En un artículo titulado 'La nueva historia canónica', el profesor de historia José Manuel Macarro ha escrito: "Entonces comprendí que un libro como el de Pío Moa acerca de los mitos de la guerra, que no es más que una vuelta a los tópicos de la publicística nacionalista de los años cincuenta, lleve más de 100.000 ejemplares vendidos. Poco importa que la base en que se apoya contenga, más que lagunas bibliográficas, auténticos mares. Lo que cuenta es que es una ruptura de la historia oficial de estos últimos años. De ahí su éxito".
Para dedicarse al estudio de la historia, el señor Macarro no muestra mucha sagacidad. Parece que todo mi mérito consiste en haber roto con la historia que llama oficial –y que casi ha conseguido serlo– en estos últimos veinte años o más. Pero, como no ignorará, supongo, el señor Macarro, no soy ni mucho menos el único que se ha opuesto a esa historia (a juzgar por otras frases de su artículo, el propio señor Macarro también lo ha hecho), y sin embargo nadie o casi nadie más ha obtenido un éxito semejante. La razón debe ser otra, pues. Un estudioso de la historia no puede permitirse tales simplificaciones.
Asegura el señor Macarro que la base bibliográfica en que me apoyo contiene, "más que lagunas, auténticos mares". Lo dudo, pero ello, en todo caso, no significa que la obra sea forzosamente mala. Aquí tocamos un prurito universitario que, si bien necesario, se vuelve esterilizador cuando se abusa de él, como ha denunciado Julián Marías. Hablaba éste en un artículo, lo cito de memoria, sobre la tesis doctoral de un estudiante que manejaba una bibliografía casi exhaustiva. "¿Y cuál es tu tesis?", le preguntaba Marías. El estudiante no sabía especificarla. Lo importante, lo que le habían hecho creer importante sus profesores, consistía en aportar una cantidad ingente de citas de autores para justificar… no se sabía bien qué. En realidad, simplemente para demostrar que los había leído, u hojeado al menos.
Esto me parece una grave tara en la universidad española, donde abundan las personas bien conocedoras de lo que han dicho infinidad de autores sobre algún tema, pero incapaces ellas mismas de decir algo por su cuenta y de sustentarlo debidamente. Al final no hay debate, no se discute sobre los hechos, sino sobre quién se conoce más autores o sobre aspectos meramente formales. Un conocimiento a fondo de la bibliografía no es malo, muy al contrario, pero concebido como suele en la universidad española, termina creando una actitud burocrática y estéril, y dando lugar a una cantidad ingente de estudios poco útiles. Como señalaba con acierto Stanley Payne, procedente de una tradición menos burocratizada y de mayor audacia intelectual: "Se trata casi siempre de estudios predecible y penosamente estrechos y formulistas, y raramente se plantean preguntas nuevas e interesantes".
Otra acusación del señor Macarro es que resucito la propaganda franquista. ¿De qué me sonará eso? No paro de oír ese cuento como alfa y omega de la crítica, por así llamarla, que me hacen incontables adversarios, prácticamente enemigos por la saña que ponen en sus diatribas. Pues bien, se trata de una acusación no sólo falsa, sino francamente estúpida. A veces falsedades por el estilo han conseguido hundir a autores valiosos, pero poco leídos, lo cual en mi caso no ocurre. Pues como resulta que mis lectores son muy abundantes, cada cual puede comprobar fácilmente hasta qué punto esa acusación es una tontería, cuando no una vileza. Mis tesis no parten de la propaganda franquista, sino de la documentación y la propaganda de las izquierdas, buena parte de ellas poco conocida, o poco estudiada, o mal valorada hasta ahora. Si el señor Macarro hablara con menos apasionamiento comprendería que de ahí, y no de la mera oposición al discurso dominante, viene la popularidad de mis libros, y la dificultad de sus contradictores para refutarlos.
Tampoco comparto la frase del señor Macarro sobre "la mísera historia franquista". No sé muy bien a qué llama historia franquista, pero si incluye en ella a Martínez Bande, a los hermanos Salas Larrazábal, a Gárate, a Ricardo de la Cierva y a varios más, yo me guardaría mucho de calificarla de mísera. Sobre todo desde el ámbito de otra historiografía que le es indiscutiblemente inferior.