Hay que apuntar que estamos muy lejos de los más de 115 puntos del año 2000, aunque terminamos el año 2004 con mayor confianza que el 2003, en el que no conseguimos superar los 98.
Estos índices, que miden conjuntamente la confianza de empresarios y consumidores, se ven perjudicados de manera diferente en los distintos Estados miembros.
En términos medios, como señalamos en otro artículo, la confianza de los consumidores se mantiene estable, mientras que cae la de los empresarios especialmente en el sector servicios. Señala el Comisario de economía, el español Almunia, que esta pérdida de confianza –que terminará frenando el crecimiento de la zona euro, hasta situarlo por término medio en un 2%– se debe a la fortaleza del euro, que achica nuestras probabilidades de exitosas cifras de exportación.
Pero en una zona tan amplia y tan diversificada, bajando a los detalles podemos alcanzar algunas otras conclusiones, además de ésa.
La opinión de los consumidores franceses y alemanes –a los que nuestro Presidente está empeñado en asemejarnos– acerca de su economía y de sus perspectivas como trabajadores, cae y cae y sigue cayendo, pese a los esfuerzos que hace la antigua locomotora europea.
Los pequeños gastadores privados alemanes no se deciden a vaciar sus faltriqueras, quizás temiendo que sus gobernantes les engañen tanto como a la Comisión europea. Con esos déficit, mejor que los pocos euros que un alemán medio ahorra queden en casa, guardados para alguna excepción, o para emergencias.
Los franceses, por su parte, según el último sondeo del Instituto Nacional de datos francés, miran con prevención a su gobierno, que amaga con despidos masivos de funcionarios, con políticas que no consiguen estabilizar los precios, o con órdagos injustificables en lo que al déficit se refiere: su confianza en diciembre es la más baja del año.
En España las cosas son diferentes. Rodríguez Zapatero ha logrado que, nuevamente, España vuelva a ser diferente.
En los gobiernos anteriores, al Presidente no se le ocurría enmendar la plana a su Ministro de Economía. Se escogía a alguien competente, y se le dejara actuar, eso sí, fijándole unos objetivos. Si no era competente, se le cesaba y se nombraba a otro. En el Gobierno del 14 de marzo, las cosas cambian. El consenso y las alianzas de civilizaciones se venden bien fuera, de cara a algún pardillo de la ONU o del ciudadano pacifista, pero dentro, a lo Fidel Castro.
En el mejor de los casos, el nuevo Gobierno cambia, cuando así le parece, los planes a Solbes; en el peor, cambia los objetivos y santas pascuas. Promete aquí, dona allá, jura acullá, o cambia en el último momento los Presupuestos porque le llaman desde Cataluña a cobro revertido. Así, la confianza es simple quimera.
La economía, incluso o especialmente la del laissez faire, sólo funciona cuando las reglas del juego están claras, se respetan y se hacen respetar.
Los empresarios españoles no juegan al póquer, ni siquiera al mus entre caballeros. Decía un ilustre economista que, en caso de parecerse a algún juego, los empresarios jugarían al ajedrez con un mercado que está en continuo aprendizaje. Y el ajedrez no funciona sin estar enrocado en sus reglas, fijas e inamovibles. Tan sagradas como la propiedad.
Yo, cada vez que veo asomarse a la pantalla a la vicepresidenta De La Vega me pongo a temblar: ¿Qué nuevo regalo traerá la reina maga esta vez? ¿Cuánto me costará lo que promete? ¿Cuánto tardarán en desmentirlo? ¿Será verdad, serán fuegos de artificio? ¿Sabrán que esa política que acaban de anunciar estropeará la que anunciaron ayer? ¿Conocerán que en la Economía, como ocurre con la farmacopea, hay interacciones nocivas entre tratamientos?
Por supuesto que la fortaleza del euro respecto a la del dólar es preocupante para la exportación, lo mismo que el precio del petróleo, sin embargo el mes de diciembre –donde el euro ha estado por las nubes y el crudo también, aunque no con las cifras de octubre– ha mejorado sensiblemente la confianza del sector industrial. Lo que ha caído sobremanera ha sido el sector servicios, notablemente en España, que se engarza con ese uso de lo sobrante en las economías familiares.
Dice el refrán que dentro de casa, donde hay confianza, da asco. Pero, también dice la sabiduría popular, que sin confianza, ni los buenos días.
A los pocos días del estallido de la Revolución rusa, se abolió la propiedad privada de la tierra, se otorgó autoridad sobre la producción a los obreros de las fábricas, y se nacionalizó la banca, sin embargo Stalin no eliminó a los empresarios y poco a algún proletario amigo: necesitaba a los empresarios para que las fábricas funcionaran. Ellos tenían el how-known, y Stalin lo sabía.
Nosotros no tenemos esa suerte: nuestro Presidente quiere serlo del país (también de “El País”) y de los bancos no afines, de las grandes empresas, de la ONU: el niño en el bautismo, el muerto en el encierro. Caiga quien caiga, se violen las reglas que se violen.
Así, poco podemos hacer: sólo ver cómo la confianza cae, e inventar un nuevo juego: el “yo siempre gano, porque pongo las reglas”.