Pues bien, algunos lectores, alentados por mi crónica rural del otro día han tenido a bien comunicarme sus experiencias para que las transmita a un público más amplio que el que ellos tienen a la hora de comer, y por mi correo electrónico han pasado conmovedoras crónicas culturales que les ahorro en aras de la paz doméstica de esta nuestra dilatada piel de toro.
Las había sobre conciertos de dulzainas, concursos de pintura y de poesía y sobre torres humanas. Incluso hay quien se ha atrevido a pedirme consejo para publicar esos cuentos ocultos que todo el mundo acomete tarde o temprano con la loca esperanza de convertirse en un escritor importante. La culpa la tengo yo por alardear de mis conocimientos editoriales e inducir a engaño sobre mi capacidad de decisión e influencia en la sociedad lectora que, a la vista del trabajo que me está costando colocar mis propios libros (tengo una biografía de Doña Emilia Pardo Bazán, colgada de la brocha a pesar de que fue un encargo), les puedo asegurar que es nula. Así que malamente puedo yo ayudar, por ejemplo, a ese señor tan amable que me ha mandado sus memorias, a pesar de que están mucho mejor escritas y son mucho más interesantes que las de muchos de los pelmazos que ganan premios por encargo. Este señor ha vivido épocas duras. Niño durante la guerra civil, adolescente durante la segunda guerra mundial, exiliado, hijo de un fantasmal ministro de la aún más fantasmal República, hermano de gente importante, GS no tuvo ese prurito de notoriedad, esa sensación de excepcionalidad, casi de anormal que, según Orwell, caracteriza a todo escritor que se precie. Pero a la vejez, viruelas: molesto con lo que se estaba haciendo con la memoria de su época, y con las fanfarronadas y mentiras de tanto superviviente, decidió echar su cuarto a espadas y ha escrito un libro breve –dos veces bueno– que, de momento, sólo está recibiendo rechazos.
Comprenderán que, en esta tesitura, me encuentre llena de amargura profesional, y que a la espera de tiempos mejores, haya buscado consuelo en la novela policíaca. Y no me he andado con experiencias sino que he ido directamente a las fuentes más clásicas del género: la mismísima Agatha Christie, aprovechando que durante la última feria del libro de ocasión me compré los tres volúmenes de sus Obras Escogidas de la extinta editorial Aguilar que, como recordarán, fue desmantelada por el grupo Prisa. A pesar de estar encuadernados en plástico rojo (o verde, según el género literario) son unos volúmenes entrañables, con la elegancia y el prestigio del papel biblia de la casa. Como sabrán, la editorial Molino era la editora oficial de esta escritora y ahora El País está rescatando muchos de las espantosas traducciones que se hicieron de sus principales obras, que vende junto a sus periódicos. Pero hasta ahora no han publicado ninguno de los sorprendentes títulos, que yo no recuerdo haber leído nunca anteriormente, y que aparecen en esta vieja edición de Aguilar. Hay, por ejemplo, una novela extraordinaria titulada La venganza de Nofret, que sucede en el antiguo Egipto (recuerden que AC estuvo casada con un arqueólogo y conocía muy bien los lugares) y muchas otras que están ambientadas en Oriente Próximo. Concretamente hay dos que me han parecido únicas y tremendamente novedosas. Se titulan La muerte visita al dentista (la traducción correcta sería “La muerte va al dentista”, pero bueno) y, sobre todo, Intriga en Bagdad, cuyo argumento y desarrollo son de una actualidad trepidante: Una joven sin empleo sigue al muchacho del que se ha enamorado hasta Bagdad, donde este último trabaja en una especie de ONG llamada “La rama de Olivo”, refugio de trabajadores voluntarios, pacifistas e internacionalistas que se dedican a traducir los textos clásicos ingleses al árabe.
Esta organización es la tapadera de una conspiración contra la civilización occidental, encabezada por un resentido, cuya identidad constituye la sorpresa del libro, y que está a punto de ser descubierta (me refiero a la conspiración) por una red de arriesgados espías. La joven se ve involucrada en la trama y todo termina bien, gracias a Dios, y a la eficacia de los servicios de espionaje británico. Las reflexiones que hace la autora sobre los motivos de los pacifistas y los rebeldes anti sistema, la convierten en una predecesora de Oriana Fallacci. Ya les digo, si las editoriales me hicieran caso, yo les recomendaría que las publicaran, con nuevas y más acertadas traducciones, por supuesto. Pero aquí estoy, con mis libros y mi cruz a cuestas.