El capitalismo es una cosa y el mercantilismo, otra bien distinta. En un sistema mercantilista el Gobierno manipula el precio del crédito (los intereses), y con su monopolio controla la oferta de dinero. Por si fuera poco, con extensas regulaciones vigila las operaciones financieras, no tanto para proteger derechos como para proteger intereses. Para colmo, los empresarios pierden la mesura, pues confían en que el Gobierno les salve de sus errores.
Ante la confusión existente, conviene aclarar los términos. Una de las definiciones de capitalista remite al individuo que posee un capital. Una segunda define al partidario del sistema económico conocido como capitalismo. Así las cosas, hay muchos capitalistas de la primera especie que no son capitalistas de la segunda; y a la inversa. Es decir, que hay poseedores de capital que no respaldan el sistema capitalista y hay defensores del mismo que no tienen capital.
Es común la creencia de que una persona que tiene capital está necesariamente a favor del sistema capitalista. Pero lo cierto es que muchos capitalistas que han hecho fortuna dirigiendo empresas planificadas desconfían del mercado, pues ven en él lo descontrolado. Y es que el mercado no es una organización planificada, como un negocio, un ejército o una iglesia, y no tiene objetivos definidos. El mercado es el resultado espontáneo de la acción humana, pero no del diseño humano. Cada participante tiene sus propios planes.
El mercado surge espontáneamente allí donde se respetan los derechos individuales; por cierto, llamamos libertad al ejercicio de los mismos. Esos derechos son, principalmente, el derecho a la vida y a la integridad; a escoger ocupación, religión, lugar de residencia; a disponer con exclusividad de lo legítimamente adquirido; a exigir el cumplimiento de los contratos libremente pactados. Los límites los impone el respeto a los derechos de los demás, que son los mismos.
Por conveniencia propia, hay que respetar el derecho del otro a hacer las cosas a su manera, incluso a competir con nosotros. Esto no es necesariamente del gusto de algunos capitalistas; los de la primera acepción que hemos manejado, pues lo consideran una amenaza a su seguridad económica. Por eso con frecuencia buscan algún privilegio que disuada a los demás de competir con ellos.
Eso no es mercado ni capitalismo: su nombre correcto es mercantilismo, sistema que ya combatía Adam Smith en el siglo XVIII.
© AIPE
MANUEL F. AYAU CORDÓN, rector emérito de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala).
Ante la confusión existente, conviene aclarar los términos. Una de las definiciones de capitalista remite al individuo que posee un capital. Una segunda define al partidario del sistema económico conocido como capitalismo. Así las cosas, hay muchos capitalistas de la primera especie que no son capitalistas de la segunda; y a la inversa. Es decir, que hay poseedores de capital que no respaldan el sistema capitalista y hay defensores del mismo que no tienen capital.
Es común la creencia de que una persona que tiene capital está necesariamente a favor del sistema capitalista. Pero lo cierto es que muchos capitalistas que han hecho fortuna dirigiendo empresas planificadas desconfían del mercado, pues ven en él lo descontrolado. Y es que el mercado no es una organización planificada, como un negocio, un ejército o una iglesia, y no tiene objetivos definidos. El mercado es el resultado espontáneo de la acción humana, pero no del diseño humano. Cada participante tiene sus propios planes.
El mercado surge espontáneamente allí donde se respetan los derechos individuales; por cierto, llamamos libertad al ejercicio de los mismos. Esos derechos son, principalmente, el derecho a la vida y a la integridad; a escoger ocupación, religión, lugar de residencia; a disponer con exclusividad de lo legítimamente adquirido; a exigir el cumplimiento de los contratos libremente pactados. Los límites los impone el respeto a los derechos de los demás, que son los mismos.
Por conveniencia propia, hay que respetar el derecho del otro a hacer las cosas a su manera, incluso a competir con nosotros. Esto no es necesariamente del gusto de algunos capitalistas; los de la primera acepción que hemos manejado, pues lo consideran una amenaza a su seguridad económica. Por eso con frecuencia buscan algún privilegio que disuada a los demás de competir con ellos.
Eso no es mercado ni capitalismo: su nombre correcto es mercantilismo, sistema que ya combatía Adam Smith en el siglo XVIII.
© AIPE
MANUEL F. AYAU CORDÓN, rector emérito de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala).