Fui muy torpe, respondí algo así como que me parecía muy bien que las señoritas se casaran, pero que tenía trabajo. La sorpresa desapareció de su mirada y sólo quedaba indignación: “Pero, ¡si es su Princesa!”, me acusó. En realidad era una de las Infantas, no recuerdo cual, la que se casó en Sevilla en todo caso. Al día siguiente, consciente de haber metido la pata, le dije a la señora Rito que las ceremonias habían sido retransmitidas por la noche y que lo vi todo, lo cual era muy exagerado.
Contemplé durante unos minutos Sevilla en fiesta por TVE internacional, probablemente la peor cadena de televisión del mundo. No se serenó, algo de sospecha permanecía en su mirada y yo me dije que la Corona española era popular, ya que no sólo había multitudes por las calles de Sevilla sino que mi portera portuguesa se indignaba de mi indiferencia.
Pues me ocurrió algo parecido el sábado pasado. Habiendo recibido la víspera las pruebas (antes decíamos galeradas ¿no?) de mi próxima novela me pasé la tarde releyendo y corrigiendo, como siempre con el doble sentimiento de alegría y angustia, qué mierda has escrito... ¡No estaba para bodas! Y sólo a la una y pico de la madrugada contemplé los recios chaparrones que habían enturbiado la boda del Príncipe Felipe con la ex periodista Letizia Ortiz. De las pocas imágenes que vi, me quedo sobre todo con la lluvia que le daba un toque de vodevil al real evento y la impresión de que los más, digamos emocionados, eran los padres, y sobre todo la reina Sofía, que el Príncipe parecía tieso e indiferente, y que la novia se pasaba con sus sonrisitas y muequecitas.
Pero vayamos al grano, María Rito en el fondo tenía razón, mi poco interés por las bodas reales proviene del hecho de que soy republicano. Republicano, ateo y liberal, sin ser masón ¡todavía hay clases! Pero, tanto o más que republicano, soy democrático –no veo contradicción– y acepto el veredicto de las urnas, y hemos votado una Constitución que incluye la Monarquía constitucional, precisamente, y si Franco designó a Juan Carlos como Rey de España, después de su propia muerte ni dictó ni siquiera esbozó dicha Constitución, que nada tiene de franquista, que no nos vengan con cuentos.
Cuando aún nos hablábamos le expliqué a Mario Vargas Llosa por qué, pese a aceptar la Constitución monárquica que se había votado, seguía siendo republicano, ya que al ser el dinástico el principio básico de toda monarquía, un Rey podía ser bueno para su país, y su hijo nefasto, y que por lo tanto prefería, me parecía más democrático, las sociedades en las que se podía cambiar al Presidente cada cuatro o cinco años, mediante elecciones. Antaño, a los reyes que no gustaban o molestaban se les degollaba, pero, como hemos abolido, y menos mal, la pena de muerte en Europa... De todas formas, yo prefiero que los electores mantengan o cambien los jefes de Estado, sin degollamientos. “Eso no plantea el menor problema en España”, me respondió más o menos Mario, y me explicó que habiendo sido profesor invitado de una gran universidad norteamericana (no recuerdo cuál) en donde el Príncipe Felipe había cursado estudios, sus profesores loaban su dedicación y su inteligencia. Muy bien, dije, pero se puede ser un brillante alumno en una gran universidad norteamericana y un pésimo Rey de España, tampoco hay contradicción. Su padre, el Rey Juan Carlos, se portó como Dios manda el famoso 23-F, o “tejerazo”, y no obstaculizó, sino más bien facilitó la transición democrática y otras cosas que todo el mundo conoce, y que la prensa resume torpemente diciendo que los españoles no son monárquicos, son “juancarlistas”.
El caso es que el Rey, según me contó hace años José Luis Leal, ha logrado su propósito de reconciliar a la monarquía con el pueblo español. Esto es cierto, pero yo sigo siendo republicano. Recordaré que en Francia y otro países europeos, a nuestro Rey se le daba seis meses de reinado y luego volvería la República. Está visto que cuanto más vecinos de España, menos entienden nuestro país, los políticos y los medios. Pero hubo también españoles, desde luego exquisitas minorías, que soñaron con Tierno Galván como primer presidente de la III República y cuando yo me partía de risa se extrañaban: "¿Cómo no has pensado en Tierno como presidente?" Pues no, jamás lo imaginé un segundo porque pese a mi pesimismo existencial, me ocurre a ratos ser optimista, no apostar por catástrofes y desde luego jamás imaginé al estafador de Tierno Galván como presidente de la República, ya sobraba como alcalde de Madrid.
Una vez más me referiré a Jean-François Revel, quien hace algunos años cuando se abrió un amplio y absurdo debate en Francia, oponiendo República y Democracia, recordó que varios países de Europa eran monarquías constitucionales: Reino Unido, Holanda, España, los países escandinavos, etc, mientras que repúblicas eran los países comunistas totalitarios y que él, aun siendo francés y aceptando la tradición republicana de su país, prefería, sin lugar a dudas, las monarquías constitucionales a las dictaduras comunistas "republicanas". En realidad, detrás de esa batalla semántica entre república y democracia, lanzada entonces por Jean-Pierre Chevenement, fuertes sectores del PS pero también muchos gaullistas, se ocultaba la viejísima batalla entre jacobins y girondins, los unos partidarios de un estado prepotente y de un país ultracentralizado, para los cuales, incluyendo a los gaullistas, la URSS no era un espantapájaros, más bien al revés, y los partidarios de una sociedad un poquitín más abierta, o sea, un poquitín más liberal, no demasiado, porque en Francia el liberalismo no existe como fuerza política. Además, las cosas como son, en España hoy, los republicanos declarados son cadáveres que apestan: el falanjo-estalinista Haro Tecglen; el aventurero de poca monta García Trevijano o el cómplice de los asesinos de ETA Carod Rovira. Con esa gentuza yo no apuesto ni un duro y preferiría incluso calarme con los chaparrones monárquicos del pasado sábado.
Hace algunos años yo pensé y escribí que una de las etapas más importantes en la construcción europea sería la elección de su presidente. Presidente y no rey y aún menos emperador de toda Europa, lo cual obligatoriamente arrinconaría a las monarquías existentes, pero con el caos actual en Europa, y no el embrujo, sino la amenaza turca, cualquiera sabe lo que será, si es, Europa.