En efecto, se le presentó como deportado en los campos nazis, húngaro viviendo en la Hungría comunista, sin haber sufrido 20 años de cárcel, lo mínimo para cualquier intelectual rebelde, en esos paraísos totalitarios. Por lo tanto no podía ser más que “de izquierdas”, y eso se dijo. Pues menester es matizar. Desde luego, movido por una curiosidad legítima, fui a mi librería habitual a pedir algún libro suyo, y sobre todo, por el título: Kaddish para un niño que no nacerá. Sabido es que “kaddish” es la plegaria judía para los difuntos, y el título de un maravillosos libro-poema de Allan Ginsberg, dedicado a su madre, Naomi. Pero no tenía.
Mi librero, el “caballero de la triste figura”, me explicó que los estaba esperando, que fue una sorpresa para su editor francés, Actes-Sud (cuyo director, dicho sea de paso, es sueco) y que estaban imprimiendo ejemplares a marchas forzadas, los esperaba en breve. Los dos que tenían, un cliente más rápido que yo se los había comprado. De todas formas, no tenía la intención de escribir una crítica literaria sobre la obra de Imre Kertesz, sólo señalar lo bonito del caso, ya que el Nobel, este año, no lo ha recibido un escritor famoso, ya provisto de innumerables premios y de sendos millones de dólares, como Gunther Grass, sino un desconocido, y observo que los medios, después de dar la noticia del Nobel, porque el Nobel siempre es noticia, parecen desinteresarse de este “nobelizado”, precisamente por no ser realmente de izquierdas, según los criterios de la socialburocracia que dominan en la prensa.
Judío, Kertesz fue deportado, por serlo, a los 15 años, en 1944. Después de la guerra, vuelva a su patria, Hungría, donde soporta con dificultades, el comunismo, sin adherirse con entusiasmo como Kadaré, el niño bonito del tirano Hodja, que ahora presume de demócrata, ni rebelarse, como tantos disidentes del totalitarismo comunista, los verdaderos “héroes de nuestro tiempo”, diría plagiando a Lermontov. Para los españoles de cierta edad, ésta ambigüedad, este ser y no ser, debería sernos comprensible. ¿Cuántos escritores nuestros han soportado el franquismo, con desgana, y a veces cabreo, por su absurda censura sin militar en ninguno de los estrafalarios grupos clandestinos antifranquistas? Fueron muchos. Es cierto que la dictadura franquista fue “blanda” si se la compara con el totalitarismo nazi o comunista, pero también es cierto que el traidor Kadar, instalado en el poder por los soviéticos, después del aplastamiento de la insurrección húngara de 1956, intentó organizar un “comunismo con gulas”, con muy tímidas reformas económicas y una censura menos férrea que la de los demás países comunistas.
Yo sé, y es sólo un ejemplo, que antes del hundimiento del comunismo en la URSS y Europa del Este, autores como Merleau-Ponty (filosofía pura) o Françoise Sagan (novelitas rosas), se habían traducido y publicado en Hungría. Y en 1989, cuando se produjo el éxodo masivo de alemanes del Este hacia la Alemania federal capitalista, las autoridades comunistas húngaras facilitaron, como pudieron, dicho éxodo, primer paso hacia la destrucción del muro de Berlín.
Apenas recibido el Nobel, el laureado, tras manifestar su alegre sorpresa, se indignó públicamente por las declaraciones antisemitas, comparando los israelíes a los nazis, realizadas por otro premio Nobel, como el comunista Saramago. Judío deportado en Auschwitz, Kertesz, superviviente de milagro, no fueron muchos, no podía tolerar, como es lógico, que otro Premio Nobel declarara que los “campos” (en realidad barriadas) palestinos fueran peores que los campos nazis. Pero, estas declaraciones ¿son de izquierda o de derecha? ¿No asistimos a un portentoso antisemitismo de izquierdas? Saramago es uno de los maîtres à penser de los plumíferos de El País, indudablemente de izquierdas, y si no comunistas, socialburócratas, lo cual muchas veces es lo mismo. En este sentido, ya sería hora de denunciar la gigantesca estafa moral que constituyó el Tribunal de Nuremberg (1945/46), en donde se juzgaron los crímenes y a los criminales nazis, y la estafa no reside ahí, porque efectivamente los nazis fueron criminales, la estafa reside en que entre los jueces y fiscales, estaban los soviéticos, igual de criminales.
Sin embargo, Nuremberg ha dictado las leyes universales sobre el Bien y el Mal, los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad, y entre los fundadores de estas leyes presuntamente democráticas y humanistas, estaban los criminales comunistas, con lo cual estos escapaban hasta el fin de la Historia a la condena democrática y humanista de sus crímenes. Imaginemos un segundo, mera especulación intelectual, que la Alemania nazi hubiera formado parte de los vencedores y los juzgados hubieran sido los soviéticos vencidos. Con los mismos argumentos y por los mismos motivos, hubiera podido condenarse a Stalin y a su partido-estado por crímenes de guerra. Constituye una de las peores tragedias de la Historia, y además, en el mismo momento en el que en Nuremberg se condenaba firmemente el antisemitismo nazi, y sus millones de muertos, en la oficialmente democrática y humanista URSS, se iniciaba una nueva y aún más mortífera deportación de judíos al gulag siberiano, sin que nadie hablara de ello. O casi.
¿Quién recuerda que durante esa guerra, los nacionalistas árabes, siempre antisemitas, eran pronazis? ¿Que el progresista Nasser formó parte del complot de las “camisas verdes”, que ayudaron a los ejércitos nazis contra los ejércitos aliados, durante esa misma guerra? Luego, claro, se hizo prosoviético, primero porque los nazis habían perdido, y luego porque los soviéticos también eran antisemitas.
Se oculta al máximo el hecho de que si el nuevo antisemitismo de izquierdas occidental tiene rubores de virgen, cuando su racismo puede de alguna manera ser comparado al nazismo, nada semejante ocurre en los países árabes, sean estos progresistas (Siria, Egipto, Irak, etc) o conservadores (Arabia Saudí, los Emiratos, Irán, etc), donde la figura de Hitler y la eficacia nazi es exaltada a diario. Esto no se sabe, o apenas, en Occidente, pero no porque lo disimulen los árabes, terroristas o no, fanáticos o moderados, sino porque la censura occidental, en este caso tan eficaz como la de los países totalitarios, suprime todo lo concerniente al pronazismo antisemita de los países árabes, y ya es mucho suprimir.
Si en las revistas de prensa, en los reportajes televisados, en las tertulias radiofónicas se dijera algo, aunque sólo fuera un 10%, de lo que los medios árabes dicen sobre Hitler y su benemérita caza de judíos, o solución final, muchos propalestinos, proárabes, pero tercermundistas, se preguntarían ¿dónde estamos? ¿Contra quién luchamos? ¿Qué estamos haciendo? ¿Veis? Una vez más peco de optimista. No serían muchos los progres que, despertándose una mañana en las mismas filas que las de los terroristas islámicos antisemitas, tendrían esos problemas de conciencia. Algunos tal vez, pero la mayoría se mostraría, se muestra, encantada, porque su profundo y añejo antisemitismo popular y de izquierdas, del que Marx, pero también Bakunin, fueron ilustres ejemplos, puedan expresarse hoy libremente, en nombre del antisionismo progresista, o sea, el que mata a judíos. Por Serlo.
CRÓNICAS COSMOPOLITAS
Antisemitismo: coser y matar
Pese a mis recelos en relación con la prensa, asfixiada por el conformismo progre, esta vez caí en la trampa con el Premio Nobel de Literatura y, en mi última crónica le declaré “de izquierdas”. Así se le había presentado y, a primera vista, parecía lógico, pero las apariencias engañan.
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