Las ideas nacionalistas venían cargadas de violencia mal contenida, pero el realismo de Sabino Arana le hacía comprender lo inoportuno de desatarla a deshora. Apelaba a “recobrar la libertad por los medios que la historia aconseja”, medios pacíficos de momento: “Me cuidaré, en las circunstancias actuales, de llamar a los bizkaínos a las armas”. El futuro, no obstante, era fácil de discernir: “Si llega el día en que se les haga justicia a los bizkaínos, éstos se ahorrarán sangre y dinero. Pero si se obstina [España] en sujetar a Vizcaya, sospecho como historiador que puede llegar época en que esta antigua República se fortalezca suficientemente para romper las cadenas”. Aunque, más tarde, los nacionalistas realzarían la tradición pacífica de su movimiento, se trata claramente de una necesidad disfrazada de virtud. En los llamamientos a un odio incondicional, en la constante invocación de las batallas “liberadoras” de pasados siglos, está bien explícita la apelación a la sangre cuando “la historia lo aconseje”. Dicho de otro modo: “Cuando el pueblo español se alzó en armas contra el agareno invasor y regó su suelo con sangre musulmana para expulsarlo, obró en caridad. Pues el Nacionalismo bizkaíno se funda en la misma caridad”.
Los seguidores de Arana promovieron enseguida incidentes como la “sanrocada”, un altercado con los carlistas en Guernica, el día de San Roque de 1893, en el curso de la cual gritaron mueras a España y quemaron una bandera. El hecho, glorioso para los sabinianos, se conmemora como la primera manifestación del nacionalismo vasco. Por otra parte la virulencia de su lenguaje, las reyertas, los insultos a la bandera (“el trapo abominable”), los llamamientos a apedrear a los maestros de los pueblos, su desafío solapado, pero constante, a las leyes y, en fin, su separatismo combativo en tiempos en que España afrontaba inquietudes de rebelión en Cuba y Filipinas, motivaron denuncias contra Bizkaitarra. La justicia desestimó las tres primeras, pero la cuarta, por injurias a un particular, valió a Arana la sentencia a un mes y once días de arresto. Quizá no necesitara cumplirla, pero el fundador, ansioso de sacrificarse por la causa, compareció ante el juez: “¿De manera que desea V. constituirse en prisión desde luego?”. “Sí, señor”. “Bueno, pues queda V. preso desde este momento”. Un amigo suyo le acompañó hasta la prisión, seguidos ambos respetuosamente por los guardias a unos pasos de distancia.
En la cárcel recibía visitas y celebraba comidas familiares sin apenas trabas. “Me han destinado un cuartito decente en lo que cabe; de paredes blanqueadas y fregado suelo. Y me permiten circular por todo el interior de la cárcel (…) No he pedido ni pediré ningún favor (…) Si ellos espontáneamente me otorgan alguno, lo recibiré sin darles las gracias (…) no opongo ni opondré resistencia a cuantas vejaciones se me hacen y puedan hacérseme, porque por hoy nos toca a todos los nacionalistas bajar la cabeza y sufrir”. Otra vez volvió a la cárcel, en condiciones similares.
Bizkaitarra fue suspendido por la autoridad gubernativa a los dos años, en septiembre de 1895, después de siete denuncias, y también fue cerrado su centro social Euzkeldun Batzokija, siendo poco después clausurados ambos definitivamente por acuerdo de los sabinianos. Mas para entonces el movimiento había dado ya un paso decisivo, al haberse constituido, en julio, el Partido Nacionalista Vasco (PNV), teniendo su fundador 30 años, casi dos justos después de haber iniciado su predicación en el chacolí de Larrazábal. Sabino fue elegido presidente y su hermano Luis vicepresidente. Se le entablaron procesos por conspiración a rebelión, que le valieron cuatro meses más de cárcel por negarse a pagar la fianza, hasta que los jueces aceptaron rebajársela de 50.000 a 5.000 pesetas. En el juicio saldría absuelto.
Los nacionalistas han ponderado mucho estas persecuciones, dotando a su fundador de un halo de martirio. Pero, comparadas con la infame esclavización y persecución letal que alegaban sufrir del estado, no pasaban de castigos muy leves y llevaderos, acordes a la ley, y aprovechados, además, por los mártires para montar campañas de victimismo y popularización de sus consignas.
El año 1898 debió de ser venturoso para Arana, al ver derrotada a España frente a Usa, aunque muchos vascos habían caído en Cuba defendiendo la bandera española. A continuación cosechó su primer éxito electoral, siendo elegido diputado provincial en Bilbao. Un nuevo triunfo le supuso el sobreseimiento de otra causa por conspiración para la rebelión.
Al año siguiente, teniendo él 35 se comprometió con Nicolasa Achicallende, “una sencilla y humilde aldeana” diez años menor que él. El episodio indica mucho sobre el carácter de Sabino. De la mujer, en general, él tenía un concepto no especialmente favorable: “es vana, es superficial, es egoísta, tiene en sumo grado todas las debilidades propias de la naturaleza humana”; por eso el hombre debía amarla, pues de otro modo sería utilizada como “bestia de carga e instrumento de su bestial pasión: nada más”. En cuanto a Nicolasa, poseía muchas virtudes, pues si bien “su físico no pasa de regular ni en el rostro ni en el talle”, era en cambio “humilde, obediente, sencilla y modesta, amantísima de sus padres, caritativa, despejada, sufrida, laboriosa, económica…”.
Pero algo torturaba a Sabino: ¿era ella vasca de pura raza? Tras lo mucho que había despotricado contra los matrimonios entre vascos y maketos, mucho más frecuentes de lo que él hubiera deseado, sería desastroso que ahora fueran a acusarle a él de trasgresión semejante. Su hermano Luis había euskerizado los apellidos de su mujer, Egüés Hernández, una cocinera maketa de Huesca, transformándolos en Eguaraz Hernandorena, suscitando con ello las burlas consiguientes, pero repetir la operación, y por parte no ya del vicepresidente, sino del mismo presidente del PNV, habría provocado una rechifla difícil de sufrir. El primer apellido de su amada, Achicallende, le llenaba de zozobra, confiesa él mismo: “estaba yo muy intranquilo. Me propuse recorrer los libros de bautizados antes de que trascendieran al público nuestras relaciones, y así lo hice. (…) resulta que el apellido no es así, sino simplemente Achica; el allende lo adoptó, por vez primera, un tío de su padre (…) Pero el padre de ese primer Achica-allende se apellidó simplemente Achica (…) Con este motivo son ya 126 los apellidos de mi futura esposa que tengo hallados y puestos en cuadro sinóptico o árbol genealógico: todos ellos son euskéricos. Procuraré suprimir el allende”.
Calmados así sus escrúpulos, el noviazgo pudo hacerse público. Cumplía desbastar a la mujer aldeana, apegada a costumbres y actitudes poco aceptables en los círculos más refinados de Sabino, procedente al cabo de una familia señorial, y a ello se aplicó el novio con su empuje y tenacidad habituales. Hubo de soportar, no sin amargura, la maledicencia y la ruindad que, junto a cualidades más excelsas, suelen florecer en las relaciones lugareñas en todas partes del mundo. Le molestaba en especial la acusación, de seguro falsa, de haber bailado agarrao al son del organillo, como cualquier maketo o bizkaíno sin conciencia. Calumnias tales reflejaban el temor de la familia de la novia a que el presunto noviazgo no pasara de aventurilla típica entre un señorito y una chica de pueblo, con abandono final de ésta.
Por fin, en febrero de 1900 celebró su boda en la intimidad, pues “sabía yo que de Guernika, Mundaka y Bermeo pensaba venir mucha gente a presenciar mi casamiento con una aldeana, y quise no dar gusto a su curiosidad”. De viaje de novios fueron a Lourdes, donde cayeron ambos enfermos de disentería, transformando la luna de miel en “luna de mierda”, según sus propias palabras. Estos episodios, con la típica pesadez que suele imponer la vida incluso a temperamentos exaltados, y que no debió de soportar su víctima con sentido del humor, del cual no tenía mucho, debieron de mortificarle, y quizá contribuyan a explicar algunos de sus pasos ulteriores.
En 1902, el 25 de mayo, Arana intentó enviar su célebre telegrama al presidente useño Theodore Roosevelt, felicitándole por la independencia de Cuba y sugiriendo que su apoyo a los rebeldes cubanos debía ser imitado por las potencias europeas con respecto a los nacionalistas vascos. El telegrama, no cursado por los empleados, le valió un proceso por traición y la entrada en la cárcel de Larrínaga, donde compuso un himno nacional vasco. Dispuso, como las anteriores veces, de notables comodidades y un menú abundante y variado, pero la repercusión de su encierro fue mínima entre la gente, y debió de encontrarse, tras diez años de esfuerzos, con una profunda sensación de soledad, y quizá de inutilidad de su lucha.
Al menos a esa razón achacan algunos el cambio más desconcertante de Arana. Apenas llevaba un mes en prisión, cuando, en un artículo publicado en el órgano peneuvista La Patria, titulado “Grave y trascendental”, proponía abandonar el nacionalismo y fundar un nuevo partido, de corte autonomista: “Los buenos vascos seguirían trabajando por su pueblo, pero sin considerarlo aisladamente, sino dentro del Estado español”. Pedía un voto de confianza “que significa, 1º, que en principio están conformes conmigo para hacer que el Partido Nacionalista deje de ser esto y empiece a ser españolista. 2º, que a mí (…) me encomiendan la labor de redactar el proyecto de programa y la organización y el cuidado de convocar la asamblea…”.
No está claro si no se trataba de una simple estratagema para engañar al gobierno, y alguno de sus seguidores lo interpretó como una nueva estrategia para extender el autonomismo a las demás regiones hasta hacer estallar España por todas las costuras. El proyecto entraba en una nueva concepción expresada también en relación con Gran Bretaña, en un telegrama que quiso enviar al primer ministro británico, lord Salisbury, con motivo del fin de la guerra de los boers, ensalzando el “suave yugo” inglés y su soberanía, “antes protección que dominación” sobre los pueblos sometidos. Al respecto escribió a su hermano Luis: “Instantáneamente se me ha presentado esta idea como seguramente salvadora de llevarse con toda perfección a la práctica: la independencia de Euzkadi bajo la protección de Inglaterra, será un hecho un día no lejano”.
De momento, la idea de una Liga Españolista logró popularidad entre los elementos más flexibles del nacionalismo. En agosto de ese año, 1902, Alfonso XIII visitó Bilbao, y en el balcón del Centro Vasco, local del PNV, engalanado con la bandera española, se apiñaban los socios, que se descubrieron al paso del rey y de la reina madre.
Pero ya no era fácil desviar la inercia creada. El órgano del PNV La Patria estaba en manos de jóvenes sabinianos radicales, y también persistía en las anteriores ideas Ángel Zabala, a quien Arana terminaría nombrando su sucesor a la cabeza del PNV. Siguieron una serie de maniobras e intrigas en el partido. Arana había prometido escribir el programa del nuevo grupo, pero la enfermedad de Addison, una disfunción de las glándulas adrenales, le tenía cada vez más postrado, y no llegó a hacerlo.
A principios de noviembre, Sabino fue absuelto una vez más por la cruel justicia española, pero el fiscal recurrió la sentencia, y él pasó a Francia para eludir un nuevo proceso. Volvió en enero de 1903, ya muy enfermo, y disminuyó su actividad, hasta abandonar, en septiembre, la dirección del PNV, debido a su grave estado. Murió el 25 de noviembre, a los 38 años, “con admirable y cristiana resignación”, en palabras de José María de Areilza —caracterizado político franquista, y luego opositor a Franco. A juicio de Areilza, “la muerte truncó la existencia de Sabino Arana precisamente cuando podía haber prestado grandes servicios a la causa de Vizcaya y al porvenir político de España”. Lamentablemente, “había renunciado a la jefatura del partido, sin haber dado cima al proyecto de la Liga Españolista que tan visceralmente hubiera modificado la anatomía política de Vizcaya y de las Provincias. La Junta de la Liga Españolista muere con Sabino y se extingue con éste. Su nuevo programa queda inédito y, como antes decíamos, cuidadosamente ocultado o deformado [por sus seguidores]. Era su testamento y, sin embargo, nadie se atrevió a cumplirlo”.
Arana aportó al nacionalismo vasco no sólo el partido, la doctrina y el ideal, también gran número de símbolos y expresiones de su propia inventiva, empezando por el lema JEL (Jaungoikua eta lagizarra); la bandera, derivada de la británica y con simbolismo teocrático, que llegaría a ser la de la autonomía vasca; el himno, la denominación Euzkadi y muchos nombres de persona “vascos”, sin tradición anterior; términos como ikurriña (“lo que se ve”) en sustitución de “bandera” —pronunciada “banderá” popularmente—, o abertzale (amigo o amante de la raza); el grito gora Euzkadi azkatuta (literalmente “arriba Euzkadi suelta”(1), etc. Cambió numerosas palabras para quitarles la raíz latina o inventó otras, y adaptó a las necesidades doctrinales diversos hechos históricos, mostrando en todo una imaginación no inferior a su voluntad.
Cumplió así la misión fundadora autoimpuesta desde su iluminación en el jardín de la casa de Abando. A su muerte, la fraternidad entre los vascos y los demás españoles, por él tan abominada, empezaba romperse, si bien todavía en pequeña medida.
Sus seguidores consideraron a Sabino como un santo o algo más, e incluso hablaron de milagros debidos a su intercesión. Solían designarlo con el título de “Maestro”, con mayúscula, de resonancias críticas.
(1) La sustitución de “libre” por “suelto”, para evitar el castellano, se da también en el nacionalismo gallego con la palabra “ceibe” (Galicia o Galiza ceibe) de “ceibar”, soltar, que solía aplicarse al ganado.