Lo que he leído en la prensa sobre el fallo de la Corte me parece bastante absurdo: el poder actual tendría derecho a exigir cuentas a ciertas categorías de ciudadanos y no a otras; por ejemplo, no a los periodistas, a los profesores, a los artistas, a los escritores y sí, en cambio, a los funcionarios del Estado. El caso es que los funcionarios están obligados por naturaleza a actuar aplicando las medidas que el Estado impone, mientras que en las citadas profesiones liberales la colaboración con la policía secreta se tiene, pese a todo lo que se sabe sobre el chantaje totalitario, un mínimo de posibilidades, desde luego arriesgadas, de decir no. Exculpar a los colaboradores más o menos voluntarios de la policía secreta y culpar a los que profesionalmente estaban, por así decirlo, obligados a ejecutar órdenes me parece un aquelarre.
De todas formas, a un ultraliberal como yo toda medida generalizada de venganza y represión le parece por lo menos discutible; pero mi indignación y desesperación surgen del hecho de que, una vez más, en Europa se sigue estilando un nauseabundo doble rasero ideológico: toda medida simbólica o concreta contra el nazifascismo, destruido militarmente en 1945, se aplaude, se recompensa, se vitorea, mientras que toda medida, declaración, opinión crítica ante el totalitarismo comunista, que fue peor, se condena, se arrastra ante los tribunales, se insulta.
Vivimos en un mundo de locos, profundamente reaccionario, en el que los genocidios, las censuras, los tiros en la nuca, las deportaciones y las torturas se justifican dialéctica e históricamente cuando son "de izquierda", mientras que se condenan tajantemente como "crímenes contra la Humanidad" cuando son "de derechas".
Tengo entendido que lo que se quería conocer y castigar en Polonia no era la pertenencia al PC (o POUP), o a sus numerosas "organizaciones de masas", sino la colaboración con la policía política, o sea a los chivatos, soplones, agentes y demás espías. Que fueran centenares de miles da una buena imagen de la sociedad en la democracia popular polaca.
En esas estábamos, cuando vuelve Antonio Elorza a sentar cátedra sobre la crisis del comunismo; con un título muy frívolo para un catedrático tan categórico: "Bye, bye, Lenin" (El País, 28-4-07). Trata esencialmente de los PC de Francia, Italia y España, y nos resume su interpretación de una leyenda que bien poco tiene que ver con la realidad y nada nos dice sobre los fundamentos del comunismo, sus raíces históricas, políticas e ideológicas, las razones de su nacimiento, de su expansión mundial y de su bienvenida muerte.
Desde su nacimiento, el comunismo fue un movimiento mundial, con un partido mundial (la Internacional Comunista), sus drásticas 21 condiciones, su doctrina dogmática y su organización jerarquizada y militarizada. Dicha doctrina marxista propugnaba la conquista del poder por la violencia, la dictadura del proletariado, la destrucción total del capitalismo; que el Estado comunista se hiciera el amo de todo, no sólo de la economía, con el método de la lucha de clases, que no descartaba en absoluto, al revés, las perspectivas golpistas y militares y, claro, el terror para conquistar el poder y conservarlo. No sin motivos se calificó a ese totalitarismo de "fascismo rojo", con el matiz, que introdujimos algunos, de que fue infinitamente peor que el fascismo italiano (el nazismo fue harina de otro costal).
Después del fracaso de la exportación de la revolución, en Alemania concretamente, y tras la muerte de Lenin, Stalin sentó las bases del "socialismo en un solo país", o más bien del nacional-comunismo. Pero eso no constituyó en la práctica una ruptura radical, porque de hecho todos los PC del mundo siguieron formando parte de un mismo partido, dirigido por Moscú. Y es como partidos "moscovitas" que después de la II Guerra Mundial el PCF y el PCI obtuvieron sus mayores éxitos, incluso electorales. Por lo que hace al PCE, siempre ha sido un partido ultra minoritario, salvo un periodo durante la Guerra Civil y únicamente gracias a las URSS (y a los sectores prosoviéticos del PSOE), pero como Stalin se alió con Hitler y abandonó España, el PCE volvió a ser minoritario.
La paradoja de esa influencia de los PC en Francia e Italia cuado eran claramente súbditos de Moscú duró mientras la propia URSS gozó asimismo de mucho prestigio popular en la Europa del Sur, incluso en ciertos sectores de la derecha, por ejemplo entre los gaullistas o entre ciertos democristianos italianos. Pero si se votó mucho, demasiado, a esos partidos comunistas, y durante años, nunca se les votó lo suficiente para que lograran mayoría y formaran gobierno, como si los electores de esos países pensaran: en la oposición son cojonudos, pero Dios nos libre de que ganen y conviertan nuestros países en "democracias populares". Resultó ser un callejón sin salida para esos PC.
Resumiendo: los partidos comunistas, tan bien considerados por Elorza, fueron relativamente potentes mientras la URSS lo fue, entraron en decadencia al compás de la decadencia de la URSS y murieron cuando murió la URSS. ¡Elemental, querido Watson! Pero de esa muerte colectiva y del consiguiente triunfo mundial del capitalismo nada, absolutamente nada, nos dice Elorza, porque no considera rentable recordar la sumisión total de todos a la URSS.
Desde luego, las cosas son más complejas, y, por ejemplo, ni siquiera he citado el "cisma chino", ni la creación de su propia Internacional, pero en unos folios no se puede hablar de todo, y el catedrático tampoco alude a ello. En cambio, miente como un condenado. A menos que sea verdad que sin Carrillo y Nico Sartorius no hubiera habido transición democrática en España. Pero cuando afirma lo siguiente: "El PCF había sabido, por su parte, superar la contradicción de la Resistencia", su mentira es aún más grave; porque el PCF, como todos los partidos, colaboró con los nazis desde 1938 hasta que Alemania atacó a la URSS, en junio de 1941. O sea, que se lanzaron a la resistencia armada en defensa de la URSS y no de Francia, y eso de la vinculación nacional sólo desempeñó un papel en casos individuales.
Tratándose de Italia, Elorza desbarra, pero como todo el mundo, incluidos los propios italianos. Porque los ex, neos, refundados y maltrechos comunistas italianos, si en las últimas elecciones, y gracias a Romano Prodi, han obtenido la Presidencia de la República, la de la Cámara de Diputados y varios ministerios, por mucho que se disfracen de La Margarita, El Olivo, o la remolacha, que reivindiquen o no a Gramsci y a Togliatti, que renieguen o no de Stalin, no son nada: ni revolucionarios, ni reformistas; nada. Bueno, sí: alcaldes.