Promotor del liberalismo y enemigo de la intervención del Estado en la economía, en la educación, en el matrimonio, en los sistemas electorales y en muchos temas sociales, planteó sus críticas al estatismo en Chile en momentos muy diferentes: primero, durante el socialismo, después, al imponerse la libertad económica, y, más recientemente, con el intervencionismo redivivo.
Sabía Bardón que los instintos estatistas no mueren: se adaptan discretamente a las circunstancias. Recordaba que, una vez que los socialistas perdieron sus argumentos, descubrieron que no necesitaban controlar la propiedad, porque podían cumplir sus objetivos mediante regulaciones; y no sólo para las empresas, sino para todas nuestras actividades.
Estudioso de la economía y, a la vez, escéptico de la capacidad predictiva de su profesión, Álvaro Bardón fue presidente del Banco Central chileno, de cuya supresión era partidario, así como de la dolarización de la economía, mucho antes de que la Unión Europea adoptara la moneda única y suprimiera los bancos centrales nacionales.
Bardón fue valiente ante la vida y ante la muerte. Su formación católica no le impedía rebelarse contra algunos eclesiásticos que pretendían interpretar y opinar en forma normativa, apartándose de principios básicos de la economía. Sostenía que Jesucristo fue el primer gran liberal de Occidente. Admirador y promotor de la actividad empresarial, no trepidaba en denunciar a los empresarios –y a los sindicatos, y a los partidos políticos– cuando se oponían a la competencia.
No le importaba aparecer como políticamente incorrecto. Sus lectores reconocían esa valentía y sabían dónde se encontraba en cada debate público: su posición se conocía, pero su argumentación –y su modo de argumentar– siempre sorprendían.
No descalificaba a sus adversarios. Austero, muy sociable, buscaba con quién conversar y a quién acoger. Logró vencer la timidez. Vaya si lo consiguió. Sus múltiples amistades, en los sectores más variados, apreciaron su originalidad, su brillo, su generosidad y simpatía, al margen de sus tajantes opiniones.
Era sencillo, transparente, directo, sin misterios, adivinanzas ni reservas mentales; y firme y perseverante en sus valores y opiniones, a pesar de desenvolverse en ambientes discrepantes. Muy probablemente contribuyeran decisivamente a esa invariabilidad el ejemplo de sus padres y de su familia, en particular el de su esposa.
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HERNÁN FELIPE ERRÁZURIZ, ex ministro chileno de Relaciones Exteriores.