A pesar de todo, la política debe continuar. Aunque, como casi siempre, la política se convierta en puro espectáculo, adelante con la comisión de investigación del 11-M y los acontecimientos que tuvieron lugar en los días sucesivos cambiando España de cabo a rabo, dejando la Nación en una piel de toro preparada para el arrastre. Aunque haya bastante que temer y perder en nuestro inmediato futuro, con comisión o sin comisión, adelante con ella. Son los gajes del oficio, las glorias y miserias de la democracia: el espectáculo debe continuar. No creo francamente que salga gran cosa de una investigación que muy pocos desean y que corre el riesgo de ser obstaculizada y/o manipulada sin ningún recato desde sus primeros compases. Sin embargo, no hay que rendirse al desaliento, porque si algo bueno pueden tener estas sesiones es que pongan de manifiesto con su misma apertura que no todo se ha perdido tras del naufragio. Y que hay supervivientes.
La escasa disposición del actual Gobierno y del Partido Socialista a abrir la investigación e iniciar las comparencias no sorprende a nadie. En la rueda de la fortuna han sido señalados con la flecha que les convertía en ganadores, y ahora no desean que el dardo salga despedido y les atraviese el corazón, el cual salió milagrosamente tan bien librado de las tinieblas y se elevó como un ave fénix hasta la cima del poder. Ahora están felices, en plena luna de miel, disfrutando de la ganga que les supuso una victoria electoral caída del cielo, después de elevarse por la potente onda expansiva del 11-S. Para el PSOE lo mejor es no meneallo, si bien tampoco parece temer demasiado a las embestidas que le puedan venir. Esto es así porque tiene el toro por los cuernos. A los socialistas siempre les ha gustado jugar con ventaja y, como se encuentran en periodo de gracia, van a aprovecharse, sin miramientos ni complejos, sin vergüenza, de ella, así como de su alianza anti-PP con comunistas, nacionalistas e independentistas, quienes se encargarán con sumo gusto, si es preciso, de hacer el trabajo sucio. Lo han venido haciendo hasta la fecha y a todos ha reportado jugosos beneficios, cómodos escaños y complacientes satisfacciones cebadas con la venganza y el resentimiento. ¿Que el PP pide ahora guerra? ¡Buenos son nuestros pacifistas del alma y la patria chica! En la lucha contra Al-Qaeda y el terrorismo islámico se muestran comprensivos y dóciles como corderitos, pero si se trata de atacar a los representantes de la Derecha, del Capitalismo y del Gran Capitán, entonces exhiben la corpulencia y el furor propios del lobo feroz. Ya se sabe que contra Franco (el PP, EEUU, Israel y sus muchos fantasmas) luchan mejor, para comerte mejor.
Las reticencias del Partido Popular a poner en marcha esta “máquina de la verdad” son, asimismo, evidentes: teme, sobre todo, que se vuelva contra sus dirigentes, que les aplaste o electrocute, de nuevo. Y no porque tengan gran cosa que ocultar sino por todo lo contrario: porque se publicite lo transparente y lo ingenuo de su gestión, mediata e inmediata. Durante sus años de gobierno, el PP descuidó temerariamente —cuando no despreció— las políticas de alianzas y afinidades con otros grupos políticos y sectores sociales e ideológicos proclives a sus posiciones o que comparten de hecho parejos ideales, pero, por encima de todo, ignoró las políticas de información y comunicación. Determinadas asistencias y compañías siempre las han eludido, y ahora, en las próximas citas públicas, pueden hacerles mucha falta, incluso echarlas de menos. Todo lo que tiene la izquierda de fidelidad y apego para la propia grey y de sectario para el enemigo, lo tiene la derecha española de ingratitud y desafección para los afines y de condescendiente para el adversario. El balance favorece a las izquierdas y extravía a la derecha. A la vista está.
Y más que se verá en la comisión de investigación, de inquisición, o lo que sea, acerca del 11-M y sus secuelas, si finalmente tiene lugar. No obstante, insisto, la cita resulta ineludible. El actual Gobierno socialista y sus socios se han mostrado prepotentes e imaginativamente “propositivos” desde sus primeros pasos, sin freno y dispuestos a todo: van a por todas, a quedarse con todo. No hay, en efecto, exageración alguna cuando se habla del riesgo que corre España de despeñarse por un acantilado de totalitarismo con talante de gran hermano y operación triunfo. La oposición no puede, en consecuencia, seguir instalada en la patética situación en que se encuentra: derrotada y humillada, aturdida y grogui. Por lo demás, sus militantes, simpatizantes y votantes precisan de una revitalizadora sesión de choque que les saque de la oceánica frustración y desolación en que se encuentran tras el doble drama que han debido soportar en los últimos meses.
Ahora bien, lo verdaderamente inquietante del asunto en ciernes es esto: realmente, ¿a quién le importa descubrir la verdad ahora? Hay políticos que tienen “un ansia infinita de paz”, en especial, después de ganar las elecciones sin creérselo ni merecérselo, junto a un anhelo ilimitado de control de la Administración y de conservar el statu quo pillado. Gran parte del pueblo llano está persuadido de que los soldados españoles vuelven de Irak a la misma velocidad con la que los riesgos de nuevos atentados parten hacia otras regiones y países del mundo. Sectores importantes de esa ciudadanía que tanto invocan y halagan los actuales gobernantes se sienten cómodos y desinhibidos asistiendo desde la grada del coliseo mundano —circo romano, porto alegre o forum catalán— al espectáculo, observando cómo luchan los gladiadores, cómo se despedaza a judíos y cristianos en la arena sin que le salpique a ellos la sangre y cómo se entonan nuevas glorias al otro mundo posible, multicultural y rebosante de mestizaje.
Como en tiempos de Juvenal, es cosa lamentable el observar hoy al pueblo soberano en plena decadencia, burlado en el burladero, pidiendo pan, paz y espectáculos gratuitos, ordenadores para los colegios y pisos baratos, a cargo del Estado, y a sus emperadores distrayéndoles con toda suerte de regates y regateos rebozados en promesas electorales, deseos imposibles y lindos talantes.