La historia de la educación en el último medio siglo es bastante parecida en todos los países occidentales. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el desarrollo económico permitió que todos los ciudadanos tuvieran acceso a la enseñanza secundaria, se planteó la cuestión de cómo hacer para que unas enseñanzas que habían estado restringidas a una cierta élite social fueran asequibles a toda la ciudadanía. Triunfó entonces el pensamiento de la izquierda igualitaria, que desde principios del siglo XX había defendido una educación única, idéntica para todos los ciudadanos desde su nacimiento hasta la universidad. No es posible, aseguraban socialistas y comunistas, alcanzar una igualdad real entre los ciudadanos si no reciben todos la misma educación.
Así fue como apareció el modelo de escuela unificada o comprensiva (Comprehensive School para los anglosajones), que se implantó primero en Norteamérica y después, desde finales de los sesenta (probablemente como consecuencia de las revueltas del 68), en casi toda Europa Occidental. En aquellos años y en esos países, junto a ese modelo único de enseñanza se impusieron también unos dogmas pedagógicos según los cuales la disciplina, la competitividad, la exigencia o la autoridad debían desaparecer de las escuelas. De acuerdo con esos dogmas, vigentes aún en muchos países, como es el caso de España, los niños aprenden mejor si lo hacen guiados de su propio impulso, por tanto el profesor nunca debe imponer unos conocimientos.
A lo largo de los años, la experiencia ha demostrado que ese sistema y esa pedagogía eran incompatibles con la transmisión de conocimientos. Además, los profesores cada día ven más difícil conseguir un clima propicio para el estudio en las aulas, y cada vez son más frecuentes los conflictos graves entre escolares adolescentes.
En 1996, en el Congreso del Partido Laborista, Tony Blair declaró que, si ganaba las elecciones, las tres áreas prioritarias de su política serían "Education, education and education". Blair continuó la reforma del sistema de las Comprehensive Schools que los conservadores habían iniciado; mantuvo los exámenes externos de la Ley de Thatcher de 1988, apoyó la publicación de los resultados de los colegios, estableció incentivos económicos para los mejores profesores y para las mejores escuelas y extendió la financiación de centros gestionados por fundaciones privadas. En 2001, cuando presentó el programa electoral para su reelección, en contra de la opinión de buena parte del Partido Laborista, Blair declaró abiertamente que el modelo de las Comprehensive estaba haciendo que muchos niños salieran de las escuelas sin apenas aprender nada.
George Bush se presentó a las elecciones en el año 2000 con un programa cuyo proyecto estrella era la reforma del sistema escolar. Los atentados del 11 de Septiembre cambiaron las prioridades de su política. Nicolas Sarkozy también basó su programa electoral en la educación. Pronunció entonces vibrantes discursos que prometían una reforma total del sistema de enseñanza que recuperara el prestigio que la escuela republicana había tenido antes de que los soixentehuitards impusieran su antiautoritarismo, su pedagogía igualitaria y su menosprecio del saber y la disciplina. Ahora es el presidente de los Estados Unidos quien anuncia su política educativa con una dura crítica al sistema público de enseñanza.
El presidente Obama no ha podido estar más acertado: una escuela pública que no consigue instruir a los ciudadanos es económicamente ruinosa, pues consume recursos sin producir resultados; es democráticamente indefendible, porque perjudica más a quien menos tiene; y, finalmente, es del todo inaceptable para aquellos niños cuyos padres confían en que la escuela les ofrezca unas oportunidades que, quizás, ellos no tuvieron.
Obama ha prometido que tomará medidas para que haya más disciplina y para que mejoren los resultados académicos de los escolares. Habrá que esperar para conocer bien cómo se concretan esas promesas. Pero, de momento, podemos decir que el presidente del país más poderoso del mundo, recibido por la izquierda internacional con inusitada alegría, no está dispuesto a aceptar que, en nombre de un dogmático igualitarismo pedagógico, se siga condenado a multitud de niños de países ricos a permanecer en la ignorancia, sin posibilidades de promoción social en un mundo globalizado cada vez más competitivo donde, según muestran todos los estudios internacionales, los escolares de China, Corea, Japón o Singapur terminan la escolarización obligatoria mucho mejor preparados que sus colegas de países occidentales.
Así fue como apareció el modelo de escuela unificada o comprensiva (Comprehensive School para los anglosajones), que se implantó primero en Norteamérica y después, desde finales de los sesenta (probablemente como consecuencia de las revueltas del 68), en casi toda Europa Occidental. En aquellos años y en esos países, junto a ese modelo único de enseñanza se impusieron también unos dogmas pedagógicos según los cuales la disciplina, la competitividad, la exigencia o la autoridad debían desaparecer de las escuelas. De acuerdo con esos dogmas, vigentes aún en muchos países, como es el caso de España, los niños aprenden mejor si lo hacen guiados de su propio impulso, por tanto el profesor nunca debe imponer unos conocimientos.
A lo largo de los años, la experiencia ha demostrado que ese sistema y esa pedagogía eran incompatibles con la transmisión de conocimientos. Además, los profesores cada día ven más difícil conseguir un clima propicio para el estudio en las aulas, y cada vez son más frecuentes los conflictos graves entre escolares adolescentes.
En 1996, en el Congreso del Partido Laborista, Tony Blair declaró que, si ganaba las elecciones, las tres áreas prioritarias de su política serían "Education, education and education". Blair continuó la reforma del sistema de las Comprehensive Schools que los conservadores habían iniciado; mantuvo los exámenes externos de la Ley de Thatcher de 1988, apoyó la publicación de los resultados de los colegios, estableció incentivos económicos para los mejores profesores y para las mejores escuelas y extendió la financiación de centros gestionados por fundaciones privadas. En 2001, cuando presentó el programa electoral para su reelección, en contra de la opinión de buena parte del Partido Laborista, Blair declaró abiertamente que el modelo de las Comprehensive estaba haciendo que muchos niños salieran de las escuelas sin apenas aprender nada.
George Bush se presentó a las elecciones en el año 2000 con un programa cuyo proyecto estrella era la reforma del sistema escolar. Los atentados del 11 de Septiembre cambiaron las prioridades de su política. Nicolas Sarkozy también basó su programa electoral en la educación. Pronunció entonces vibrantes discursos que prometían una reforma total del sistema de enseñanza que recuperara el prestigio que la escuela republicana había tenido antes de que los soixentehuitards impusieran su antiautoritarismo, su pedagogía igualitaria y su menosprecio del saber y la disciplina. Ahora es el presidente de los Estados Unidos quien anuncia su política educativa con una dura crítica al sistema público de enseñanza.
El presidente Obama no ha podido estar más acertado: una escuela pública que no consigue instruir a los ciudadanos es económicamente ruinosa, pues consume recursos sin producir resultados; es democráticamente indefendible, porque perjudica más a quien menos tiene; y, finalmente, es del todo inaceptable para aquellos niños cuyos padres confían en que la escuela les ofrezca unas oportunidades que, quizás, ellos no tuvieron.
Obama ha prometido que tomará medidas para que haya más disciplina y para que mejoren los resultados académicos de los escolares. Habrá que esperar para conocer bien cómo se concretan esas promesas. Pero, de momento, podemos decir que el presidente del país más poderoso del mundo, recibido por la izquierda internacional con inusitada alegría, no está dispuesto a aceptar que, en nombre de un dogmático igualitarismo pedagógico, se siga condenado a multitud de niños de países ricos a permanecer en la ignorancia, sin posibilidades de promoción social en un mundo globalizado cada vez más competitivo donde, según muestran todos los estudios internacionales, los escolares de China, Corea, Japón o Singapur terminan la escolarización obligatoria mucho mejor preparados que sus colegas de países occidentales.