Resulta asombrosa la fascinación que la figura de Castro continua despertando entre los artistas de los Estados Unidos. Recientemente han pasado por La Habana algunos famosos actores y directores cinematográficos, entre los cuales sobresalen Kevin Costner y Steven Spielberg. El primero no pudo resistir la tentación de ir a La Habana para mostrarle en privado a Castro la película Trece días, acerca de la crisis de los misiles en la cual actúa, además de ser uno de sus productores. Spielberg, por su parte, confesó que las ocho horas que había pasado charlando con el dictador habían sido las ocho horas más importantes de su vida. Tal es el embrujo que provoca el tiranosaurio cubano como fósil político, o es que acaso sus excepcionales dotes histriónicas concitan el interés de buena parte de la industria del cine norteamericano.
La atracción de Stone por Castro se explica en parte teniendo en cuenta que a lo largo de su carrera el realizador norteamericano se ha interesado sistemáticamente por temas de naturaleza política. Platón, Nacido el cuatro de julio, JFK y Nixon dan muestras de la obsesión de Stone por el cine de reconstrucción histórica relativo al período de la guerra fría. Si por otro lado consideramos que Cuba y la figura de Castro han estado asociados íntimamente a la historia de los Estados Unidos en los últimos 44 años, no sorprende demasiado que Stone se haya atrevido a realizar un documental centrado en la figura del anciano patriarca.
El filme, como casi todos los de Stone, destaca por una edición extraordinariamente dinámica que vincula las tomas de la entrevista —la mayoría de ellas hechas en el Palacio de la Revolución— con material de archivo y escenas rodadas en plena calle donde se mueve el cubano de a pie. La fotografía es otro de los aciertos de esta producción, pues las cámaras se desplazan constantemente, consiguiendo planos y acercamientos de cámara de la figura del dictador que en muchos casos francamente infunden pavor. Asimismo, presume de una banda sonora de lujo en la que se combinan las incisivas preguntas de Stone, la traducción simultánea y las mañosas respuestas del viejo zorro, quien por su comportamiento socarrón, nos hace recordar al legendario personaje de Plutarco Tuero, alcalde de San Nicolás del Peladero. Las voces son arropadas por una música de ocasión cuajada de tonos graves que expresan la severidad del ambiente que rodea al déspota, así como por temas clásicos de la música popular cubana de todos los tiempos, interpretados por virtuosos tales como Tito Gómez, Joseíto Fernández, Guillermo Portabales, Celia Cruz y Benny Moré.
A pesar de las excelencias técnicas que distinguen esta realización de Stone, el resultado político de su “entrevista” a Castro contribuye en resumen a proyectar de forma positiva la imagen de este último. Ello se debe fundamentalmente a que la batería de preguntas formuladas están concebidas desde la óptica de un liberal norteamericano que contempla obnubilado a un personaje histórico que a sus ojos es la reencarnación más tangible del mito del pequeño y frágil David contra el todopoderoso Goliat. Por otra parte, los cuestionamientos formulados por Stone no distan mucho de las consabidas temáticas que desde Bárbara Walters y María Schriver se le han planteado al comandante por una inacabable serie de periodistas y entrevistadores de todo el mundo. A partir de estas premisas, Castro, entrenado en estos montajes y con una buena dosis de retórica, otro tanto de hipocresía criolla y bastante de decrepitud, logra sortear con mucha cara las trampas que sobre diversos temas le tiende el afamado cineasta.
A guisa de ejemplo puede citarse cómo el dictador —mientras devora compulsivamente un exquisito manjar elaborado para satisfacer su gula— niega categóricamente haber estado dispuesto a llevar al mundo al holocausto nuclear durante la crisis de octubre de 1962, teniendo el descaro de atribuirlo a la deficiente comunicación entre rusos y cubanos, por culpa de la incapacidad del personal soviético de comprender el idioma español. Con el mayor cinismo se atreve a negar que en Cuba se torture a los presos políticos, a la vez que se jacta de que las prostitutas cubanas tienen un nivel de instrucción universitario. Entretanto, se burla de uno de los camarógrafos que captó escenas de cuan dura es la vida para la población y que ciertamente es muy delgado, invitándolo a que se quede en la Isla para que engorde. Tales expresiones denotan hasta que punto es capaz de mofarse de las situaciones vergonzosas y aberrantes que el mismo ha provocado a lo largo de su dilatado y absoluto ejercicio del poder.
Castro, que asume cada aparición pública como un enfrentamiento que hay que ganarle al “enemigo” —en este caso Stone— pero que le encanta ser adorado por los Estados Unidos, aprovechó la entrevista de uno de los más prestigiosos y polémicos realizadores de Hollywood para montar otra de sus bufonadas costumbristas, bastante grotesca por demás. En todo momento el abuelete barbudo se esforzó por dar una imagen de gobernante equilibrado, persuasivo, democrático —aunque parezca increíble, tiene la desfachatez de sostenerlo— amable y simpático, con el fin de cosechar apoyos en el interior del imperio que lo mantiene bloqueado, pero del que también espera un gesto de buena voluntad que le permita superar la crisis y así “convertir el revés en victoria”.
Inesperadamente, la cadena HBO anunció que iba a retrasar el debut televisivo del documental de forma indefinida, con lo cual, el espectador norteamericano no tendrá de momento el placer de presenciar quizás la más convincente actuación que gobernante alguno haya sido capaz de proyectar en pantalla, aunque sería una verdadera lástima que antes de fin de año no lo difundieran, pues Castro muy bien podría optar por el “Emmy” de actuación masculino. Sin duda el resto de los nominados lo tendría muy difícil.