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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Año nuevo, guerra vieja

Señoras y señores: Tengo el honor de comunicarles que el catedrático de Ciencia Política D. Antonio Elorza ha descubierto el Mediterráneo. El hecho de que lo haya descubierto en Pakistán no sólo es culpa suya: también se debe a los azares de la historia.

Señoras y señores: Tengo el honor de comunicarles que el catedrático de Ciencia Política D. Antonio Elorza ha descubierto el Mediterráneo. El hecho de que lo haya descubierto en Pakistán no sólo es culpa suya: también se debe a los azares de la historia.
El caso es que Elorza, el sábado 29 de diciembre, escribía en El País ("Jugando con el terror"; cabe preguntarse quién juega): "Al Qaeda ha puesto en marcha frente a Occidente una estrategia terrorista que cabe definir como el inicio de una guerra mundial de nuevo tipo". Eso es lo que decimos nosotros, desde septiembre de 2001, en Libertad Digital y La Ilustración Liberal; también lo dicen algunos más, pero el catedrático nos trató con académico desprecio. Es cierto que ya fue escéptico, cuando no crítico, con el buenismo imbécil de la alianza de civilizaciones de Zapatero-Montesino, pero fue infinitamente más violento en sus críticas hacia quienes, como Bush, Blair, Aznar y nosotros, considerábamos que estábamos en una "guerra mundial de nuevo tipo", como de pronto acaba de descubrir él.
 
Lo que por lo visto le ha despertado de sus sueños muniqueses ha sido el asesinato de Benazir Bhutto. Es desde luego un acontecimiento considerable, que supera las fronteras del Pakistán, aunque sólo sea porque ese país posee armas nucleares, y dichas armas, en manos de Al Qaeda, pueden, desde luego, interrumpir bruscamente la siesta de nuestros pacifistas, partidarios del "diálogo" con los locos de Alá.
 
Los más radicales de entre los musulmanes han elegido Pakistán, como Afganistán, Irak, Argelia y otros países islámicos, para su ofensiva general contra los "nuevos cruzados", y, aunque perpetran atentados en diferentes naciones de Occidente, han concentrado el grueso de sus fuerzas en aquéllos. Pretenden conquistar el poder para el islam radical y, desde las plazas cobradas, lanzar una ofensiva generalizada contra los infieles. Su "reconquista".
 
Si bien ésta es en ciertos aspectos una guerra "de nuevo tipo" –los atentados suicidas, por ejemplo, constituyen un fenómeno relativamente nuevo, por su frecuencia y amplitud–, también tiene elementos y aspectos de las guerras clásicas: las armas, el terrorismo, también la propaganda y la lucha ideológica.
 
En cuestiones de propaganda y lucha ideológica, los de Al Qaeda, los talibanes, los Hermanos Musulmanes, etc., cuentan con la potente ayuda de los muniqueses occidentales. Todos los que sistemáticamente condenan cualquier iniciativa militar de los USA y sus aliados (como, aún, el propio Elorza), se rasgan las vestiduras ante el menor vuelo de la CIA, denuncian "torturas" en Guantánamo, justifican el terrorismo como "única arma de los pobres" o "de los débiles", afirman que el islam "nada tiene que ver con el terrorismo"...; en fin: todos los que consideran a los USA como el principal, cuando no el único, enemigo tienden a considerar a todos los enemigos de los USA como sus aliados, y contra más violentos sean y más atentados cometan, mejores aliados serán.
 
En este sentido, su derrotismo antidemocrático es infinitamente más eficaz, entre la socialburocracia pueblerina, que el mensaje coránico de un Ben Laden demasiado troglodita, así como entre poblaciones ciegas ante los verdaderos peligros, egoístas, conformistas y hasta cobardes, que no se meten en líos y aplauden cuando, después de cualquier atentado, se construyen nuevas mezquitas, o se subvencionan nuevas escuelas coránicas, (como si por invitar a cenar a tus asesinos alejaras el peligro). Ahora bien, no están en absoluto dispuestas a vivir coránicamente.
 
Podrá parecer cínico, pero es un hecho: tenemos, los demócratas occidentales, la inmensa suerte de que los musulmanes, y no sólo los sunníes y los chiíes, se odian y matan en nombre del islam verdadero; suerte que no siempre sabemos utilizar.
 
Hay que saber aprovecharse de la situación. En este contexto, jefes de Estado como el egipcio Hosni Mubarak o el paquistaní Pervez Musharraf pueden ser, ocasionalmente, aliados de Occidente en la lucha contra el terrorismo. No hay que confundir esos países y sus dirigentes con Irán, Siria o el Sudán, por ejemplo. Evidentemente, ninguno de ellos es democrático, pero tampoco puede compararse Egipto con Irán, o con lo que fue Afganistán bajo el régimen talibán: el aquelarre absoluto, o el régimen islamista perfecto.
 
Pese a las confusiones voluntarias y las contradicciones inverosímiles, para mí queda claro que el asesinato de Benazir Bhutto forma parte de la ofensiva general del islam radical en el mundo entero, particularmente en esa región, y la prestigiosa Scotland Yard no podrá cambiar nada en ese aspecto.
 
Benazir Bhutto.Yo no sé si Benazir Bhutto habría ganado las elecciones, si hubiera podido aliarse con Musharraf para gobernar; si ese buenismo onusiano ("Lo esencial es que la democratización prosiga"), en un país que prácticamente se halla en guerra civil, puede tener la menor efectividad; y hasta pienso que, si se hubiera mantenido el estado de excepción, quizá no habrían podido asesinar a Bhutto.
 
Se nos dice que ésta, cuando fue primera ministra, aceleró la construcción de la bomba nuclear (pensando en la India) y "ayudó a los talibanes" (El País, 3-I-2008). No: ayudó a los afganos contra la URSS, que era el principal enemigo de todos, salvo de Castro y de Ignacio Ramonet. Bien sabido es que muchos de los problemas que tiene hoy Pakistán provienen de esa época, y de su ayuda a los afganos durante su guerra contra la ocupación soviética; pero es que una guerra "justa" puede acabar teniendo resultados nefastos, como quedó de manifiesto con la toma del poder en Afganistán por parte del totalitarismo talibán.
 
Sea como fuere, ese periodo ha pasado, y Musharraf, su ejército, sus servicios secretos –en los que, por lo visto, el islam radical es muy influyente– tendrían que librar otra guerra, una guerra contra el terrorismo de Al Qaeda y los talibanes. Musharraf, quien durante años ha jugado sucio, es "proyanqui" y a la vez muy tolerante con el islam radical; pero tendrá que decidirse: su doble juego no puede durar eternamente. De todas formas, los locos de Alá no se lo permitirán.
 
En esta situación de crisis profunda, de enfrentamientos sangrientos, pensar que en febrero Pakistán podrá celebrar unas elecciones "libres y democráticas" es de necios.
 
Y ahora, imaginen un segundo que los USA y sus aliados hubieran perdido realmente la guerra de Irak (que no la han perdido), que este país se hubiera convertido en una república islámica aliada de Irán y Al Qaeda, pongamos: los locos de Alá que siguen combatiendo allí se volcarían sobre Afganistán, Pakistán, el Líbano, África del Norte; sobre Israel, los infieles, Occidente y los "malos musulmanes".
 
Los que, alegres, piensan que los USA han perdido en Irak se equivocan: la guerra continúa, tanto en Irak como en Afganistán. Es la misma guerra, y se libra también en el Líbano, y hasta en Pakistán. Una guerra que va para largo y que tenemos que ganar; si Dios quiere, dirá Bush, con la ayuda de los países musulmanes "moderados".
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