Afortunadamente, el galardonado fue el poeta chileno Nicanor Parra, pero la sola noticia de que se coqueteó con esos apologistas de la dictadura castrista y de sus ramificaciones terroristas y guerrilleras desenmascara, una vez más, el talante fóbico y frívolo de nuestra agonizante nomenklatura, talante que ya exhibió al conceder ese mismo premio al meritorio poeta y jactancioso montonero Juan Gelman.
Dejaré para otra oportunidad al alucinado Cardenal y me ocuparé de Galeano, cuyo ensayo Las venas abiertas de América Latina (Siglo XXI, 1973) fue el libro de cabecera de miles de jóvenes que empuñaron las armas y murieron con la convicción de estar luchando por un mundo mejor, libre de injusticias, cuando en realidad eran los títeres de un tenebroso proyecto totalitario. Galeano sobrevivió a sus discípulos y sigue empeñado en aumentar, con nuevas cruzadas antisistema, el recuento de cadáveres.
Cornudo y apaleado
Si el Ministerio de Cultura lo hubiera premiado, sus responsables habrían hecho el proverbial papel del cornudo apaleado, porque el punto de partida de la diatriba de Galeano se encuentra en la conquista de América por los españoles. Después de recordar que Moctezuma creía que el dios Quetzalcoatl volvería para vengar a otros pueblos masacrados (detalle éste, el de las masacres entre aborígenes, sobre el que no se explaya), pontifica:
Los conquistadores practicaban, también, con refinamiento y sabiduría, la técnica de la traición y la intriga. Supieron aliarse contra los tlaxcaltecas contra Moctezuma y explotar con provecho la división del imperio incaico entre Huáscar y Atahualpa, los hermanos enemigos. Supieron ganar cómplices entre las castas dominantes intermedias, sacerdotes, funcionarios, militares, una vez abatidas, por el crimen, las jefaturas indígenas más altas. Pero además usaron otras armas o, si se prefiere, otros factores trabajaron objetivamente por la victoria de los invasores. Los caballos y las bacterias, por ejemplo.
¿Y todo esto para qué? Galeano cita un texto náhuatl:
Como si fueran monos [los españoles] levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como que se les renovaba y se les iluminaba el corazón. Como que cierto es que eso anhelan con gran sed. Se les ensancha el cuerpo por eso, tienen hambre furiosa de eso. Como unos puercos hambrientos ansían el oro.
En aquellos tiempos –que, todo hay que decirlo, los nacionalistas identitarios idealizan–, los españoles no trataban mejor a los flamencos, los católicos a los hugonotes, o los almogávares de Roger de Flor a los griegos. Eran las costumbres y los valores de aquella época. Pero Galeano no utiliza los argumentos maniqueístas sólo contra los españoles. ¡Qué va! Los otros europeos y, sobre todo, los abominados "yanquis" no reciben mejor trato. Hasta ayer mismo.
Los indios colaboraron
Hugh Thomas, autor de La guerra civil española, escribió también Quién es quién de los conquistadores (Salvat, 2001), donde aborda el tema con su habitual distanciamiento británico. En conversación con Víctor-M. Amela (La Vanguardia, 27/5/2001), afirmó que Hernán Cortés, familiarizado con la cultura indígena por su relación con la india mexica Malintzin –o Malinche, o Marina–, pretendió llevar a cabo una conquista pacífica y convertir a Moctezuma en un rey títere, vasallo de Carlos V. Pero durante una ausencia suya, su lugarteniente Pedro de Alvarado perpetró una matanza que degeneró en una guerra total. Thomas se explaya sobre la rápida victoria de Cortés, en respuesta a las preguntas de Amela:
La viruela colaboró, y, sobre todo, los indios de Tlaxcala colaboraron. Hubo muchos pueblos que, hartos del yugo de los mexicas, se unieron a los españoles (...) Por eso se ha dicho que "la conquista de México fue hecha por sus indígenas... y su independencia por los españoles". El conquistador Montaño declaró que "si no fuera por el socorro de los indios tlaxcaltecas todos los españoles murieran" (...) Hubo represión contra los mexicas, pero no eliminación: colaboraron luego en construir la ciudad de México, y hubo muchos matrimonios mixtos. Sobre todo, entre españoles y mujeres tlaxcaltecas.
Cuando Amela comenta que no le extraña que Cortés tenga mala fama entre los mexicanos, Thomas responde:
Pero eso tiene su paradoja: los criollos, que son los descendientes de aquellos españoles, han mantenido el control de México explotando el mito anti-Cortés, ¡y diciendo que ellos son descendientes de los indígenas, ja, ja!
Creo que fue Fernando Savater quien, cuando el pintor comunista ecuatoriano Oswaldo Guayasamín le reprochó que los españoles hubieran cometido un "genocidio" en América, contestó: "Mis antepasados se quedaron en España. Los que conquistaron América fueron los de tus compatriotas".
Segura residencia en España
En el capítulo final del libro de Galeano aparece la convocatoria que movilizó a sus compatriotas tupamaros y a otros protagonistas de la subversión continental, que el convocante aplaudió desde su segura residencia en España:
La causa nacional latinoamericana es, ante todo, una causa social. Para que América Latina pueda nacer de nuevo, habrá que empezar por derribar a sus dueños, país por país. Se abren tiempos de rebelión y de cambio.
Dato significativo: el mismo libro se abre con una embestida contra los planes de los países desarrollados para divulgar, entre las familias pobres de los subdesarrollados, los métodos de control de la natalidad que son de uso corriente en la clase social a la que pertenecen los Galeano y muchos otros intelectuales progres habituados a experimentar en cuerpo ajeno. Para ellos, la explosión demográfica, con sus secuelas de miseria y hambre, es el medio apropiado para engrosar la guerrilla con nuevos contingentes de milicianos. Los tortuosos mecanismos mentales de Galeano quedan al descubierto cuando escribe:
Los dispositivos intrauterinos compiten con las bombas y la metralla, en el sudeste asiático, en el esfuerzo por detener el crecimiento de la población de Vietnam. En América Latina resulta más higiénico y eficaz matar a los guerrilleros en los úteros que en las sierras o en las calles.
Certidumbres de hierro
Galeano estaba obviamente obsesionado por la exhortación que formuló el Che Guevara en el que sería su testamento político, el "Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental": "¡Crear dos, tres muchos Vietnam más! ¡Esa es la consigna!". Para exhibir, a continuación, las heces de su pensamiento sádico y necrófilo:
El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de los límites naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar (...) En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese nuestro grito de guerra haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria. (Pierre Kalfon, Che, Ernesto Guevara, una leyenda de nuestro siglo, Plaza & Janés, 1998).
Eduardo Galeano publicó en El País (8/10/1987) un extenso artículo hagiográfico sobre su admirado psicópata, en el que cita la opinión de la madre de éste, Celia de la Serna:
Celia, que tanto se le parecía, le tomaba el pelo por intolerante y fanático. Ella me dijo que él actuaba movido por una tremenda necesidad de totalidad y pureza. Así se convirtió en el más puritano de los dirigentes revolucionarios occidentales. En Cuba era el jacobino de la revolución. "Cuidado, que viene el Che", advertían los cubanos, bromeando pero en serio. Todo o nada: agotadoras batallas ha de haber librado este refinado intelectual contra su propia conciencia tentada por la duda: con rigor de monje o de guerrero iba conquistando certidumbres de hierro.
La adulación servil
La veneración por la figura del Che es acompañada por la adulación servil del totalitarismo castrista.
Yo estuve en Cuba como periodista y escritor, fui jurado del Premio Casa de las Américas. Tuve la suerte de ver la revolución en diferentes etapas. El largo viaje de la euforia a la responsabilidad. No comparto en absoluto la actitud de quienes se sienten ahora estafados por la revolución, la cual ha dejado de ser una aventura romántica para convertirse en una cotidiana aventura de desafío a la realidad (...) Para mí, la revolución cubana sigue siendo lo que era: un proceso de cambio, de transformación permanente. La revolución es siempre diferente a sí misma. En el curso de muy pocos años pienso que ha mostrado que la lucha contra la humillación y la pobreza es posible, y que aun en las condiciones más adversas es posible también el milagro de echarse a andar con las propias piernas. (El País, entrevista, 20/2/1983).
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Y por lamentables que hayan sido los fusilamientos en Cuba, al fin y al cabo, ¿deja por ello de ser admirable la porfiada valentía de esta isla minúscula, condenada a la soledad, en un mundo donde el servilismo es alta virtud o prueba de talento? ¿Un mundo donde quien no se vende se alquila? ("A pesar de los pesares", El País, 31/3/1992).
Radicales de salón
Felizmente insertado en su mundo de privilegiados revolucionarios, que disfrutan de cátedras y de imperios multimedia desde donde pueden divulgar sus soflamas, con la recompensa extra de algún premio de postín, Eduardo Galeano es un típico representante de la fauna de fóbicos y frívolos que siembran el mundo de cadáveres al grito de: "¡Armémonos y vayan a luchar!". Octavio Paz dejó un retrato implacablemente veraz de estos personajes nefastos cuando, después de recordar que Friedrich Engels había repudiado el proyecto de Luis Blanqui, que consistía en la dictadura de una minoría revolucionaria encaramada en el poder tras un golpe de Estado, se refirió, en El ogro filantrópico (Seix Barral, 1979), al
ascenso publicitario, entre 1960 y 1970, de una suerte de blanquismo para gente acomodada y con remordimientos por su desahogo económico. Esta gente, víctima no de la crisis económica del capitalismo sino del nihilismo de la abundancia, encontró paradójicamente sus arquetipos en personalidades y movimientos tan disímiles como Che Guevara, los Panteras Negras y Danny el Rojo. Entre estas buenas almas afligidas por sentimientos de culpa imaginarios y reales había, como es natural, muchos intelectuales. La mayoría no encontró mejor manera de librarse de sus obsesiones que proyectar sus sueños en las actividades de los jóvenes estudiantes rebeldes. Pero no se contentaron con aprobar la legítima rebelión juvenil sino que se convirtieron en los apologistas y en los teóricos de la alianza contra natura entre las prácticas fascistas de los extremistas y la ideología del socialismo. Todavía hace unos pocos años el autor de estas líneas provocó la irritación de varios notables de la izquierda mexicana porque, durante una comida, se atrevió a criticar a los tupamaros. Al cabo de unos meses, como todos sabemos, pese a la virtuosa indignación de los doctores del extremismo académico, las actividades de aquellos "jóvenes héroes" –como llamó uno de los comensales a los tupamaros– abrieron la puerta a los militares uruguayos. También fueron coreadas con entusiasmo por nuestros radicales de salón las bravatas del MIR chileno, que prometió a corto plazo el asalto al poder y que, a la hora de la verdad, fue incapaz de ofrecer una resistencia seria a Pinochet y sus jenízaros.
Hoy, son los imitadores de aquellos "doctores del extremismo académico" y de aquellos "radicales de salón" quienes coquetean con el enemigo, amenazando con manchar, por elevación, la memoria de Cervantes, al convertir a dos iconos de ese enemigo en candidatos a recibir un premio con su nombre.