Si bien se encuentra fracturado y profundamente dividido, el mundo árabe ha estado siempre presto a mostrarse ante el resto del planeta como un frente unido y cohesionado. Pero ahora, súbitamente, vemos que tal fachada presenta grietas. Así, se escuchan voces, en la prensa y en el espacio público, que hablan con amor del pueblo pero critican el rumbo que ha adoptado el mundo árabe.
El fundamentalismo islámico está siendo sometido a castigo por hacer del árabe un mundo violento, y se le está culpando de alterar el tejido de la vida árabe y de convertir cada faceta de la misma en un acto de destrucción. Asimismo, se le está recordando que no es la única, ni la definitiva, fuerza de decisión en lo relacionado con la vida, el estilo de vida o la diplomacia árabes.
La intimidación está dejando de tener efecto, y el temor a destruir el mito de la unidad árabe se está desvaneciendo. El miedo a que el mundo árabe quede subsumido por completo en la violencia y la destrucción ha alcanzado tal envergadura que ya no es posible acallarlo. Al abrazar la violencia y convertirla en la primera herramienta para la resolución de conflictos, tanto en el interior como en el exterior, la imagen del mundo árabe no sólo ha empeorado a ojos del resto del planeta, sino a ojos de los propios árabes.
Hosni Mubarak, referente y consejero político de buena parte del mundo árabe, ha sido el primero de los líderes árabes en reconocer que el islam ha adoptado un derrotero equivocado y en pronunciarse a favor del cambio. Mubarak difundió recientemente su mensaje a través de los medios egipcios. Así, y ante las cámaras de televisión, el rais, un tipo sin pelos en la lengua, dijo:
¿No deberíamos los musulmanes asumir una parte de responsabilidad por esas ideas erróneas que se difunden sobre el islam? ¿Hemos cumplido con nuestro deber de corregir la imagen del islam y de los musulmanes? ¿Qué hemos hecho ante un terrorismo que se cubre con los ropajes del islam y atenta contra la vida de la gente?
En esencia, Mubarak estaba diciendo a sus homólogos musulmanes, y a todos sus correligionarios, que el futuro del mundo árabe está en sus propias manos, que los árabes deben asumir un papel de primer orden en la visión que de ellos se tiene en el resto del planeta, que no han hecho nada por plantar cara a los asesinos de gente inocente y que, en vez de esto último, han apoyado a los terroristas apoyando a los radicales islámicos. Mubarak se decantó por un lenguaje duro para definir con claridad una realidad todavía más dura.
Con todo, aun más reveladoras –y mucho más sorprendentes que las críticas de Mubarak– son la preocupación y la condena expresadas por el Dr. Ghazi Hamad, uno de los principales portavoces de Hamás. Sí, de Hamás. En un artículo bastante crítico publicado en el semanario palestino Al Ayam, Hamad se planteaba algunas preguntas, muy sentidas y razonadas, que dejaban en muy mal lugar a su propia sociedad. Así, le reprochaba haber abrazado la violencia como medio de vida y permitido que la fuerza suplantase a las demás formas de expresión:
¿Realmente somos una sociedad violenta? ¿Estamos enfermos del mal crónico de la violencia? ¿Nos hemos convertido en gente que cree que sólo mediante la violencia, con una bala, un obús, un panfleto incendiario o una salva de insultos, pueden resolverse todos sus problemas?
Verdaderamente, se trata de una de las escasísimas veces, en mucho tiempo, que doy con un material de esta naturaleza procedente de Oriente Medio. Hasta la fecha, la mejor y más seria autocrítica procedía de musulmanes expatriados que hablaban o escribían desde la seguridad que les brinda Occidente, para el principal periódico árabe (radicado en Londres), la cadena Al Yazira o el New York Times.
El mundo musulmán ha sucumbido a su propia violencia. El radicalismo islámico propugnó que la respuesta al mundo no musulmán fuera la violencia y lo consiguió. Pero ahora la violencia se ha esparcido y ha devorado al mundo al que se suponía iba a proteger.
El terror y la violencia islámicas continuarán persiguiéndonos en Occidente, pero primero perseguirán y destruirán la cultura y la sociedad árabes. Primero harán que el mundo árabe implosione y se autodestruya.
La amenaza de la violencia islámica contra el mundo occidental es real, pero no existencial. La verdadera tragedia es que el mundo islámico ha dado tanto valor al sobadísimo mito de la unidad árabe por encima de todo que lo ha dotado de poder para destruir el valor de la vida humana.