Los impuestos cayeron en el mundo. En China los aranceles medios bajaron del 40 al 6% en poco más de diez años. Los países pobres crecieron en promedio un 5,6% en el año 2003, un 7,1% en 2004 y un 6,4% en 2005. Y el año 2006 promete ser mejor. China crecerá un 11,3% y la India un 8%. Incluso América Latina, que se estancó en los años 90, creció un 6% en 2004 y un 4,4% en 2005, y crecerá un 5% en 2006. Los países desarrollados, como es normal, tienen un crecimiento bastante menor. Así, los miembros de la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica (ODCE) crecieron, en promedio, un 3,2% en 2004 y un 2,7% en 2005. Esta diferencia de crecimiento conduce lentamente a la convergencia en la prosperidad.
Algunos países latinoamericanos, sin embargo, se están quedando muy rezagados. ¿Qué les impide crecer y salir adelante como otros países? El estatismo de sus gobernantes. Buena voluntad no les falta, pero el estatismo y populismo exacerbados han cerrado en esos países las puertas del progreso. No todos se percatan de ello. Los más jóvenes, especialmente, creen las estupideces que repiten Chávez, Kirchner y Morales sobre el neoliberalismo, el capitalismo salvaje y el Estado como redentor de la pobreza y apoyan sus políticas con grandes esperanzas, como si nunca antes se hubiesen aplicado en el Hemisferio y como si todas ellas, sin excepción, no hubieran terminado en rotundos fracasos.
¿Qué deben hacer los países para salir del atraso? Por increíble que parezca, no necesitan recurrir al BID o al Banco Mundial en busca de créditos para el desarrollo, ni aliarse con Irán, ni contratar al economista Jeffrey Sachs. Lo único que deben hacer es dejar de hacer casi todo lo que hacen hoy, sacar el pie del freno, liberar la producción y el comercio de las pesadas cadenas estatistas y hacer lo que han hecho la izquierda y derecha más esclarecidas, desde Santiago de Chile a Pekín: crear las condiciones indispensables para atraer la inversión, exportar y crecer a una tasa del 9% anual o más.
Los estatistas se preguntan, ¿quién planificará el desarrollo, qué sectores productivos deben protegerse o favorecerse y de dónde saldrán los recursos? La planificación central ha fracasado siempre, y el Estado nunca pudo financiar el desarrollo. Para lograr un alto crecimiento es necesario atraer al país ingentes inversiones privadas, y éstas solo fluyen hacia donde hay estabilidad económica, protección a la propiedad, justicia independiente, bajos impuestos y mínimas regulaciones. El país que quiera atraer negocios y crear empleos debe convertirse en un "faro de libertad", eliminando las mil y una trabas absurdas que existen para fundar empresas, producir, contratar empleados y exportar. Es esencial ofrecer a la inversión un ambiente muy favorable para los negocios, con bajos impuestos y cero trámites y coimas.
No hay milagros. Las inversiones van allí donde se goza de libertad económica, sólidos derechos de propiedad, bajos impuestos y leyes previsibles. Los estatistas deberían despedirse de sus amados monopolios, abrir todos sus mercados al capital privado y a la libre competencia, terminando con el favoritismo y el clientelismo que arruinan a sus países, liberar el mercado laboral para facilitar la creación de empleos y reformar la seguridad social para destrabar el ahorro. Todo el esfuerzo estatal debería concentrarse casi exclusivamente en mejorar la educación, la salud y la seguridad del ciudadano.
Los países rezagados avanzarán hacia la convergencia únicamente cuando sus gobernantes muestren el suficiente coraje, integridad y liderazgo para relegar viejos dogmas e intereses sectarios y comiencen a liberar la economía de sus cadenas. Con la liberalización, la prosperidad vendrá por sí sola, sin planificación central, ni subsidios, ni proteccionismos ni ayuda externa.
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