Los resultados de las elecciones autonómicas de Cataluña ofrecen como aspecto fundamental la fragmentación del mapa político. Durante los 23 años de autonomía, el escenario ha estado caracterizado por un bipartidismo imperfecto. Por un lado ha estado la hegemonía de una coalición nacionalista, CiU, formada por los partidos CDC y UDC y liderada por un personaje sobre el que, en aquel momento llamado transición española, hubo un extraño consenso en declararlo en toda España blanco de elogios y calificativos superlativos, como proyectando imaginariamente sobre él el estadista con el que se soñaba, lo que le ha estado otorgando una extraordinaria autoridad personal que explica en buena parte sus seis victorias consecutivas. Por otro lado ha estado como segunda fuerza mayoritaria otro partido, también nacionalista, pero que incluyó la S de socialista en sus siglas, lo que le sirvió para acordar con el PSOE la retirada de éste de Cataluña, es decir, la disolución de la federación catalana del PSOE. El PSC ha estado siendo el segundo partido de Cataluña en buena parte por la cantidad de votos que seguramente ha recibido de gente que creía que votaba PSOE. Pero una muestra de que se trata de otro partido nacionalista se encuentra en que sus miembros de la Cataluña hispanohablante, particularmente algunos que han alcanzado alcaldías importantes, como Manuela de Madre en Santa Coloma de Gramanet, Corbacho en Hospitalet o Montilla en Cornellá, han renunciado a cualquier atisbo de fidelidad a su cultura y han actuado rápidamente para acallar la más mínima crítica a la política lingüística de imposición del catalán.
Estos partidos han estado acompañados en el escenario político por otros tres de menor presencia. IC como traslación a Cataluña de Izquierda Unida, a imagen y semejanza de la del PSC respecto al PSOE, el PP, que fue levantado por Vidal-Quadras, dándole unos resultados que nunca han sido igualados después, y ERC, el partido declaradamente secesionista.
Desaparecido el señor Pujol, las distancias se han acortado y todo queda más abierto a posibles combinaciones, pero quedando ERC en el punto central de la coordenada ideológica, arrastrando a los demás en la dirección de la coordenada nacionalista. Y no sólo se encuentra en el punto central, sino que ha experimentado un aumento importante, aunque aún se mantiene en el 16 por ciento de los votos, el 10 por ciento del censo, aparte de que buena parte de su crecimiento es lo perdido por otro partido nacionalista, CiU.
Todo esto significa tres cosas: el secesionismo explícito ha crecido, además tiene capacidad de decisión, y el único partido de ámbito nacional se queda durante esta legislatura sin capacidad de influencia a pesar de haber crecido algo. Lo cual conduce a que, sea cual sea la combinación final que se acuerde para formar gobierno, ciertas cuestiones de carácter no trivial van a ser removidas de forma inclemente.
Pero más allá del análisis de mera coyuntura política, hay otros análisis muy importantes, como el sociológico, el ideológico o la psicología de los actores en cuestión, aunque éstos sean de un volumen inabarcable en un pequeño artículo. De todas maneras, sí que es urgente manifestar algunas cuestiones.
Las cosas hay que verlas en toda su crudeza, y en mi opinión, el auge de los separatismos en España es un problema equivalente al de la mediocridad de la clase política de vocación española. Mientras que éstos, por lo general, son gente que está en política como una manera más de hacer carrera personal, los que aspiran a la construcción de nuevos estados son gente consagrada a ese objetivo. Nada que objetar a estos últimos su opción política si eso les hace ilusión (en cuanto a su derecho a elegir esa dedicación, no en cuanto a sus ideas, sobre las que hay mucho que discutir). Pero creo que es exigible a los que gobiernan o aspiran a gobernar España tener otra talla intelectual, una capacidad de comprender su país en sus coordenadas espaciales e históricas, para obtener de ahí la capacidad de convencer a la sociedad y liderar el país.
Mientras que los secesionistas llevan 30 años analizando la psicología social, calculando los mensajes y transformando el imaginario colectivo de la sociedad, los políticos no nacionalistas se limitan a dar respuestas burocráticas, amparándose en aspectos formales, como la Constitución o el marco europeo, deseando quitarse el asunto de encima y manteniendo la mente puesta en otras cuestiones. Uno observa el panorama mediático de Cataluña (Barcelona es una ciudad empapeladita de carteles y pegatinas con consignas nacionalistas), la mala uva con la que se aprovecha cualquier asunto para presentar a España como algo vergonzante, sus debates laberínticos reinterpretando la realidad, la convicción con la que expresan ser la Europa avanzada frente a la España casi africana, y uno se imagina a gente de primera fila de la política española, sean del gobierno o de la oposición, absolutamente perdidos.
Mientras que cuando aparece en el escenario una idea que mínimanente disgusta a los nacionalistas éstos reaccionan con una virulencia casi infantil, pero efectiva, se permite que circule tranquilamente, por ejemplo, el bulo de que la radicalización de los nacionalistas es la justa reacción a que otros tengan la desfachatez de no serlo y actuar en consecuencia. No sólo se permite, sino que el propio jefe de la oposición, hablando sin duda al dictado de Maragall, lo lanza él mismo, diciendo a Aznar eso de que lea con ciudadano los resultados. ¿Tan difícil es decir que eso es una lógica perversa porque otorga a una parte el privilegio de presentar sus opciones como obligatorias al no reconocer el derecho de los demás a tener sus propias ideas, al convertir el legítimo derecho democrático a tener otras ideas en nada menos que una amenaza? Otra salida que tienen los nacionalistas es que "desde fuera no se comprende Cataluña". ¿Tan difícil es decir que eso es un menosprecio insolente a la capacidad intelectual de los demás? Parece que sí lo es, porque nadie reacciona como requieren esos mensajes absolutamente antidemocráticos.
Y por acabar, el análisis de los actores. Carod-Rovira es el arquetipo de una raza que se ha estado fraguando durante los últimos 30 años y que hoy en día podemos contemplar en los debates políticos que se encuentran por Internet, donde la gente no se ve las caras y actúa con total sinceridad. Chavalotes imbuidos de ese ambiente mediático que se respira en Cataluña, en el que abrazar la fe catalanista permite al mismo tiempo menospreciar de forma racista a quien se declare español y acusar de franquista y antidemócrata al que se permite tener otros enfoques u otras sensibilidades. Que porfían incansablemente manipulando datos o acudiendo a falacias infantiles, porque no reconocen otro resultado que la rendición incondicional a la doctrina catalanista.
Veo en el señor Carod-Rovira a alguien que mira con la sonrisa burlona del que sabe que cada interpelación la va a contestar con un menosprecio aún más hiriente que el anterior, y cuyo origen aragonés no hace más que añadir sarcasmo a su renegación de ser español. Espero que el resto de España sepa tratar como se merece a alguien que dice "España no nos sirve".
José Miguel Velasco es presidente de la Asociación Cultural Miguel de Cervantes.