Analicemos brevemente las principales determinaciones del voto, relevantes para estas elecciones:
1ª Aunque teóricamente se trata de elecciones legislativas, la deriva de nuestro sistema parlamentario, tanto nacional como autonómico, las ha convertido en pseudopresidenciales. Por tanto la primera determinación del voto se refiere al máximo líder de cada una de las formaciones en contienda.
2ª La personalidad del líder ha de situarse en el entorno de un equipo de gestión. Es relevante, por tanto, el juicio de la gestión pasada, en el caso del candidato que se presenta a la reelección y de las expectativas que suscitan los que aspiran a sustituirlo.
3ª Los grandes valores que singularizan a los diversos partidos. Su concepción de la persona, de la vida social y política, de la libertad, de la propiedad, del bien común, etc. Sintéticamente, las ideologías. En realidad, la contradicción entre el carácter teóricamente parlamentario del sistema y su funcionamiento presidencialista se salva porque, de hecho, no se vota a las candidaturas, sino a los partidos. Esta cuestión es más relevante en situaciones como la actual de intensa polarización de la sociedad.
4ª Las anteriores cuestiones están afectadas por las diversas comprensiones de la relación entre Galicia y el conjunto de España. Además, el propósito revisionista de la distribución territorial del poder, alentado por el Gobierno de Zapatero ha abierto nuevas cuestiones, tal la pertinencia de alterar la Constitución y/o el Estatuto de Autonomía, la modificación de la financiación de la Comunidad, etc., y
5ª La importancia real o simbólica que puede tener el resultado de estas elecciones para los liderazgos respectivos de Zapatero y Rajoy.
Pues bien, tal pluralidad de determinaciones se reduce para el elector a virtualmente dos solas opciones: votar al PP o votar a uno cualquiera de los otros dos partidos, pues es evidente que si los populares no obtienen la mayoría absoluta PSOE y Bloque Nacionalista Galego (BNG) gobernarán en coalición. E, incluso, apenas tendrá relevancia en la conformación de ese eventual Gobierno el apoyo relativo que obtenga cada uno de estos dos partidos. Pues, dada la “imposibilidad política” de un Gobierno minoritario del PP o de una coalición entre este partido y alguno de los de izquierda, el peso gubernamental de PSOE y BNG será el mismo, cualquiera que sea el número de escaños que cada uno obtenga (a este propósito, es ilustrativa la experiencia del Gobierno catalán, en cuanto a la relación de ERC y PSC).
Contemplemos ahora una panorámica de los partidos contendientes, especialmente del Partido Popular. Según alguna encuesta, la mayoría de los ciudadanos, incluso los que declaran intención de votar al PP, hubiesen preferido otro candidato. La candidatura de don Manuel Fraga Iribarne se ha justificado con el argumento de que cualquier otro candidato obtendría peores resultados e, incluso, podría comprometer la unidad del partido. Probablemente esto es cierto, pero abre una ulterior pregunta: ¿cómo es posible que tras dieciséis años de gobierno ininterrumpido, el partido no sea capaz de disponer de un candidato alternativo?
La respuesta exige una revisión de la trayectoria del Presidente Fraga y del Partido Popular de Galicia, desde que don Manuel abandonó el escenario nacional para reducirse a la política gallega. En todo este tiempo ha consagrado su esfuerzo a la gestión gubernamental, con muy buenos resultados, pero ninguno (o poco y sin éxito) a la vertebración del partido, que ha seguido funcionando como una coalición de baronías territoriales. No se logró la vertebración regional del partido, ni se promovió la creación de un núcleo dirigente, ya fuese en el interior del partido, ya en el grupo parlamentario. Los miembros del Gobierno y los altos cargos han sido elegidos al margen de la vida orgánica del partido. En estas condiciones era casi imposible que surgiesen líderes alternativos. Incluso si alguno superaba estas limitaciones estaba siempre lastrado por su pertenencia a alguna de las fracciones territoriales.
Esta orientación se ha reflejado también en una deliberada menesterosidad ideológica. Es posible que el énfasis en la gestión y la habilidad en el control de redes clientelares en el mundo rural estén en la base de los pasados éxitos electorales. Pero ahora pasan factura, en forma de la creciente pérdida de peso del partido en los ámbitos urbanos. No incidiré yo en la cínica condena del “caciquismo” del PP en el mundo rural. Este sedicente caciquismo no es peor ni menos democrático que la clientelización de redes urbanas que practica el PSOE. Pero los instrumentos de uno y otra son diferentes. Para “fidelizar”, como se dice ahora, a electores urbanos es imprescindible el recurso a la ideología. Sin ella, la captación de elites y subelites urbanas para los cargos de Gobierno y de Administración se queda en el plano de las relaciones interpersonales, al margen de la estructura partidaria. Resulta reveladora la desenvoltura con la que muchos titulares de estos cargos se proclaman ajenos al partido y a sus ideas.
En conexión con esto, la política cultural ha sido un desastre. No parece sino que su único objetivo era aplacar a los enemigos ideológicos. Se han financiado congresos y otros happenings, para lucimiento de profesionales del izquierdismo más extremo, de todo el mundo mundial, gastando considerables sumas para ser insultados por tan ilustres invitados. Respecto de los nativos, se ha subvencionado y condecorado a escritores, artistas y titiriteros en razón directa de su izquierdismo, para obtener parecida cosecha. Apenas una peseta, en cambio, para promover los valores y las ideas del partido.
¿Vale, entonces, la pena votar al Partido Popular? Sí, porque la alternativa bipartita PSOE-BNG sería mucho peor. El PSOE gallego es un partido débil y muy fragmentado territorialmente. Su candidato tiene poca personalidad y vigor político. En su entorno personal, eminentemente profesoral (él mismo es profesor y fue Vicerrector de la Universidad de Santiago), domina probablemente la devoción por el modelo PSC. Sin embargo, la analogía no llegará muy lejos, pues el PSOE gallego carece del vigor nacionalista y de la imbricación de sus dirigentes con la alta burguesía regional, típicos del catalán. El de aquí es un partido más bien zapateril, aunque quizá algo menos radical.
Pero es de temer que si llega a la Presidencia de la Xunta su actuación sea un remedo de la del ocupante de la Moncloa. En la campaña ya ha manifestado similar aptitud para crear problemas donde no existen. Los sectores electorales donde encuentra mayor apoyo son las clases profesionales urbanas, particularmente personal de la educación y de la sanidad pública, y los estudiantes universitarios, en ambos casos en concurrencia con los nacionalistas (en los estratos más altos y en las ciudades más grandes predomina el PSOE; en los más bajos y en las poblaciones más pequeñas, el BNG). Dejando aparte aquellos que se mueven por incentivos de carrera política, su atractivo se sustancia en el "talante", el "buen rollito", la "modernez" y vaciedades similares, tan seductoras para nuestra menesterosa progresía.
El BNG es el partido nacionalista. Formalmente es un “frente interpartidista”, aunque de hecho funciona cada vez más como un partido unitario. Está hegemonizado por la Unión do Povo Galego (UPG), que se proclama marxista-leninista. El galleguismo siempre ha experimentado una fuerte tendencia mimética respecto de los nacionalismos catalán y vasco, primando una u otra referencia según la circunstancia histórica. El BNG forma parte de Galeusca, una alianza con CiU y PNV, que nunca ha tenido efectos prácticos, pero sus verdaderos modelos son Batasuna y ERC, aunque la moderación del electorado gallego le ha impulsado a adoptar estrategias menos agresivas.
Su mimetismo le lleva a secundar iniciativas políticas de catalanes y vascos, disparatadas para Galicia, por su tan diferente posición en la economía nacional. En realidad, su rasgo más característico, respecto de los otros nacionalismos "históricos". es un énfasis ruralista y arcaizante, pintoresco y reaccionario. En consecuencia persigue con más insistencia que éxito el voto rural. Tras un proceso de liquidación de sus líderes más conocidos, su candidato es Anxo Quintana, hombre tosco y poco inteligente, que pugna por transmitir una imagen de moderación (con cierto éxito) y modernidad (sin ninguno). Sin embargo, el máximo poder dentro del BNG sigue estando en manos de Francisco Rodríguez, jefe de la UPG y diputado en el Congreso.