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ASUNTOS EXTERIORES

Coincidencias transatlánticas

Todas las banderas simbolizan la nación, pero la de Estados Unidos simboliza una nación que se identifica desde su fundación con la democracia y la defensa de la libertad, mientras que las de las naciones europeas, creadas mucho antes que se instauraran las democracias, evocan significados ajenos al hecho democrático mismo.

El 12 de septiembre la ministra Ana Palacio dio una charla en El Escorial con el embajador de Estados Unidos, en una reunión organizadas por la FAES y el grupo parlamentario popular europeo. Ana Palacio habló como le gusta hacerlo, a cuerpo limpio, sin papeles ni guiones. Y como es habitual, dijo muchas cosas interesantes. Al hablar de la necesaria relación trasatlántica, la ministra se refirió a la diferencia de valores existente entre Europa y Estados Unidos. Y puso el ejemplo del diferente uso de las banderas que se hace a uno y otro lado del Atlántico.

El País ha escrito luego que Ana Palacio afirmó que la bandera de Estados Unidos es la bandera del futuro, mientras que las de las naciones europeas son el pasado. Si los lectores de El País están dispuestos a creerse esa tontería, no hay nada que objetar, pero es obvio que la ministra no dijo eso. Se refería a la diferencia de significado de las banderas nacionales. Todas simbolizan la nación, pero la de Estados Unidos simboliza una nación que se identifica desde su fundación con la democracia y la defensa de la libertad, mientras que las de las naciones europeas, creadas mucho antes que se instauraran las democracias, evocan significados ajenos al hecho democrático mismo.

Esta diferencia de sensibilidades y percepciones entre Estados Unidos y los países europeos ha sido objeto de un estudio reciente, titulado Transatlantic Trends: 2003 Surveyz. El estudio está financiado por el German Marshall Fund, una organización norteamericana, y se basa en una encuesta realizada en Estados Unidos y en siete países europeos (Alemania, Francia, Holanda, Italia, Polonia, Portugal y Reino Unido). Intenta analizar las diferencias existentes entre los ciudadanos de uno y otro continente ante el tema que centró la charla de El Escorial de Ana de Palacio y el embajador norteamericano: las relaciones trasatlánticas. (Ver la página web del German Marshall Fund, así como un análisis de Javier Noya en la del Real Instituto Elcano).

Los resultados del trabajo corroboran algunas intuiciones, reflexiones y análisis previos. Pero también señala la existencia de coincidencias, algunas de ellas interesantes. Los norteamericanos y los europeos coinciden en un punto básico, que es el de la percepción de las amenazas. El 95 por ciento de los encuestados, a uno y otro lado del Atlántico, dicen sentirse amenazados por el terrorismo internacional. Lo mismo ocurre con otras amenazas. Un 85 por ciento de los encuestados, europeos y norteamericanos, se sienten amenazados por el fundamentalismo islámico, el conflicto palestino-israelí y las armas de destrucción masiva en Irán.

Hay más coincidencias en cuanto a la valoración mutua. Los europeos han mitigado su americanismo (del 64 al 60 por ciento con respecto al año pasado), pero los norteamericanos aumentan su europeísmo (del 53 al 60 por ciento), lo que produce un punto de coincidencia interesante. Y a ambos lados del Atlántico un número considerable de gente coincide en que Estados Unidos no debe ser el único superpoder. Los europeos son más multilateralistas que los norteamericanos, pero muchos norteamericanos lo son también, en contra de lo que piensan los europeos (sólo el 10 por ciento de los europeos cree que los Estados Unidos deben ser un único poder; en Estados Unidos lo piensa mucha más gente, pero sólo alcanza el 42 por ciento del total).

En cuanto a las diferencias, hay algunas inesperadas y otras no. De las primeras, las hay que deberían hacer reflexionar a los europeos acerca de cuál es su importancia real en el mundo que está surgiendo después del colapso del socialismo. Los norteamericanos no se sienten amenazados económicamente por los europeos (que sí se sienten amenazados por los norteamericanos en un 65 por ciento), y además un 36 por ciento de los norteamericanos consideran que Asia es igual de importante que Europa.

La discrepancia fundamental se refiere, como ya se habrá supuesto, al uso de la violencia. Curiosamente, a los dos lados del Atlántico se piensa que no se gasta demasiado en Defensa, pero en Estados Unidos un 84 por ciento de la gente opina que “en determinadas circunstancias la guerra es necesaria para hacer justicia” mientras que eso mismo sólo lo piensa el 48 por ciento de los europeos (salvo en Gran Bretaña, con un 74 por ciento).

La clave de la diferencia está por tanto en la legitimidad del uso de la violencia. Ambas partes consideran que la violencia es un último recurso, pero los norteamericanos la encuentran más justificada que los europeos. El dato corrobora lo ya propuesto por Kagan en un ensayo muy conocido, y conduce a la misma conclusión una y otra vez repetida desde el 11-S: los europeos no están dispuestos a encargarse activamente de la defensa ni se sienten solidarios de la guerra contra el terrorismo.

Bien es verdad que tampoco hay por qué hacerse muchas ilusiones acerca de la responsabilidad de los norteamericanos. El trabajo Transatlantic Trends: 2003 Survey se puede complementar con algunas encuestas aparecidas en Estados Unidos con ocasión del segundo aniversario del 11-S. Estos trabajos ofrecen unos resultados más matizados en cuanto a la percepción de las amenazas y la actitud de los norteamericanos sobre la guerra contra el terror. Los norteamericanos ya no consideran al terrorismo su principal preocupación. La economía ha vuelto al primer plano, y asuntos como la salud o los fármacos han recobrado la importancia que tenían antes del 11-S.

Como respondiendo a la observación de Ana Palacio, los norteamericanos están hoy menos predispuestos a exhibir la bandera norteamericana que hace un año: el terror se va olvidando, y con él la urgencia de la guerra. Pero una encuesta de The Pew Research Center (un instituto norteamericano de opinión pública) matiza la situación. Como comenta Lawrence Kaplan en The Wall Street Journal Europe (11.09.03), no es que se haya vuelto a la situación anterior al 10-S. Es que la cuestión de la guerra contra el terror divide profundamente a la opinión pública norteamericana. Para la mayoría de los votantes republicanos, la preocupación principal es el terror, mientras que sólo lo es para el 11% de los demócratas. Y lo mismo ocurre con los grupos sociales. Los ciudadanos blancos, los cristianos, los de medio rural y los conservadores ponen en primer lugar el terror. La economía, en cambio, tiene la prioridad para los ciudadanos negros, los no religiosos, los urbanos y los progresistas. Es curioso que en realidad sean estos los más amenazados por el terrorismo.

En resumidas cuentas: hay valoraciones bastante parecidas a uno y a otro lado del Atlántico, y aunque la opinión norteamericana es más beligerante y patriota que la europea, lo es menos de lo que solemos pensar en Europa. Conociendo la mentalidad y la beligerancia de los terroristas, como las conocemos en España, no es para sentirse ni muy seguro ni muy optimista.
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