Le comenté lo mucho que me había gustado. Mi amigo progresista me dijo con tono escandalizado que no había ido a verla y que no pensaba hacerlo porque le parecía una película sadomasoquista, narcisista y machista (sic, sic y resic). Como debí poner una cara rara quiso demostrar su infinita tolerancia y añadió que a pesar de todo, Jesucristo le parecía una figura "interesante".
Del respingo que di a punto estuve de echarle encima el trago de la Coca-Cola que me estaba tomando. Recapacité, dudé acerca del giro que debía dar a la conversación y por un momento estuve a punto de poner en práctica lo que escribe Ann Coulter en el prólogo de su nuevo libro, Cómo hablar con un progresista (si no hay más remedio) [How to Talk to a Liberal (If You Must), Nueva York, Crown Forum, 2004]
Ann Coulter es una ensayista y periodista que durante bastantes años estuvo publicando exclusivamente en Human Events, una excelente revista liberal y conservadora de la que Ronald Reagan era fiel lector. Ningún otro medio se atrevía a dar a conocer sus artículos, siempre entretenidos y a menudo polémicos hasta lo incendiario. Poco después del 11 S escribió que el principal objetivo de Estados Unidos no debía ser Afganistán ni Irak, sino Francia. La columna se llamaba, muy apropiadamente, "Attack France!" Más tarde escribió que lo que debían hacer las autoridades neoyorquinas era reconstruir tal cual las Torres Gemelas, que era, en efecto, lo que se debía haber hecho.
Ann Coulter salió del ghetto de los medios periodísticos conservadores gracias a sus libros (entre ellos Slander –"Calumnia"- y Treason –"Traición"), dos best-sellers monumentales. También debe su celebridad a Internet, que le ha permitido una difusión instantánea y directa. Suele salir en la Fox y siempre resulta un gran espectáculo. Es una mujer atractiva, inteligente y bien informada. Habiéndose especializado en la provocación, dice lo que mucha gente no se ha atrevido a decir jamás y que ahora empieza a decir gracias a personas como ella.
Su último libro es una recopilación de artículos. Muchos habían sido publicados en su integridad; otros habían sido convenientemente "editados", y otros, finalmente, se habían quedado en el disco duro del ordenador de Ann Coulter.
Entre las muchas páginas memorables de este nuevo libro está el prólogo, en el que la autora proporciona diez consejos, que son otros tantos mandamientos, acerca del problema en que se ha convertido hablar con un progresista, siempre, eso sí, que no haya más remedio que hacerlo.
El decálogo es el siguiente:
- No rendirse antes de pelear.
- No estar a la defensiva.
- Hay que sacar de quicio al enemigo. ("Si el progresista con el que está usted hablando no se queda sin habla, espumeante e impotente de rabia, es que usted lo está haciendo mal. La gente no se pone furiosa cuando se le miente; se pone furiosa cuando se le dice la verdad.") (Este es mi favorito.)
- No disculparse jamás, "al menos no por lo que los progresistas quieren que usted se disculpe".
- No elogiar nunca a un demócrata (aquí, el partido de izquierdas que corresponda).
- No mostrarse nunca generoso con un demócrata (ídem).
- No halagar nunca a un demócrata (ídem otra vez).
- No dejarse nunca comprar por los progresistas.
- Prepararse para que los secretos mejor guardados de la propia vida privada sean aireados por los progresistas. (Por un razonamiento que el lector interesado hará bien en seguir, los dos párrafos dedicados a este mandamiento terminan con un comentario certero y memorable: "En realidad los progresistas odian a los homosexuales".)
- Estar siempre disponible para los progresistas en trance de reconversión.
Mi amigo el progresista al que le "interesaba" la figura de Jesucristo no está en trance de reconversión, pero confieso que no seguí los consejos de Ann Coulter y me callé. Decirle lo que pensaba de su comentario le habría sacado, efectivamente, de quicio. También habría acabado con nuestra amistad. Para purgar mis pecados le mandaré una copia del libro de Ann Coulter comprada en Amazon. Con una tarjeta que diga: "Felices Navidades".