A esta divertida filosofía de barra, Roy añade su comentario: "A mi edad, lo de libertino me resulta imposible; así que me quedo con los términos liberal y libertario y los uno en liberal-libertario, que me parece expresar correctamente mis convicciones actuales".
Dejemos de lado la púdica hipocresía de Roy, porque debía de tener en torno a los 50 años cuando escribió esas líneas, y todo el mundo sabe, y no sólo por la literatura, que es la edad del démon de midi, o sea, de los más tremendos o magníficos desvaríos amorosos. El caso es que la expresión liberal-libertario se puso de moda en los salones de la gauche caviar, y de la noche a la mañana todo el mundo, todo ese mundo, se declaró liberal-libertario. No sé si la culpa fue sólo de Roy, o si su amigo, al que no nombra, publicó algo que también influyó en la difusión de ese término ambiguo, pero resulta que gentes frenéticamente opuestas en casi todo se declaraban, sin embargo, unánimemente liberal-libertarias. Tratándose de Roy, quien en sus mocedades había pertenecido a la ultramontana Action Française y luego al PCF, declararse liberal-libertario constituye un progreso evidente.
Para que no diga, no diga la gente, confieso que yo, que venía de lejos, o sea de la infamia, también me declaraba liberal-libertario por aquellas fechas. Su ambigüedad explica, creo, el éxito que alcanzó. Liberal, sinónimo hoy de la más negra reacción para tantos imbéciles, aparecía entonces como un término demasiado burgués, moderado, fofo; pero si le añadías la pimienta libertaria el caldo se hacía más sabroso, tenía sus ecos románticos de barricadas decimonónicas, y hasta su tufo –o perfume– revolucionario. Porque estos liberal-libertarios lo que no podían concebir era la superioridad del capitalismo, y por lo tanto, de alguna manera, no podían, ni querían, romper con la izquierda tradicional.
En el caso de Claude Roy, y de bastantes más, su condena del capitalismo era más sentimental y literaria que económica. Sin complejos, rechazaban moralmente el capitalismo pero, al mismo tiempo, disfrutaban de suntuosas propiedades privadas y hasta poseían acciones bursátiles.
Hay que precisar que había tenido lugar la tempestad de Mayo 68, y si resulta difícil decidir si fue posible porque el marxismo-leninismo-estalinismo estaba de capa caída en la universidad y en los liceos (los protagonistas de esos eventos), después de haber dominado desde 1945, o si fue el propio Mayo 68 quien barrió el comunismo de los centros docentes, lo único seguro es que, antes, ni Roy ni nadie como Roy se hubieran atrevido a declararse liberal-libertarios.
Esta moda duró más de lo normal –admitiendo que la normalidad exista–, porque cuando François Furet publicó El pasado de una ilusión (yo, entusiasmado, le hice una entrevista para ABC Cultural), recuerdo que, hablando de Furet y de su libro, le dije a Claude Lefort: "Hemos constatado que los dos, cada cual a su manera y en su ámbito, con sus éxitos o fracasos, hemos pasado de ser comunistas a ser liberales"; y Lefort, con una sonrisa displicente, me espetó: "Pues yo soy liberal-libertario". Cuatro años después publicaba La complication, la más inteligente estafa teórica en defensa de la idea comunista, pero no de su práctica soviética, que he leído, y que desde luego no es liberal ni libertario.
El capitalismo sigue siendo, incluso para amplios sectores de la burguesía acomplejada, pero que sigue chupando de ese bote, el enemigo, el malo de la película.
Pero ¿qué capitalismo? Porque existen varios. Si la histórica guerra, aún muy reciente, entre capitalismo y socialismo ha concluido con la victoria aplastante del primero, y los principales países comunistas han abandonado la "planificación socialista" de la economía, hay que precisar que los capitalismos ruso y chino son muy peculiares. En China, una "dictadura de partido único" (por emplear los términos de Hannah Arendt) promueve un capitalismo que ha logrado un espectacular desarrollo económico, pero la democracia no ha conocido el mismo desarrollo, ni mucho menos. En Rusia las cosas son más complicadas: hay elecciones, diferentes partidos, conatos de libertad de expresión, pero todo ello totalmente controlado por el Poder, con la voluntad evidente de sus dirigentes, Putin y Medvedev, de restablecer el Imperio, el de los zares como el de Stalin. Como lo demuestra su agresión a Georgia, ¡y las que te rondaré, morena!
Evidentemente, cuando los liberales defendemos el capitalismo no son ésos los países que tenemos en mente. La democracia liberal, tal y como la soñamos, es capitalista, pero también, o sobre todo, democrática. Y China, con o sin Juegos, no lo es; ni realmente Rusia, o no lo suficiente.
Ya que me he metido en este lío político-semántico, he de precisar que liberal no tiene el mismo sentido en los USA que en Europa, porque allá designa a la izquierda no leninista y aquí puede designar a la derecha. Ahora bien, incluso en Europa, cuando gentes inteligentes como François Furet, pongamos, emplean el término democracia liberal, pueden equivocarse rotundamente, porque hablan de democracias parlamentarias, o representativas, que no siempre son liberales. Cuando Mitterrand fue elegido presidente, en 1981, y nombró un Gobierno socialcomunista, éste nacionalizó todo lo que aún no estaba nacionalizado en Francia, lo cual nada tenía de liberal, y condujo a una grave crisis económica. Algo semejante podría decirse del laborismo británico antes de la revolución liberal de Margaret Thatcher, que salvó al Reino Unido de la catástrofe. Sin embargo, en ambos casos, y se podrían citar otros, se respetaron las elecciones, las mayorías parlamentarias. Nada que ver con Rusia o China, pues. Pero se tomaron medidas antiliberales.