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AL MICROSCOPIO

Adiós, Galileo

El próximo domingo la sonda Galileo dejará de existir. Su última contribución a la ciencia serán las postreras imágenes que pueda captar y enviar en los momentos anteriores a su impacto contra la superficie gaseosa de Júpiter.

No está claro que los datos puedan llegar a manos de los científicos en condiciones óptimas de análisis, pero serán un testimonio del canto de cisne de una de las misiones más fructíferas de la NASA. La Galileo surca el Sistema Solar desde octubre de 1989, cuando fue lanzada a bordo de trasbordador Atlantis rumbo al mayor planeta de nuestro entorno. Alcanzó la órbita joviana en 1995. Por aquel entonces, se preveía una duración de dos años para la misión. Pero los datos posteriormente obtenidos y los éxitos cosechados (junto con una inesperada capacidad de vuelo de la nave) aconsejaron a los técnicos posponer el fin de la aventura.

Nunca ha habido prórroga tan bien aprovechada. En los 6 años extra concedidos, la nave ha sido capaz de revelar algunas de las sorpresas más lustrosas de la reciente investigación planetaria. Probablemente, la más importante de todas haya sido la imagen mostrada del satélite Europa, hasta hace poco un despojo anecdótico y ahora uno de los destinos clave para próximas misiones espaciales, prioridad absoluta en los programas planetarios de la NASA. Europa, según nos ha enseñado la Galileo, podría ser una bola brillante y blanca de hielo bajo cuya corteza sólida yacería un gigantesco océano de agua líquida. Las condiciones de dicho elemento, según algunos científicos, se asemejan a las que disfrutó el agua oceánica terrestre hace 4.000 millones de años, cuando hervían en nuestro planeta los primeros embriones de la futura vida.

De confirmarse esta teoría, Europa sería uno de los candidatos principales a albergar vida extraterrestre en forma de organismos microscópicos acuáticos. Es de imaginar la excitación con la que se están preparando las próximas misiones al satélite joviano. Una de ellas, podría depositar una sonda capaz de atravesar la corteza helada y tomar muestras del líquido elemento vital.

La posibilidad de hacerlo se la debemos, sobre todo, a la sonda que está a punto de fenecer: la Galileo. Los científicos saben que la nave ya no dará mucho más de sí. En plena senectud, más que una herramienta útil puede convertirse en un trozo de basura espacial molesto. Tarde o temprano, su feble movimiento se verá interrumpido por el empuje gravitatorio de alguno de los satélites de Júpiter. Entonces, caerá atraído irremediablemente hacia su superficie. ¿Qué sucedería si el destino quisiera que ese satélite fuera Europa? La sonda impactaría en sus hielos perpetuos, los destruiría parcialmente y, a lo peor, quedaría depositada en las aguas subsuperficiales contaminándolas para siempre. La Galileo es portadora de moléculas y quizás microorganismos terrestres que supondrían una fuente de contaminación inevitable en el ambiente puro de Europa. Necesitamos una luna libre de influencias terrícolas si queremos encontrar en ella vestigios de alguna actividad biológica alienígena.

Para evitar tal catástrofe, los científicos de la NASA han preferido dirigir el fin de la Galileo, programando su rumbo para que impacte inocuamente contra Júpiter. El suicidio asistido tendrá lugar el domingo 21 tras 4.631.778.000 kilómetros de recorrido durante los cuales el aparato ha fotografiado tremendas tormentas en la superficie joviana, volcanes activos en el satélite Io, la sorpresa de que Ganímedes tiene su propio campo magnético e, incluso, el posible rastro de agua en Calixto.

Su currículo no puede ser más brillante. La inversión millonaria, no ha podido ser más provechosa. Ahora, la Galileo recorre su última etapa solitaria y ajada. Ha recibido cinco veces más radiación joviana de la que estaba preparada para soportar. No sabemos hasta qué punto esto habrá dañado sus aparatos de medición y comunicación. Quizás, cuando ajuste su cámaras para realizar el último análisis de la superficie del gran planeta, sus fuerzas fallen y la instantánea no pueda ser enviada a Tierra. Habrá sido su digno legado que sólo podrán disfrutar el viejo dios caprichoso y su cohorte de amantes mitológicos.


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