio, la nueva izquierda ha abrazado las políticas inquisitoriales. Como ha señalado Juan Ramón Rallo en esta revista, los denominados "rojos" (ZP dixit) tratan de imponer "una moralización represiva" de "la sociedad".
 
De este modo, se transforma totalmente el fin del Estado de mantener la paz social. A partir de ahora también debe inmiscuirse en nuestras vidas, decidir por nosotros y guiarnos en la enojosa tarea de buscar nuestro propio sino. A quienes se rebelen contra la insidia de aceptar la sumisión siempre reprimirle. Por ejemplo, haciéndoles pagar 600.000 euros como sanción.
 
La meta de la ley es clara: castigar al fumador y, cómo no, a quien utiliza la propiedad como desea, en este caso los hosteleros. A éstos les va a arruinar, ya que en menos de ocho meses tendrán que adecuar sus bares, impedir la entrada a menores, poner salas de apestados, perdón, fumadores y reservar, para el caso de los hoteles, un número determinado e inamovible de habitaciones, para que los recalcitrantes enfermos se metan unos tiros de nicotina.
 
Esta es la cuestión que debemos abordar, si el Estado está autorizado a decirnos lo que debemos hacer, como sugiere la campaña moralista del Ministerio de Sanidad. Con nuestro dinero, nos anima de forma paternalista a dejar nuestros hábitos, a liberarnos y escuchar la buena nueva: somos unos adictos y eso nos hace peores personas.
 
Cuando el Gobierno decide que en los lugares de trabajo no se fume, algunos creen que está actuando con la diligencia debida que se espera de un poder político que asegura los derechos de los no fumadores. Sin embargo, ése no es su verdadero propósito, ya que la mayoría de las empresas prohíben fumar. Si realmente lo fuera, entonces no dirían nada acerca de las salas de fumadores.
 
Pero hasta ahí ha llegado la normativa. Prohibición total, nada de lugares de recreo donde los fumadores den caladas y se narcoticen. La verdad exige sacrificios, la obediencia sin concesiones. Así, la cortina de humo se amplía, y no se deja ver los errores y torturas a las libertades con que nos atosiga una izquierda sin rumbo que abomina de la libertad y abraza el esclavismo como forma de vida.
 
El fumador pasivo se ha convertido en la excusa del PSOE para imponer sus creencias. Por nuestro bien, cómo no. A este fumador pasivo, independientemente de lo que quiera hacer, se le dice que tiene el deber de exigir que en los bares, discotecas, hoteles y restaurantes no haya quien encienda un cigarrillo; lugares, todos estos, que podemos enclavarlos en el sector del ocio. Es decir, uno no va a un bar, como al metro, por obligación sino por placer. Decide ir allá donde hasta ahora era posible fumar en libertad, teniendo siempre la posibilidad de elegir espacios libres de humos. Baste como ejemplo el caso de la cadena americana de cafeterías Starbucks, donde es norma la prohibición del tabaco.
 
No es suficiente. El Estado quiere más y más. Quiere nacionalizar de facto la propiedad a través de una legislación claramente coactiva. A tal fin, como hemos dicho, señala que alrededor del "1% de las muertes atribuibles al consumo de tabaco se produce entre los fumadores involuntarios" (sic). Nótese la ironía: fuman sin quererlo. Por supuesto, el Ministerio de Sanidad se refiere así a los fumadores pasivos, no a los amantes del pitillo y del puro. Ironías de la vida: nada se señala de las causas por las cuales un no fumador contrae un cáncer, dado que, dicho sea de paso, ésta es una de las enfermedades más desconocidas aún por la medicina. Hechos como los antecedentes hereditarios se obvian, ya que los científicos que prueban estas interrelaciones tienen más éxito a la hora de recavar subvenciones que los que niegan la mayor.
 
Puestos a reprimir conductas, lo siguiente que probablemente dicte el Gobierno sea la prohibición de las hamburgueserías, de los dulces, los mazapanes, los pasteles y otras delicias; del coche, que evita a muchos hacer un ejercicio tan sano como andar, o del alcohol, como ha dejado caer el bueno del presidente. Y en el suma y sigue todo cabe, con este maximalismo que, por cierto, nos pone a la "cabeza de Europa" en lo que a progresismo se refiere.
 
Los efectos de las medidas que entrarán en vigor a partir del 1 de enero son tan previsibles que enumerarlas puede insultar la inteligencia del lector. Aun así, pensemos en los jóvenes de 16 años que, no pudiendo acceder a un bar, aunarán botellón y fumeteo en las vías públicas. Añadamos a quienes se resistan a transigir y fumen más donde antes no se les ocurriría hacerlo, léase Administraciones Públicas y el Metro. Por último, el número de bares de menos de 100 metros cuadrados que no se van a sumar a la política sanitaria serán tantos que, al final, la medida sólo será aplicable a aquellos establecimientos que, por el espacio de que disponen, se van a ver compelidos a ser buenos… a golpe de multa. Cómo no, las sanciones son tan altas que pondrán al fumador en peor situación que el consumidor de estupefacientes, a quien no se pena por consumir.
 
Dejar de fumar es, sin duda una decisión muy aconsejable. Aunque el hecho de hacerlo supone una opción personal, no una imposición estatal. La historia demuestra que todos los intentos por crear sociedades puras, sin egoísmos o vicios, han fracasado. Esta ley está destinada a fracasar y, entre tanto, a arruinar el turismo, haciendo que cada vez menos extranjeros vengan a España a disfrutar de la libertad de consumir tabaco y prefieran partir hacia destinos como Chequia o los países de la extinta Unión Soviética.
 
No creo que pretendamos estar al mismo nivel de la Alemania nazi, pero cuando se escuchan frases como la que sigue: "Hermano nacional socialista, ¿sabes que tu Führer está en contra del hábito de fumar y piensa que cada alemán es responsable de sus actos y misiones frente a todas las personas, y que no tiene el derecho de dañar su cuerpo con drogas?", y se comparan con lo que ha dicho la ministra de Sanidad: "La lucha contra el tabaco ha sido y es una prioridad del Gobierno", la sorpresa se torna en desasosiego.
 
Entonces, uno comienza a preguntarse si el camino tomado por el actual Gobierno es progresista o regresivo. Para un presidente que no distingue entre impuestos de uno u otro tipo, cualquiera sabe. Eso sí, no se quejen: el Gran Hermano mira por ustedes…y por sus hijos.
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