Wook Suk Hwang y Shin Yong Moom, de la Universidad de Seoul, han anunciado (Science, 12 febrero) haber obtenido treinta embriones humanos mediante la técnica de transferencia nuclear, también conocida como clonación. Para ello, han usado 242 ovocitos procedentes de dieciséis donantes. Su anuncio recoge también que han obtenido una línea de células madre embrionarias.
¿Por qué acudir a la clonación cuando tienen acceso a embriones de los que pueden extraer ese tipo de células madre? El motivo es sencillo, pero a veces no se aclara. Cuando se habla de terapias con células madre, procedentes de embriones, se tropieza siempre con una dificultad. La misma que cuando se hacen transplantes: el rechazo de cualquier organismo cuando se introduce algo distinto a él. Este rechazo no se produce cuando se transplanta dentro del propio organismo. No se ha producido, por ejemplo, en las aplicaciones de células madre del músculo de la pierna al corazón. Si se quiere utilizar células madre embrionarias para curar una enfermedad, tenemos que producir un embrión humano, fuente de esas células, que tenga las mismas características genéticas que el paciente. La clonación aparece como el único camino para obtener esa identidad genética.
Técnicamente estamos ante un avance importante. Se ha conseguido una eficiencia en clonación humana muy similar a la conseguida con el ganado ovino (25%) y con el cerdo (26%).
¿Es conveniente para el ser humano este desarrollo de la técnica? Dicho con otras palabras, un paciente, ¿tiene derecho a usar cualquier medio con tal de curarse? ¿Se puede aplicar aquí aquello de que no todo lo que se puede técnicamente hacer se debe hacer? Al hacer estas preguntas es cuando ha surgido la polémica.
Esta polémica ya nos ocupó recientemente cuando se debatió la posibilidad de una prohibición de la ONU para cualquier tipo de clonación. Prácticamente todos los países estaban de acuerdo en negar la clonación llamada reproductiva. Respecto a la terapéutica, había una mayoría que quería también su prohibición. Al final, la Conferencia Islámica patrocinó una propuesta que fue presentada por Irán para aplazar la discusión, a la que se sumaron los países que no querían una prohibición total. Por 80 votos frente a 79, se retrasó para dentro de dos años cualquier toma de postura frente a la clonación. Como era de prever, los hechos se han adelantado.
¿Se puede defender la clonación terapéutica y negar la reproductiva, o hay que oponerse a todo tipo de clonación?
Sea terapéutica o reproductiva, estamos hablando de una clonación. Es decir, estamos produciendo un embrión humano. Algunos intentan cambiar el nombre de este embrión. Pretenden que, cuando no se usa un espermatozoide, y por tanto no hay un proceso de fecundación, como tradicionalmente se ha entendido, no estaríamos propiamente ante un embrión. Sin embargo, la prueba es muy clara. Supongamos que alguien se hace con uno de esos “clones terapéuticos” y, por su cuenta, lo implanta en una mujer. Al cabo de nueve meses nacerá un sonrosado bebé. Este nacimiento haría que tuviésemos que cambiarle el nombre al “clon terapéutico” y llamarle, ahora, “reproductivo”.
¿Es esto sensato? Es manipular el lenguaje. Poner el acento en el uso que queremos hacer de los embriones para ocultar lo que en realidad son: embriones humanos. De hecho, me parece más ético que, si damos la vida a un nuevo ser humano, lo dejemos desarrollarse. Lo que ofrece la llamada clonación terapéutica es que cada individuo tengamos un embrión clónico nuestro almacenado, del que podamos extraer células para curarnos cuando lo necesitemos.
Ahora que celebramos el segundo centenario de Kant, es bueno recordar su principio de “obra de tal manera que uses a la Humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca como un medio”. La clonación terapéutica nos ofrece una técnica, pero en detrimento de una buena ética.
El anuncio de la obtención de estos embriones clónicos querrá imponerse a cualquier discusión con argumentos éticos. También el poder de la técnica se muestra grande frente a la argumentación basada en la lógica. Por otra parte, los grandes capitales están muy interesados en todo lo que se refiere a investigación biomédica y pueden estar más atentos a la obtención de “un producto” que en fijarse en sus aspectos éticos.
Podría parecer que no hay nada que hacer. A mí me parece que estamos ante una ocasión en que toda persona está llamada a manifestarse ante lo que va a ser decisivo para su futuro. Tal y como tratemos a los embriones ahora, nos tratarán después a nosotros cuando lleguemos a viejos. Es un buen momento para hacer un ejercicio de ciudadanía democrática y, si pensamos así, manifestar nuestro rechazo con el dominio despótico de la ciencia, y de algunos científicos sobre el ser humano. Estamos ante una encrucijada de la Historia, como ha ocurrido en épocas recientes ante otras dictaduras, y seremos juzgados por nuestras obras.
Francisco José Ramiro es profesor de Bioética en el CET de Las Palmas. Miembro de la Asociación Canaria de Bioética (ACABI).