Ramoneda escribe (El País, 25/12): "La condición de ciudadano es la afirmación de la persona como sujeto político, actor del estado democrático; la condición de español, más allá de sus efectos legales, es, como todo lo que tiene que ver con lo inefable, en este caso la patria, fundamentalmente subjetivo; nadie puede ser obligado a sentirse español. De ciudadano a español me parece que hay una gran y significativa regresión".
Soflamas rupturistas
En verdad, casi pondría mi firma al pie de un manifiesto encabezado por el aserto de Ramoneda; si no fuera por un detalle capital: su preferencia por la condición de ciudadano, y su aversión a la de español, es producto de su explícita intención de votar afirmativamente en un hipotético referéndum por la independencia de Cataluña. O sea que él desea ejercer su derecho de ciudadano, sujeto político, a favor de algo inefable, la patria catalana. Y ese sí que sería un fenómeno regresivo para todos quienes no envidiamos la suerte de los Balcanes y no queremos ser ciudadanos de quita y pon sometidos a los caprichos de los creadores de nuevas patrias. La alusión de Rajoy a los españoles es infinitamente más normal, pacífica y solidaria que las soflamas rupturistas de Artur Mas y su entorno talibán.
Y si digo que el aserto de Ramoneda, despojado de su veneno secesionista, sería atractivo es porque quienes nos educamos abrevando en las fuentes del humanismo y la Ilustración procuramos abordar racionalmente, con espíritu crítico, los problemas cada día más complejos asociados a las patrias y las identidades, sin caer en obediencias ciegas, y curados también de la ingenuidad castradora y suicida que nos llevó a definirnos alguna vez como "ciudadanos del mundo".
El novelista y ensayista Amin Maalouf ha abordado este tema con rigor ejemplar en su libro Identidades asesinas (Alianza Editorial, 1999):
Todos los seres humanos, sin excepción alguna, poseemos una identidad compuesta; basta con que nos hagamos algunas preguntas para que afloren olvidadas fracturas e insospechadas ramificaciones, y para descubrirnos como seres complejos, únicos, irreemplazables.
Es exactamente eso lo que caracteriza la identidad de cada cual: compleja, única, irreemplazable, imposible de confundirse con ninguna otra. Lo que me hace insistir en este punto es ese hábito mental, tan extendido hoy y a mi juicio sumamente pernicioso, según el cual para que una persona exprese su identidad le basta con decir "soy árabe", "soy francés", "soy negro", "soy serbio", "soy musulmán" o "soy judío"; a quien, como yo acabo de hacer, enumera sus múltiples pertenencias se lo acusa al instante de querer "disolver" su identidad en un batiburrillo informe en el que todos los colores quedarían difuminados. Sin embargo, lo que trato de decir es lo contrario. No que todos los hombres sean parecidos, sino que cada uno es distinto de los demás. Un serbio es sin duda distinto de un croata, pero también cada serbio es distinto de todos los demás serbios, y cada croata distinto de todos los demás croatas. Y si un cristiano libanés es distinto de un musulmán libanés, no conozco tampoco a dos cristianos libaneses que sean idénticos, ni a dos musulmanes, del mismo modo que no hay en el mundo dos franceses, dos africanos, dos árabes o dos judíos idénticos.
Victoria o venganza
En otro artículo (El País, 10/11), esta vez conciliador con los ciudadanos etarras, Ramoneda explica, sin quererlo, por qué muchos nos blindamos contra las compulsiones identitarias que movilizan a quienes votarían a favor de la balcanización de España:
Hay un discurso que insiste en presentar a los etarras como unos monstruos de la naturaleza, que tendrían su prolongación en las gentes de la izquierda abertzale (...) Los etarras y los que les han jaleado son tan humanos como cualquiera y su comportamiento sólo prueba lo que sabemos desde Adán: que es tenue el velo que separa a las personas de la barbarie.
¡Bravo! "Es tenue el velo que separa a las personas de la barbarie". Este es el leitmotiv de otros artículos míos con citas de Henry Louis Mencken, E. M. Cioran y Woody Allen, y ciertamente lo que desgarrará dicho velo no será el mensaje de Rajoy dirigido a los españoles, sino la apelación de los secesionistas a la identidad dormida de los ciudadanos. Una vez más, es Maalouf, que por algo tituló su libro Identidades asesinas, quien advierte:
En el seno de cada comunidad herida aparecen evidentemente cabecillas. Airados o calculadores, manejan expresiones extremas que son un bálsamo para las heridas. Dicen que no hay que mendigar el respeto de los demás, un respeto que se les debe, sino que hay que imponérselo. Prometen victoria o venganza, inflaman los ánimos y a veces recurren a métodos extremos con los que quizá pudieron soñar en secreto sus afligidos hermanos. A partir de ese momento, con el escenario ya dispuesto, puede empezar la guerra.
(...)
Si los hombres de todos los países, de todas las condiciones, de todas las creencias, se transforman con tanta facilidad en asesinos, si es igualmente tan fácil que los fanáticos de toda laya se impongan como defensores de la identidad, es porque la concepción tribal de la identidad que sigue dominando en el mundo entero favorece esa desviación.
Obsesiones lingüísticas
Quienes se sienten agraviados cuando Rajoy se dirige a los ciudadanos de este país abarcándolos a todos bajo la denominación de "españoles", preferirían que enumerara cada una de las regiones que lo componen, para así estimular la concepción tribal de la identidad que denuncia Maalouf, más propicia a los referendos independentistas, al trazado de líneas rojas que separan a las comunidades o a los choques de trenes entre éstas con que amenazan los gerifaltes de la Generalitat. Con un añadido, que también se ha incorporado al credo de Ramoneda: la hegemonía lingüística, que él juzga indispensable para plantear "objetivos ambiciosos de autogobierno", hasta el punto de que "la inmersión lingüística es un terreno en que CiU no puede hacer concesión alguna y si el PP insiste enrarecerá la relación" (El País, 8/9).
El historiador comunista británico Eric Hobsbawm, de quien me encuentro en las antípodas ideológicas, pero que cuando se quita las anteojeras dogmáticas suele escribir cosas muy sensatas, explicó en Naciones y nacionalismo desde 1780 (Crítica, 1992) la relación que existe entre el nacionalismo, el racismo y las obsesiones lingüísticas:
Los vínculos entre el racismo y el nacionalismo son obvios. La raza y la lengua se confundían fácilmente, como en el caso de los arios y los semitas, lo que causaba mucha indignación a estudiosos con escrúpulos como Max Müller, que señalaban que la raza, concepto genético, no podía inferirse de la lengua, que no era heredada. Además, hay una analogía evidente entre la insistencia de los racistas en la importancia de la pureza social y los horrores de la mezcla de razas y la insistencia de tantas formas de nacionalismo lingüístico –estoy tentado de decir la mayoría– en la necesidad de purificar la lengua nacional de elementos extranjeros (...) El nacionalismo lingüístico y el étnico se reforzaban mutuamente de esta manera.
Joan-Lluís Marfany (La cultura del catalanisme, Empúries, 1995) y Enric Ucelay-Da Cal (El imperialismo catalán, Edhasa, 2003) aportan numerosos ejemplos de la influencia que las teorías racistas del conde de Gobineau y de Joseph Chamberlain ejercieron, a finales del siglo XIX, sobre los precursores del actual nacionalismo catalán. Entre éstos sobresalió Pompeyo Gener i Babot, conocido en los ambientes bohemios como Peius. Ucelay-De Cal reproduce uno de sus textos, del que extraigo algunos fragmentos:
En España, en suma, la población puede dividirse en dos razas. La Aria (celta, grecolatina, goda) o sea del Ebro al Pirineo; y la que ocupa del Ebro al Estrecho, que, en su mayor parte, no es Aria sino semita, presemita y aun mongólica (gitana) (...) Pues bien, la que proporciona la mayoría de funcionarios, de adeptos, y de gente que acata y sufre resignada esa máquina dificultativa del funcionalismo administrativo-gubernamental, es la raza que va del Ebro al Estrecho de Gibraltar, castellanos, andaluces, extremeños, murcianos, etc. (...) Sólo las razas godolatinas de las provincias del Norte, y sólo ciertas clases de las ciudades latinas del Sur se han opuesto al despotismo gubernamental y han proclamado y sostenido las instituciones liberales. (...) Así es que sólo las razas Arias, y de éstas, las latinas, son, hasta hoy, razas independientes por temperamento.
Pitonisa del secesionismo
Sería fácil archivar estos despropósitos en el cajón de los anacronismos, pero sucede que se han clonado, casi sin esfuerzos por modernizarlos, en el repertorio de algunos reputados propagandistas del secesionismo de nuestro tiempo. Un ejemplo patético de esta regresión exacerbada lo encontramos en el muy jaleado libro El preu de ser catalans (Meteora, 2007), de Patricia Gabancho. En el boletín on line de la Asociación por la Tolerancia practiqué, con el título "Totalitarismo de ida y vuelta", una escueta disección de este panfleto, con el propósito de demostrar que esta argentina radicada en Cataluña y convertida en pitonisa del secesionismo más atrabiliario pretendía importar de su (nuestro) país de origen los componentes bárbaros del totalitarismo peronista para reforzar con ellos la trama de su nuevo tinglado.
Gabancho se define como "una argentina que vive en Cataluña". "Llevo más años viviendo en Cataluña que los que jamás he vivido en Buenos Aires", escribe; "no me he nacionalizado española, no tengo derechos políticos. Ningún inmigrante los tiene". El hecho de que esta activísima agitadora mediática, periodista, tertuliana y escritora compare su indocumentación voluntaria e hispanófoba con el desdichado estatus de una empleada del hogar peruana, un mantero africano o una prostituta ucraniana ya nos dice mucho acerca de su ecuanimidad y credibilidad.
Su añoranza por los caudillos de las montoneras degolladoras argentinas del siglo XIX, reivindicadas por el peronismo, la empuja a idealizar el pasado feudal catalán, poblado de mercenarios almogávares. Y escribe:
La cultura catalana pertenece a un país que tuvo sus quince minutos de gloria en la Edad Media (...) La Edad Media marca la cima del poder cultural, político y lingüístico catalán; la máxima extensión en el mapa: el ducado de Neopatria y el Partenón de Grecia como joya principal de condes-reyes (...) Entendámonos, la savia popular, tanto de la lengua como de las tradiciones y costumbres, no se ha perdido jamás. Es la sardana, la fiesta mayor, los diablos, los trabucaires, los castellers, las coplas de Semana Santa y los gozos a la Virgen (...) Este sedimento ha persistido siempre, pero hay que convenir que gran parte de ello pertenece a una modalidad de cultura más bien rural, preliteraria, tradicional y folklórica. Nuestro folklore no es el flamenco, ni las canciones de la Pantoja: nuestro folklore es eso, y es un folklore dignísimo, vivísimo y particularísimo. TV3 es nuestro folklore.
Gabancho pone la guinda a estos desvaríos cuando suma su aporte al vademécum de los lunáticos racistas con el descubrimiento de "el genoma cultural catalán":
Es un término que propongo para definir el conjunto de referentes que sirven para crear y/o interpretar la cultura. Los individuos de una cultura comparten este genoma, y lo fecundan con la parte universal de la cultura que catan. En otras palabras, el genoma es una combinación de lo imaginario (el entorno), la identidad (lengua y tradición), el momento (moda/tendencias) y el mundo (cultura universal), pasada por el filtro de los creadores nacionales.
Visto lo visto, la voluntad expresa de Mariano Rajoy de gobernar para todos los españoles nos inyecta un antídoto contra la patología tribal de los retrógrados que se confabulan para fragmentar nuestro país, a duras penas europeizado, y para convertirlo en un amasijo de republiquetas balcanizadas.