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ECONOMÍA

Ayau no estará en Doha

No conocí a Manuel Ayau. Siempre me ha dado la sensación de que, por eso, me he perdido algo realmente especial, sensación que sentí más acusadamente el otro día, mientras repasaba un librillo de apenas una docena de páginas que me dejó Mayra Ramírez a su paso por Madrid.


	No conocí a Manuel Ayau. Siempre me ha dado la sensación de que, por eso, me he perdido algo realmente especial, sensación que sentí más acusadamente el otro día, mientras repasaba un librillo de apenas una docena de páginas que me dejó Mayra Ramírez a su paso por Madrid.

Mayra es una guatemalteca excepcional que trabaja en la Universidad Francisco Marroquín y que estuvo en Madrid hace un mes, para asistir a la entrega del Premio Juan de Mariana a su compatriota y colega Giancarlo Ibargüen. Y el librillo de que les hablo es un tributo de la gente de la Marroquín al maestro Ayau, que nos dejó hace un año.

Dos de las frases de Ayau recogidas en esas páginas están dedicadas al comercio internacional. En ellas, nuestro hombre incide en lo evidente... que no nos lo parece cuando leemos en la prensa titulares como estos: "Rusia eleva los aranceles a los productos españoles", "EEUU protege su industria del acero con nuevas tasas", "Los Veintisiete acuerdan mantener los cupos de importación de productos agrícolas"... Al habla Ayau:

En las discusiones sobre comercio internacional parece olvidarse que quienes intercambian no son los países, sino las personas.

Los políticos, como casi siempre, toman la parte (sus intereses) por el todo (los ciudadanos) y se envuelven en la bandera del nacionalismo para justificar el proteccionismo más absurdo y antieconómico. En 2001 se constituyó la Ronda de Doha con el pretendido objeto de dar un impulso definitivo a la supresión de las barreras comerciales internacionales. Diez años después, las conversaciones están, desde hace cuánto, en punto muerto.

Hace unos días se supo que quizás la solución consista en un acuerdo de mínimos que no satisfaga a nadie pero permita a sus muñidores decir que se ha alcanzado el sacrosanto consenso. Es decir, los políticos se harán la foto de rigor y lo celebrarán con una gran fiesta y declaraciones grandilocuentes. Mientras, los productores, los consumidores y los empresarios de todo el mundo lamentarán que los intereses de unos pocos grupos de presión se hayan impuesto a los de la gran mayoría de la humanidad.

En 2008 se reunió en la capital de Dinamarca un grupo de economistas convocados por Bjorn Lomborg. No eran especialmente liberales, pero sí eran inteligentes y estaban dispuestos a pensar en soluciones sencillas para ayudar a los más pobres. Su objetivo era decidir a qué medidas contra la miseria dedicar 75.000 millones de dólares. El resultado de su trabajo se denominó Consenso de Copenhague, y atañía –atañe– a cuestiones como el suministro de vitaminas, la mejora de las redes de agua potable o las ayudas a la escolarización. No estoy de acuerdo con todas sus conclusiones, pero su planteamiento y su forma de trabajar me parecen mucho más interesantes que las grandes campañas de ayuda al desarrollo en que malgastan nuestro dinero los gobiernos occidentales.

Según los Lomborg Boys, la segunda medida más eficaz para luchar contra la pobreza, la que menos costaría aplicar y la que más beneficios económicos aportaría sería la liberalización del comercio mundial. Yo no creo que fuera la segunda, sino la primera.

Según sus cálculos, el coste sería cero y los beneficios podrían superar los 3 billones de dólares anuales: el 80% de esa cifra lo disfrutarían especialmente los países más pobres. Me encanta dar esa cifra, porque quienes llegaron a ella son cada uno de su padre y de su madre: liberales, socialdemócratas...

Existe un acuerdo generalizado en que lo mejor que podría hacer el mundo para salir de esta crisis sería abrir las fronteras y dejar que, como decía Ayau, las personas intercambien allí donde los países (los políticos) no son capaces de hacerlo.

Un par de páginas antes, el librillo que me entregó Mayra recogía otra frase de ese guatemalteco genial, que veía con preocupación y tristeza cómo su propio país no era capaz de salir de la trampa del subdesarrollo:

Que el intercambio libre sea tan poco comprendido y apreciado constituye, sin duda, una de las principales causas de la pobreza que todos lamentamos.

No tengo nada que añadir. Es una lástima, pero me da la sensación de que tampoco los que han estado, están o estarán en Doha (o dondequiera se reúnan para la firma final) conocieron a Manuel Ayau.

 

© Instituto Juan de Mariana

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