Pues bien, acabo de leer su reciente novela, Los días frágiles, donde cuenta de manera por demás fruitiva los tres días previos a la entrada de las tropas de Hitler en un París, que no era por entonces una fiesta como el hemingwaiano título.
El narrador es un chico español, rebautizado con nombre francés, que vive con su tía, madama de un burdel, y lo vemos deambulando con dos amigos: un chico ciego que se toma el pelo constantemente y un escritor vagabundo que admira (como el autor del libro) a Stendhal y se compra, por cierto, La cartuja de Parma; se considera mejor escritor que Gide, cuyas confesiones no respeta demasiado, sosteniendo “mi siglo no me merece, no me perdonan que no me parezca a todo el mundo”.
Conforman un trío memorable; y se desplazan por un París oscuro, solitario, plagado de casas abandonadas. Deambulan en medio de la desolación y el miedo, encontrándose, aquí y allá, con una galería de personajes tan variada como ricamente pintada.
El narrador se queja (“Nunca he querido ser un hombre de acción. Deben pasarse la vida corriendo”), mientras el trío va y viene por una zona de París, procurando adaptarse a los momentos que se viven y a los que se avecinan. Por si fuera poco, se les suma una bella y misteriosa mujer, lo que da un toque de renovado interés a esas andanzas desopilantes. A la novela puede definírsela con las palabras de uno de los protagonistas, cuando dice que posee “un toque de absurdo que contribuye a hacer verosímil cualquier mentira”.
Perdidos en la noche, en una zona de París donde abundan librerías (rue Cujas, la Sorbona, jardines de Luxemburgo) y casas a oscuras, las criaturas de Carlos Pujol resultan desopilantes tanto en sus desconciertos como en sus constantes sentencias. Veamos. Dice el narrador: “en unas horas había crecido y me había emancipado sin enterarme, y sin que nadie me avisara del cambio”. O bien: “Me gustaría saber qué bando es el nuestro, -dice uno- y el otro responde: Eso nunca se averigua hasta que la guerra ha terminado”.
El argumento es simple, pero está cargado de sabrosas alusiones; y el estilo de Carlos Pujol es sinuoso, rítmico, atrapante. Siempre atento al clima y la escena, a través de descripciones indirectas, logra completar el cuadro de opresión y temor que todos los habitantes del libro sienten. Y si bien la historia se vuelve socarrona, porque ninguno sabe qué pasará, ya no con el mundo que se avecina, sino con ellos mismos, a medida que los disparatados personajes zigzaguean, huyendo de las tropas alemanas sin saber qué hacer de sí mismos ni sus pequeñas vidas, la novela no nos suelta.
En un espacio pequeño, el novelista concibe un mundo enteramente personal, fruto de la libertad creadora; y lo hace con un estilo retozón, cargado de imaginería y de humor agudo.
Carlos Pujol, Los días frágiles, Edhasa, 2003.