Durante décadas, críticos del BM como el premio Nobel Joseph Stiglitz y el distinguido economista William Easterly han presentado numerosas evidencias de que es una institución que ha creado más problemas de los que ha resuelto.
La misión original del BM estaba condenada al fracaso. En 1944 se creía que si al Gobierno de un país pobre se le daba dinero para infraestructuras y otros proyectos de desarrollo, ese país daría rápidamente el salto hacia la prosperidad. Ahora sabemos que el resultado, siempre, es que unos funcionarios gastan dinero ajeno en proyectos elegidos por unos políticos; o sea, una mezcla de derroche y negligencia o incompetencia o ineficiencia.
El dinero del BM, procedente de los impuestos que paga la clase media de los países ricos, ha terminado en los bolsillos de los funcionarios corruptos de los países pobres.
Por falta de controles y de transparencia, el Banco Mundial ha servido, más que para erradicar la pobreza, para fomentar la opresión y la corrupción en el mundo subdesarrollado. En cuanto a la gente pobre de esos países, no goza de beneficio alguno, pero tiene la obligación de pagar los préstamos concedidos.
En 1990 copresidí el equipo de transición económica en Bulgaria, país que estaba emergiendo del comunismo. Nuestro equipo estaba tratando de privatizar las empresas estatales, entre las que se contaba la compañía telefónica, pero, a espaldas nuestras, el BM concedía créditos al monopolio telefónico, con la condición de que el Gobierno no permitiera su privatización. Cuando pedí cuentas al directivo responsable del banco, éste me contestó que era mucho más importante que la telefónica pagara la deuda al banco que el que los búlgaros gozaran de un mejor servicio y unas tarifas más bajas. Ésa sigue siendo la mentalidad que rige entre los burócratas del BM. Muchos proyectos siguen estando mal diseñados, y la administración es incompetente y corrupta.
Cuando Paul Wolfowitz fue nombrado presidente del BM, en junio de 2005, dio prioridad a la lucha contra la corrupción. Por supuesto, se atrajo las iras de los Gobiernos, contratistas y empleados corruptos. Entonces el Sr. Wolfowitz cometió la tontería de subir el sueldo a los funcionarios que se llevó al BM y a su propia novia, que ya trabajaba allí, con lo que puso en un brete tanto su lucha contra la corrupción como su propia posición.
El BM es una institución tan echada a perder que no tiene remedio. Y es que, como decía Peter Bauer, si un país cuenta con las instituciones y políticas correctas, puede obtener de fuentes privadas todo el dinero que necesite, pero si ni las instituciones ni las políticas funcionan, no hay ayuda externa capaz de conseguir éxito alguno. Sabiendo lo que hoy sabemos, el BM jamás debió crearse, y ha ser cerrado cuanto antes, para que no haga más daño.
El caso del FMI es más complejo. Ha cometido errores muy graves, como obligar a los países a subir los impuestos y prestar dinero a Gobiernos irresponsables; pero también ha logrado algunos éxitos, como ayudar a establecer sistemas monetarios y financieros en los países ex comunistas. Hoy, su problema es que muchos países ya han pagado sus deudas y los ingresos del organismo están muchos millones de dólares por debajo de sus gastos de operación. Debe, por lo tanto, reducir drásticamente su muy inflada y costosa burocracia, y dedicarse a recopilar estadísticas, promover el comercio internacional y brindar asistencia técnica.
Decir adiós al BM y a gran parte del FMI tendría los mismos resultados positivos que las reformas emprendidas en EEUU en lo relacionado con los subsidios sociales, que lograron que tantos individuos se responsabilizaran de sus actos y dejaran de depender de la caridad pública.
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RICHARD W. RAHN, director general del Center for Global Economic Growth y académico asociado del Cato Institute.