Se acabaron las especulaciones, las quejas, los regates de papel prensa o las amenazas de quienes moralmente se creen superiores a los nacionalistas. Tampoco valen ya las declaraciones de principios ni los manifiestos intelectuales. Si tenían alguna razón de ser, se ha de demostrar en la realidad. Y arremangarse, bajar al fondo de la caverna como los esclavos ilustrados de Platón. Tirar la piedra y utilizar la mano para sostener el asa de porcelana de la taza de té daría la razón a los nacionalistas. Y, lo más importante, han de definir el universo ideológico donde disponer las fuerzas y unir voluntades. Tarea aparentemente sencilla, pero esencial para saber qué somos, qué queremos, cómo queremos conseguirlo, y cuándo. Intentaré pensar en voz alta, plasmar las circunstancias que nos rodean, salir del laberinto.
Qué somos
Ciudadanos. Con este concepto ya lo he dicho todo, aunque cuando se dice todo en una palabra se corre el riesgo de no decir nada, o que cada cual la amolde a su universo personal y acabe no reconociéndose en ninguno. Sin contar que todos, todos, somos ciudadanos, no sólo los que nos pretendemos denominar así.
Ciudadanos remite al concepto de soberanía personal, clave para entender las relaciones políticas, sociales y morales dentro de los Estados de Derecho. Nace con la revolución e independencia americana de 1776 y la Revolución Francesa de 1789, que acabaron con el poder absoluto del Rey; la primera, mediante la independencia de Inglaterra, y la segunda convirtió a los súbditos sin derechos en ciudadanos; o lo que es lo mismo, los hombres dejaron de ser objetos del poder para pasar a ser sujetos de la acción política. Ahora los ciudadanos son la base legitimadora de la nación, y no meros objetos pasivos o súbditos sumisos al poder real.
Ciudadanos de Cataluña nace precisamente porque, a pesar de vivir en un régimen democrático formal, una parte de la población no se sentía sujeto de la acción política sino mero objeto, súbdito en la práctica. Desde las instancias institucionales de la Genaralitat, los nacionalistas ponían la identidad, la etnia, la nación por encima del hombre libre o ciudadano. Nada nuevo respecto al Antiguo Régimen que las revoluciones ilustradas borraron de la historia. Buscaron además en los derechos históricos el fundamento de su legitimidad. Era ahora el grupo nacional, la propiedad de la tierra o la pertenencia a la tribu la fuerza moral, frente a los derechos individuales de sus ciudadanos. Identidad frente a ciudadanía. Una aberración tan rancia como el derecho de pernada. De ahí viene la rebelión de Ciudadanos. En lo sucesivo habremos de atenernos a su condición y obrar en consecuencia a la hora de definir el espacio ideológico. Volveré sobre ello.
Qué queremos
Nuevamente, una pregunta ociosa; pero no nos engañemos: si no se resuelve desde el principio los senderos se multiplicarán, y su disparidad disipará las energías de los protagonistas en la nada. Y si retrasamos su definición sólo aplazaremos el problema y complicaremos su solución. ¿Por qué? Porque el personalismo, la tentación sectaria o la confusión de ideas acabarían cayendo en el error de repartir áreas de decisión y poder entre los grupos enfrentados por la hegemonía ideológica.
Como consecuencia, las ideas y las energías más nobles llegadas a Ciudadanos quedarían desplazadas por los venenosos mecanismos de cocina típicos de los partidos burocráticos existentes. Mala cosa. Pan para hoy y hambre para mañana. O peor, vuelo de avestruz incapaz de alzar nunca el vuelo. Lo último que deberíamos permitir; porque la responsabilidad adquirida es de tal naturaleza que su fracaso elevaría el nacionalismo a la posición hegemónica capaz de hundir definitivamente la posibilidad de que en Cataluña se respete la cultura y los derechos de buena parte de la población.
Si bien es cierto que en las actuales circunstancias es imprescindible la lucha por los derechos democráticos básicos por encima de las ideologías, no lo es menos huir de los partidos peronistas, donde llegaron a coexistir corrientes de todo tipo, incluidas las de extrema izquierda y extrema derecha, enfrentadas a tiros y que falsearon el propio sistema democrático. Si alguien tiene alguna duda, mire, por favor, la historia de los últimos 50 años de la Argentina.
Por el contrario, es el sistema democrático el que debe garantizar diferentes ideologías a través de partidos diversos, siendo cada uno de ellos a los que corresponde la obligación de tener una mínima coherencia ideológica interna, para hacer propuestas coherentes y contrastables. En casos extremos de debilidad democrática correspondería a los partidos hacer coaliciones, por encima de sus enfrentadas ideologías, para fortalecer o salvar la democracia.
Por eso es preciso definir los fines. Ciudadanos ha nacido por un problema específico en Cataluña. Desde la Transición, los partidos de izquierdas, sobre todo el PSC, buscaron los votos de la población obrera catalana no nacida en Cataluña, pero excluyeron sus derechos culturales y sociales. No les fue mejor a los socialistas no nacionalistas nacidos en Cataluña. Con la llegada de Maragall a la Generalitat, también ellos se sienten excluidos, además de timados; les han colado la identidad nacional en sustitución de la lucha por la justicia social. Unos y otros ya no se sienten representados en el "Parlament de Catalunya". Lo han nacionalizado. Y si esto les parece subjetivo, les pondré un dato objetivo: nadie utiliza nunca el español en el "Parlament de Catalunya". Y lo que es peor, están convencidos de que así debe ser, a pesar de que más de la mitad de los ciudadanos de Cataluña tengan esta lengua como propia.
No es lo peor; la exclusión alcanza a las ideologías. Ha llegado un momento en que si no aceptas el presupuesto del nacionalismo quedas excluido de la vida social y eres visto como un traidor a la Masía. A eso se le llama cosmovisión totalitaria. También esto puede ser subjetivo. Pongamos un ejemplo objetivo: el conseller Huguet pretende erradicar todo vestigio cultural diferente al que se han construido desplazando las muñecas sevillanas y los toros de felpa de los comercios de souvenirs de las Ramblas, o de cualquier chiringuito playero de la Costa Brava, por artesanía con pedriguí catalán.
Ya sé que es ridículo el ejemplo, pero precisamente por eso, porque no hay relación racional entre la labor de un ministro del Gobierno de Cataluña y la cutrez de un activista xenófobo del tres al cuarto, por eso, repito, el ejemplo es significativo. Si hasta esto llega el atrevimiento, qué no harán cuando el tema sea trascendental o tengan el poder para hacerlo. Pongan, si no, el ejemplo de este mismo señor cuando amenazó con la guerra civil si Madrid no aprobaba el Estatut.
El problema, por tanto, es de exclusión y de recuperación de derechos democráticos previos a toda confrontación de ideas. En el primer caso es preciso rescatar el voto cautivo que vota al PSC creyendo que lo hace al PSOE, y en el segundo generar formas democráticas, o reconquistarlas, para que nadie pueda ser excluido por sus ideas. En este último terreno la ideología sobra. No es una cuestión de izquierdas o de derechas, es de democracia. En el otro, es preciso ocupar el centro izquierda traicionado por el PSC sin renunciar a las simpatías de quienes se sientan sólo liberales. Por una doble razón: porque es el espacio ideológico en Cataluña que no tiene a nadie que lo represente en el Parlamento y porque cualquier otro espacio no aportaría ninguna novedad en el espacio político catalán.
Buena parte de los presupuestos liberales y no nacionalistas de Ciudadanos ya los representa el Partido Popular de Cataluña: tratar de ocupar ese espacio sería redundante y dividiría fuerzas. Sin contar que, en dos telenoticies y cuatro titulares de prensa, la propaganda nacionalista los habría convertido en los progres/pijos del PPC. Mal negocio.
Y, sobre todo, el espacio electoral más alienado seguiría cautivo del PSC. Es preciso captar las especiales circunstancias de acoso moral a que ha sido sometida la sociedad catalana por el nacionalismo, y sobre todo el mundo obrero cercano al partido socialista, para darse cuenta del complejo ideológico que este mundo soporta ante la menor insinuación de pertenecer a la cosmovisión española representada por el PP. Es tal el repudio, es tan eficaz el estímulo conductista, que sólo si nace un partido sin complejos alrededor de su universo ideológico es posible ganar su confianza y ayudarles a comprender la alienación que nos tortura. Sólo así podrían recuperar su autoestima, reencontrarse con una cultura española de la que no deben avergonzarse y descubrir el tocomocho del nacionalsocialismo.
Y, de paso, que la sociedad catalana pueda votar por partidos constitucionalistas de izquierdas y de derechas donde España deje de ser el Hombre del Saco en que la han convertido los nacionalistas.
Ese centro izquierda, no obstante, habría de alejarse de las veleidades sectarias de la izquierda histórica, abandonar su superioridad moral nunca demostrada y recuperar el espíritu ilustrado que le llevó a querer cambiar el mundo. O, dicho de otro modo, mantener su lucha por la igualdad y la justicia social e incorporar principios del liberalismo político imprescindibles para defender la libertad individual frente a la alienación colectivista, la identidad nacional o cualquier otra nacionalización de la ciudadanía.
Si no queremos contradecir lo que llevó a Ciudadanos a formarse y reivindicarse con tal nombre, es preciso estar tan cerca del Manifiesto de Euston como alejados del indigenismo maoísta de Evo Morales.
Para hacer posible el acuerdo es imprescindible que Alejo Vidal-Quadras vuelva a liderar el Partido Popular de Cataluña. Puede que sea el líder que posea mayor voluntad de combatir y tenga más claro el peligro actual del nacionalismo identitario. Con él se acabarían de cuajo todas las luchas intestinas y sectarias que se adivinan tras la variopinta variedad de intereses ideológicos de los Ciudadanos. Quienes se han acercado a Ciudadanos huérfanos de un liderazgo nítido en el PPC, volverían raudos con Alejo, y quienes en Ciudadanos confían toda su suerte al terreno abandonado por la izquierda habrían de afilar sus capacidades para hacer la labor pedagógica y el activismo necesario para llegar a las bases del PSC. Y, mientras tanto, buena parte de las posibles discordias nacidas del afán por controlar la línea ideológica de Ciudadanos se disiparía.
El liberalismo de Alejo Vidal Cuadras garantizaría a unos el discurso político de Ciudadanos en el PPC, y Ciudadanos garantizaría al resto el discurso social que el centro izquierda representaría.
Con un partido de Ciudadanos situado en el centro izquierda en el Parlament, buena parte de los problemas actuales se evaporarían de golpe. Su sola presencia obligaría al PSC y a Iniciativa per Catalunya a recuperar un discurso social abandonado, respetar el bilingüismo y alejarse de la obsesión identitaria nacionalista. De lo contrario, su base social obrera, inmigrante y castellanohablante lo abandonaría, y la catalanohablante no nacionalista le pediría cuentas. Saben que su discurso actual de traición a sus bases sólo se sostiene con la manipulación y el control de los medios de comunicación de masas. Eso se acabaría con tres diputados de Ciudadanos en el Parlament.
Ahora bien, si Ciudadanos sólo ha de ser un parche para devolver el alma democrática a Cataluña, podríamos estar cometiendo un error histórico. Ciudadanos ha de ser un proyecto español. El virus nacionalista que se inició en Cataluña está infectando a otras comunidades, y amenaza carcomer todo el cuerpo social de España. Mientras hubo dos partidos constitucionalistas, el problema se enmascaró; con el PSOE trapicheando con los nacionalistas, todo se puede ir al traste, al menos en la medida en que ahora lo conocemos.
Buena parte de la culpa la tiene el sistema electoral español, que prima a las minorías regionales frente a los partidos estatales. Faltos de mayorías absolutas, uno u otro, no sólo el PSOE, han cedido más de la cuenta. Es preciso crear un partido bisagra, el tercer partido nacional que dé apoyo tanto a uno como a otro en temas de interés nacional sin pedir nada a cambio.
Cómo queremos conseguirlo
Somos ciudadanos, queremos un partido de centro izquierda español; ahora debemos saber cómo queremos conseguirlo. Para empezar, deberíamos huir de cualquier hábito o costumbre de los partidos al uso. Ha de ser un partido fresco, dinámico, que incorpore internet como herramienta útil para discutir, elaborar y tomar decisiones colectivas, lo que hasta ahora sólo se hacía en reuniones de dirigentes alejados del control de las bases, y muchas veces contra ellas.
Las ideas han de sustituir al sectarismo de los grupos, los proyectos han de anteponerse a los liderazgos emocionales; listas abiertas siempre; limitación de mandato a dos legislaturas y de forma generalizada a todos los cargos políticos; estricto cumplimiento de las promesas electorales y publicación sistemática de las cuentas del partido. Las formas, así, se convertirían en el alma misma de Ciudadanos, porque en democracia muchas veces son más importantes que el contenido mismo.
Estamos hartos de comprobar cómo la incoherencia, la mentira, la venta, la manipulación o el sectarismo de un dirigente de derechas tienen su réplica en su homólogo de izquierdas. Parece como si lo único importante fuera conseguir el poder, si no se tiene, o conservarlo a costa de cualquier cosa, si se detenta. Pongan ustedes mismos los ejemplos. Creo que sería tan extravagante actuar decentemente en política que podría llegar a ser rentable. Y si no lo fuera, al menos nos respetaríamos a nosotros mismos. Que no es poco.
Con presupuestos de este tipo, es preciso que desde ahora mismo denunciemos toda práctica sectaria, cualquier intento de agrupar voluntades para hacer del partido una finca particular o al servicio de otras formaciones. No importa con qué coartada ni en qué coyuntura. Se transige en lo poco y se acaba justificando todo. Si no se denuncia desde el principio, en menos que canta un gallo sólo nos diferenciaremos del resto en el nombre.
Quiero hacer especial hincapié en tener especial cuidado en detectar y erradicar aquellos proyectos que pudieran estar jugando a favor del Partido Popular o del Partido Socialista. Hay muchas disculpas razonables para hacerlo, por unos o por otros, pero no sería el proyecto de Ciudadanos, sino la decisión maquiavélica de estas formaciones para abortar su posibilidad. Repito, no importa con qué disculpas o coyunturas, hemos de tener el carácter y la personalidad suficiente para no dejarnos engatusar por sus cantos de sirena.
Quien quiera trabajar en Ciudadanos ha de perder toda esperanza de puentearlo. Han de quemarse las naves, claramente, sin tapujos ni disculpas. Si algún día se pudiera o se quisiera colaborar con esas formaciones, u otras, sería de partido a partido, con la autonomía propia de una formación independiente.
Y cuándo
¿Cuándo queremos empezarlo? ¿Hasta cuándo podemos esperar? Son las circunstancias las que lo están retrasando, pero el cuándo es obvio. Hoy mejor que mañana. Y vamos con mucho retraso. El referéndum del Estatut está a la vuelta de la esquina, las elecciones también, y en Ciudadanos todavía se está con si son galgos o podencos. ¿A quién beneficia esto? Desde luego, al proyecto de Ciudadanos ¡no!