El lunes por la mañana rechacé la presentación en sociedad del enésimo Don Quijote de Francisco Rico (en el Círculo de Lectores) pues tal parece que él fuera el autor de la novela y no Cervantes, segura además de que nos espera una larga serie de actos conmemorativos del IV Centenario, que nos harán añorar a Lope o a Quevedo. Tampoco pude asistir al Homenaje a Maimónides (en este caso se trata de conmemorar el VII Centenario de su muerte) que organizaba la Federación de Comunidades Judías de España y la Comunidad Judía de Madrid, porque su horario era incompatible con mis nuevas obligaciones radiofónicas, y me temo que si no hay fútbol que lo remedie, eso me vaya a pasar con relativa frecuencia en el futuro, pues los actos para dicho homenaje están previstos a las 20h del 18 de octubre al 4 de noviembre. En cambio el martes por la mañana asistí a la lección inaugural del Curso Académico del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset. La dio Jon Juaristi con una conferencia titulada Cervantes y las identidades españolas. Miren por donde hay otras maneras de homenajear al maestro sin tener que pasar por Rico. Y fue un alivio porque Juaristi estuvo soberbio. Ignoro cuantos de los presentes disfrutaron con las cosas que dijo sobre las identidades españolas, tema sobre el que ha escrito un libro entero, pero casi todos rieron con ganas cuando mimó a la perfección el acento de aquel personaje que le sale al paso a don Quijote hablándole en mal castellano "y peor vizcaíno". Ese mismo día, y gracias al fútbol, pude asistir por la tarde a la inauguración en el Museo del Prado de la exposición "Retrato español, del Greco a Picasso". Fue muy aleccionador pues quedaba muy clara la ruptura con la pintura española que protagonizó Picasso en el siglo XX.
Y así como desagravié a Cervantes asistiendo a la conferencia de Juaristi, ya había tenido previamente la ocasión de compensar también a los judíos acudiendo a la presentación de una novela de Adolfo García Ortega en la sede madrileña de la asociación judeoespañola, Hebraica. La elección del lugar se justifica ampliamente, como verán, y no resultaba tan atípica como el día y la hora, pues tuvo lugar un sábado, pasadas las nueve y media de la noche. Esto no ayudó a que el acto fuera tan multitudinario como hubiera sido de esperar en cualquiera de los lugares habituales para tales eventos, pienso el Círculo de Bellas Artes, por ejemplo, máxime cuando García Ortega, además de un escritor de fuste (novelista, poeta y traductor), es director de la editorial Seix Barral; sin embargo no pudo elegir un lugar más oportuno para hacerlo, respaldado en el empeño por la Librería Hebraica que puso a disposición de los presentes ejemplares del libro, publicado en la editorial madrileña Ollero y Ramos. Hablo de la oportunidad del entorno porque el tema de El comprador de cumpleaños es un homenaje a los judíos y, en particular, a las víctimas del Holocausto y más en particular al largo millón y medio de niños, de santos inocentes, sacrificados. El libro no es una novedad furiosa, pues salió en 2002 (ya saben que en el vértigo editorial novedad es lo que aparece en el año y a ser posible en los últimos seis meses), pero sin duda se nos pasó por alto a más de uno y utilizo el plural porque es lo que me ocurrió. Por tanto agradecí enormemente a los organizadores, y por supuesto a Hebraica, que se les hubiera ocurrido rescatar este título pues es uno de los más hermosos de los que le he leído a García Ortega, y aprovecho la ocasión para explicar que conozco bien su obra ya que fui responsable de la publicación de su primera novela, Mampaso, en Mondadori, hace ya más de catorce años que es el tiempo que dura nuestra amistad.
Fiel a su propósito, expresado en más de una ocasión, de escribir libros totalmente diferentes unos de otros, García Ortega ha elegido un tema bien ajeno al de sus anteriores obras. En "El comprador de cumpleaños" el escritor aborda una historia terriblemente dura tanto para él como para el lector. Está escrita en primera persona y el narrador es una especie de alter ego del autor, al que transfiere su temprana preocupación por el Holocausto. En un libro de Primo Levi, La tregua, encuentra la referencia a un niño de tres años, martirizado en Auschwtiz y a partir de entonces toda su obsesión es descubrir algo más sobre su existencia. Esto le da pie para especular sobre sus antecedentes y regalarle varios aniversarios, inventándole diferentes alternativas de supervivencia que alterna con una muy detallada documentación sobre las torturas infligidas por el siniestro Mengele a miles de niños así como con una lacerante recreación del triste destino de algunos supervivientes reales del Holocausto: los escritores Primo Levi, Jean Améry y Paul Celan, respectivamente. La presentación consistió en un diálogo entre Jacobo Israel, presidente de la Comunidad judía de Madrid y el autor. Después de oírlos y, sobre todo, después de leer el libro, me quedó muy claro el propósito redentor de la novela. Redentor y catártico, que en el fondo es lo mismo. Al salir de Hebraica, el cartel que en la puerta nos aconsejaba mirar antes de abrir me recordó que aunque la tragedia en que desembocó el antisemitismo europeo del siglo XX –esa misma que evoca en esta novela García Ortega– forma ya parte del pasado, el recrudecimiento del antisemitismo de la izquierda proislamista y bienpensante nos induce a temer nuevas atrocidades en el futuro. Vivimos en una democracia, tenemos garantizadas nuestras libertades, ¿conocen ustedes en el Madrid abierto y plural alguna otra entidad cultural en la que haya que tomar esas precauciones para salir y entrar de sus locales?