Y es que ese fino intelectual caraqueño padece del mismo síndrome que siglos atrás aquejara a los Borbones. Nunca olvida nada y nunca aprende nada. Sucede que la última idea del protegido del angelical Lula en la lucha final contra el sentido común ha sido ordenar, por decreto, un incremento general de todos los salarios en un 20 por ciento. Pero también sucede que esa medida, aplaudida con entusiasmo por progresistas y orates a ambos lados del Atlántico, resulta ser un calco milimétrico de la política económica que impusiera el camarada José Antonio Girón de Velasco en la lejana España de 1956. También entonces el argumento testicular fue el único aval teórico al que recurrieron los falangistas para legitimar la medida. Porque tampoco aquellos viriles enemigos del capitalismo materialista y decadente perdían su precioso tiempo en estudiar economía y en averiguar qué vínculos existen entre los sueldos y la productividad. Por eso y porque Chávez, que es marxista de los de Groucho, debe querer dar la razón al otro Marx —al que decía que la Historia siempre se repite en forma de farsa—, la crónica de lo que va a pasar con la economía venezolana en el próximo año ya está escrita, para quien quiera conocerla, en los libros de historia económica del primer franquismo.
Si Lula cree que los países sólo se desarrollan cuando otros les regalan las infraestructuras, falangistas y chavistas tienen fe en que, doblando la cantidad de billetes de banco que lleva la gente en los bolsillos, se consigue doblar la cantidad de mercancías que hay en los escaparates de las tiendas. Así, en la España del nacionalismo económico, las murallas arancelarias, la sustitución de importaciones, el INI y los bocadillos de sardinas, Girón ordenó dos subidas consecutivas de los salarios monetarios que casi doblaron las nóminas que tenían que afrontar las empresas cada mes. Y como —al igual que ocurre ahora en la Venezuela de Chávez— el despido estaba prohibido en la práctica, los empresarios no tuvieron otro remedio que acudir raudos a endeudarse con los bancos para poder efectuar los pagos. Y como el Estado —al igual que ocurre ahora en la Venezuela de Chávez— se creía más competente que los individuos privados para decidir cómo y a qué destinar los recursos productivos del país, también empezó a endeudarse para financiar sus ocurrencias empresariales. Transcurría 1956 y, con el Banco de España fabricando dinero para financiar al Gobierno y los bancos privados fabricando créditos para financiar los decretos de Girón, en el país seguía faltando de todo, pero empezó a rebosar el dinero por todas partes.
En la jerga de los economistas se llama “bienes de alta elasticidad-renta” a todas esas cosas que la gente corre a comprar en las tiendas el día que le aumentan el sueldo. E, incrementado o no, el tiempo que suele tardar la gente en gastarse el sueldo lo estudian utilizando un concepto al que bautizaron “velocidad de circulación del dinero”. Pues bien, en la España del dirigismo, la planificación y Girón —al igual que debe estar ocurriendo ya en la Venezuela del dirigismo, la planificación y Chávez—, la población, harta de su dieta de país pobre, del bacalao con pan centeno, se apresuró a intentar proveerse de huevos frescos, leche y carne de ternera. Pero el decreto de Girón, para sorpresa del propio Girón, no había logrado que el número de gallinas, vacas y terneras de que disponía el país se doblase de la noche al día. Y como las inversiones del intervencionismo industrial se estaban haciendo con olvido de la agricultura y la ganadería, el sector no podía responder, ni a corto ni a medio plazo, a ese incremento repentino de la demanda. Pero como, además, para sostener a la industria protegida tenía que existir un complejísimo tinglado que racionase las pocas divisas que esa economía estatista era capaz de generar, tampoco era posible recurrir a las importaciones para satisfacer esa demanda desbocada. Por eso, cuando todo el nuevo dinero empezó a agolparse delante del viejo escaparate medio vacío de siempre, los precios empezaron a correr; y tras ellos se disparó la velocidad de circulación del dinero, iniciando una competición similar a la que se practica en los canódromos con los galgos y la liebre mecánica. Al final del juego, en 1958, la inflación había conseguido reducir la participación de las rentas del trabajo en la renta nacional, los trabajadores veían cómo sus salarios reales habían disminuido y su posición relativa empeorado, y el país estaba al borde de la quiebra. Hasta aquí, el retrato de la economía venezolana en 2004.
Chávez, como su camarada Girón, quiere ignorar una de las evidencias más simples de la ciencia económica, ésa que sostiene que sólo hay un medio para elevar permanentemente el salario de todos los trabajadores: acelerar el incremento del capital en relación al aumento de la población. En 1959, el franquismo la entendió y puso en marcha el Plan de Estabilización. Por su parte, Chávez, siempre siguiendo la estela de los anticapitalistas peninsulares, sólo entendió que tenía que poner en marcha su versión de “Crónicas Marcianas”, ésa que conduce personalmente en la televisión pública del país.
TRAS LOS PASOS DE GIRÓN
Chávez y las piedras
El que afirma que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra es un aforismo demasiado optimista —por lo restrictivo— y, sin duda, fue acuñado por alguien que no tenía en cuenta que nuestra especie también incluye a individuos como Hugo Chávez.
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