Menú
CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Carlos Fuentes: la palabra y la mentira

He leído poco a Fuentes, no me interesa, su conformismo me aburrió y lo dejé. Hasta que leí esta semana un artículo suyo en El País. Me partí de risa. Con algunas citas cultas y algo mejor escrito que los editoriales y columnas, sólo se trata de la habitual retahíla antiyanqui que conocemos de sobra, aunque Fuentes, para tocar el gordo de la subvencionada progresía, llegue a comparar a George W. Bush con Hitler y Stalin.

Me había cruzado con Carlos Fuentes alguna vez, en París. Recuerdo concretamente una, debió de ser la primera, en un vernissage de una galería de Saint-Germain des Près al que acudió disfrazado de terrateniente mexicano. Yo pregunté: “¿Quién es ese chorra?” Y alguien dijo: “Es el embajador de México”. Y otro puntualizó: “Pero, sobre todo, el novelista Fuentes”. En los medios izquierdosos latinoamericanos de París se le criticó por haber permanecido como embajador, precisamente, por no haber dimitido cuando el Gobierno del PRI realizó una de sus habituales barbaridades, como la matanza de la “Plaza de las Tres Culturas”, en 1968, o algo así.

Con mi habitual espíritu malévolo fue lo primero que le pregunté cuando me invitó a almorzar (mal) en un restaurante de la Croisette, en Cannes, en mayo de 1977. Fue la única vez que conversé con él y además profesionalmente. Él era el presidente del jurado del Festival de Cine (se podría escribir una novela picaresca sobre esos festivales y sus presidentes) y yo el humilde corresponsal del humilde Diario 16. Evidentemente, convirtió la acusación de sus amigos progres en proeza, no se aferró a las ventajas de su poltrona de embajador, sino que cumplió firmemente con su deber patriótico y progresista. Sus sofismas fueron tales y tan evidentes que los olvidé en el acto. Lo que me llamó la atención es que sabía quién era yo, y, como pese a ser muy vanidoso no soy totalmente imbécil, era obvio que se había informado previamente para lucirse, pero sobre todo para saber como utilizarme. Una dedicación tal a su persona y a su fama me llamó la atención, y cantidad de testimonios y anécdotas posteriores confirmaron mi opinión. He aquí uno de esos señores (son legión) que nunca hacen nada, ni disfrazarse de ranchero rico, ni soltar un pedo en reunión, sin haber calculado antes los posibles beneficios.

Yo he leído poco a Fuentes, no me interesa, y si al comienzo de su colaboración en el El País leí algunos de sus artículos, su conformismo me aburrió y lo dejé. Hasta que el miércoles 9 de octubre leí “El poder, el nombre y la palabra”, y me partí de risa. Con algunas citas cultas y algo mejor escrito que los editoriales y columnas de Cebrián, Estefanía (¡ese!) o Pradera, lo cual nada tiene de portentoso, sólo se trata de la habitual retahíla antiyanqui que conocemos de sobra, aunque Fuentes, para tocar el gordo de la subvencionada progresía, llegue a comparar a George W. Bush con Hitler y Stalin. “Los dictadores totalitarios del siglo XX se otorgan títulos heroicos (Führer, Duce), o modestos (primer secretario del Partido)”. Revise sus clásicos o reflexione sobre su lapsus freudiano, señor Fuentes, porque lo de “primer secretario” lo inventó Mitterand para el PS, los PC tenían secretarios generales y cuando se convirtieron al nacionalcomunismo, secretarios nacionales, como es lógico. Y en cuanto a la modestia del Gran Timonel Mao (curiosamente ausente de la “nomenclatura” de dictadores totalitarios realizada por Fuentes, como también Lenin, Pol Pot, Kim Il Sung o Castro) y a los ditirambos del dichoso culto a la personalidad de estos y otros dictadores comunistas —sin hablar de Stalin, campeón absoluto— yo no veo la modestia por ninguna parte, pero sí los millones de muertos, muchos más que los del nazismo, debido a la duración de los sistemas comunistas. Y si algo no tiene comparación posible con esos totalitarismos genocidas es el sistema democrático norteamericano, salvo a caer en la confusión mental, o mentir para cobrar.

Desde luego, George W. Bush no es Spinoza, pero aislar ciertas frases del contexto de sus discursos, en las que afirma algo así como “somos los mejores”, para declarar que Hitler y Stalin decían los mismo, y por lo tanto son todos iguales, será un acto circense, pero en este caso el trapecista falla y se aplasta por los suelos. Además, De Gaulle o Chirac también han declarado que Francia era “lo mejor” del mundo, como otros dirigentes hablando de su país, sin que ello signifique totalitarismo, solamente que sus “negros” no aciertan escribiendo sus discursos.

Refiriéndose a la guerra fría, Fuentes repite todos los tópicos comunistas, y los de sus herederos socialburócratas, sobre la culpabilidad de los USA y su ayuda a los dictadores del mundo, con tal de que fueran anticomunistas. Pero ¿qué es el comunismo para usted, señor Fuentes, piensa que escribiendo tres bromas pesadas sobre Stalin ha arrinconado el problema? Pues yo que estoy en la antesala del infierno, por ser liberal, le diré que en esa guerra fría se jugaba una histórica batalla entre capitalismo o socialismo, democracia o totalitarismo, y que los Estados Unidos fueron muchas veces los únicos defensores de la democracia contra el totalitarismo. Ante la URSS, casi toda Europa se rajó, no hubo realmente nadie para oponerse, ni en México DF, ni en París. Usted tiene perfecto derecho a considerar que la URSS —aparte del desagradable “episodio” de Stalin— contribuía al equilibrio mundial y al asimismo mundial desarrollo de las fuerzas progresistas, y otras sandeces que tanto se cotizan, hasta en las Universidades norteamericanas, pero ¿por qué no lo dice? Las horrendas, para usted, me imagino, guerras de Corea y Vietnam constituyen, para mí y algunos millones más, esfuerzos torpes, crueles, pero esfuerzos y sacrificios de los USA, muy solos, contra ese imperialismo comunista, que Fuentes no sabe si añorar o criticar levemente.

Ya sé que esto resulta algo así como una blasfemia, incluso para la derecha francesa, pongamos, pero así es. ¿Hay que saber si se considera la implosión de la URSS, la, por ahora, caótica conversión al capitalismo de China, Vietnam, Camboya y hasta muy, muy tímidamente Corea del Norte y Cuba, ésta en su versión turismoporno, sin ser positivas en todos sus detalles y circunstancias, preferibles al totalitarismo? A eso, claro, ni alude Fuentes, estará en Frankfurt vendiendo sus libros, me imagino.

No sé por qué estoy perdiendo el tiempo, desmenuzando una tras otra las sandeces de Fuentes, y no he citado el caso Mc Carthy, que no podía faltar en esa propaganda, o a Pinochet, sobre el que he escrito tanto que me da erisipela volver a repetir que la culpa la tuvo Allende y no la CIA, y otras retahílas embusteras de la propaganda antiyanqui (¿por qué no señala que la CIA ayudó a Castro a finales del régimen de Batista?), pretendiendo presentar a esos siniestros dictadores latinoamericanos como iguales o peores, que los verdaderos tiranos, protagonistas de los grandes genocidios del siglo XXI. Y esto sólo para lucirse en los salones y obtener el premio Nobel. Esta obsesión paranoica de tantos Fuentes ha hecho lo propio desde hace decenios; Mario Vargas Llosa, desde que lo obtuvo García Márquez, Philipp Roth recientemente, y muchos más, todos convencidos, con sobrados motivos, de que para obtenerlo había que mostrarse políticamente correcto, pero a lo sueco. Y entonces todo se convierte en un gigantesco Gordo de Navidad porque, ¿qué van a decidir esos malditos suecos? Se sabe que hay que ser “de izquierdas”, y resulta que se lo dan a un húngaro desconocido. Pero izquierdas, no faltaba más.


0
comentarios