Resulta que esta es la primera visita institucional, y presumiblemente también será la última, a la que ha sido la joya de la política cultural que con tanto ahínco ha sostenido el hasta ahora jefe del Ejecutivo. Esta apuesta por el Cervantes y su misión evangelizadora de la lengua española no puede ser más afortunada. Sin embargo, yo estimo que hay también otras razones para esta visita, que tienen que ver principalmente con la amistad.
Para mí quedó claro en las palabras con las que Jon Juaristi, director del Instituto, acogió a Aznar, presidente también del Patronato de la Institución. Ante los dos secretarios de Estado, Miguel Ángel Cortés y Luis Alberto de Cuenca, ante los dos subsecretarios, María Victoria Morera y José Luis Cádiz, ante miembros del Consejo de Administración como Carmen Iglesias y Humberto López Morales, ante el personal de la Casa y más de una veintena de periodistas acreditados, Juaristi no tuvo empacho en expresar su agradecimiento al presidente por el apoyo y la confianza que recibió de él en unos momentos de su vida, que reconoció como durísimos. Yo estaba presente, encalomada entre los periodistas, y pude percibir la emoción con la que Juaristi dijo esas palabras. Nunca fueron más amigas la política y la cultura que en esos momentos, a pesar de la incompatibilidad a la que con tanto acierto aludió Mariano Rajoy en su discurso del que les hablé la semana pasada. Tengo que confesar, de paso, que la experiencia que viví entre la tropa informativa resultó muy divertida. Por mucho que me cueste, no revelaré ciertos comentarios sobre temas de rabiosa actualidad, como la Boda, pero no me resisto a transmitir que el pueblo ya ha dado a la novia un título, el de condesa de Prado del Rey, con el que se anticipan al que le vayan a conceder de verdad desde las alturas para desbastarla o, si prefieren, para desplebeyarla. Ya saben, la malicia española.
Que la cultura se puede entender muy bien con la política es algo que también saben los progres y por eso siguen haciendo gratis la campaña electoral al PSOE, envalentonados como están con los magníficos resultados obtenidos por el engendro político que hoy gobierna en Cataluña. Y así, en pos de tales triunfos, siguen sembrando vientos por toda España, para la que desean lo peor. Confiemos en que la natural prudencia del votante común les impida cosechar sus anheladas tempestades. El último episodio de esta peculiar campaña ha tenido lugar en el Ateneo de Madrid, donde subidos a la plataforma Cultura contra la Guerra, los dinosaurios de siempre (Sádaba, Rosa Regás, Pilar Bardem, Iñaki Gabilondo etc.), en el pleno ejercicio de sus libertades civiles y con más respaldo mediático que auditorio en los asientos, se quejaron de que les persiguen, les acosan y lo que es peor, les obligan a autocensurarse. Es curioso que cuando hacen estas declaraciones no denuncien nada consistente, ni pongan ningún ejemplo de las citadas persecuciones o de las situaciones que consideran injustas, a no ser que se refieran al hecho de que, en el pleno ejercicio de nuestros derechos civiles, algunos expresemos nuestra disconformidad ante sus ataquitos de soberbia y de megalomanía. Nunca una oposición “perseguida” tuvo tantos medios de comunicación a su favor ni tanto soporte oficial a su alcance. Con su pan se lo coman.
En esta tesitura, casi extraña que se estrenen películas hermosas, como La joven de la perla, que no es sino la explicación pormenorizada de la génesis y desarrollo del famoso cuadro del pintor holandés Vermeer, cuya reciente exposición en el Museo del Prado no puede sino hacer más receptivo al espectador iniciado; o que haya muestras como la de Roma y la tradición de lo nuevo en la Residencia de Estudiantes. Verán obras de antiguos pensionistas de la Academia Española de Bellas Artes en Roma entre 1923 y 1927, de los pintores Eugenio Lafuente Castell, Joaquín Valverde Lasarte, Timoteo Pérez Rubio (de quien se expone el retrato que hizo a su mujer, que era ni más ni menos que Rosa Chacel a la que podrán ver en el apogeo de su belleza) y Pedro Pascual Escribano, el único del grupo que desapareció por completo, de forma que no se sabe ni cuándo ni dónde murió; de los escultores Vicente Beltrán Grimal, Manuel Álvarez-Laviada; del músico Fernando Remacha Villar, Premio Nacional de Música en 1932 y 1938, y, por último, dibujos, acuarelas y maquetas de los arquitectos Emilio Moya Lledós, Fernando García Mercadal y Adolfo Blanco Pérez de Camino. Pero lo más exótico de esta muestra de creatividad pura y dura, al margen de cualquier contingencia electoral, es el libro que acaba de publicar José Miguel Ullán, titulado Amo de llaves (Losada), con 138 poemas de tres versos, inspirados en el haiku, afortunada composición japonesa que él compara a la no menos ingeniosa seguidilla española, o “siguiriya”. Para muestra, tres botones: El sol se abisma/Las pupilas se cierran/Cama camilla; Amo de llaves,/me alcanzaran tus ojos/para atrancarme; Patera y balsa./De Marruecos a Cuba,/la vela es parca. Poeta en tiempo de penuria.