Uno de las controversias más notables tiene por protagonista a la equidad. La palabra inequidad no figura en el diccionario, aunque es de uso regular; hace referencia a la falta de equidad, que podríamos interpretar como ausencia de justicia natural.
En el terreno educativo, el problema sería que algunos no estarían recibiendo lo que merecerían. Por cierto, daríamos con otro problema a la hora fijar qué es lo que se merece o se deja de merecer. ¿Merecemos todos una educación universitaria, hablar varios idiomas? ¿O sólo leer y escribir, y algo de matemáticas? ¿Acaso poder manejar una computadora?
Tal vez por esa dificultad, algunos han buscado reemplazar inequidad por desigualdad. El problema, entonces, no radicaría en que unos no estuvieran recibiendo determinado nivel de educación, sino que algunos recibieran más, o de mejor calidad. No extraña que ideas como éstas anden en boca de algún líder piquetero; lo curioso es que provienen del Ministro de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
En un artículo titulado "El Estado está para igualar y redistribuir" (La Nación, 15-III-08), Mariano Narodowski sostiene lo que sigue:
Sabemos que no todos están en la misma posición de partida a la hora de acceder a la educación, pero creemos que estas diferencias pueden y deben compensarse. No es justo que el éxito en la escuela esté asociado con la cuna en que se nació. El Estado está para igualar y redistribuir conocimientos.
La situación de la educación pública argentina es clara. Todos sabemos que las escuelas a que asisten los alumnos más pobres tienen pocos recursos, pocos materiales didácticos, profesores poco formados e instalaciones deficientes. Quienes acuden a ellas son los que más posibilidades tienen de abandonar los estudios.
Igualar y redistribuir conocimientos es algo imposible. No todos podemos ir a Oxford o a Harvard; pero es que, además, muchos no querrían. Si queremos que los que empiezan desde más abajo tengan acceso a una mejor educación, tal vez deberíamos liberarlos de la condena que representa acudir a escuelas y colegios estatales como los arriba descritos.
James Tooley, del E. G. West Centre (Universidad de Newcastle), ha deambulado por todo el mundo y encontrado que existen escuelas privadas en los barrios más pobres de Nigeria y la India. Esas pequeñas escuelas son muy del gusto de los padres porque procuran una mejor educación que las estatales.
Nada extraordinario las hace más eficientes, sino, simplemente, el mismo principio que rige en cualquier otra actividad sujeta al mercado: quien no satisface a los clientes (en este caso, los padres), pierde (en este caso, alumnos). Por lo que hace a las escuelas estatales, no sólo están lastradas por las carencias ya referidas, sino por las huelgas, que hace se pierdan días lectivos.
¿Qué quiere decir redistribuir en este contexto? Si se trata de igualar las escuelas estatales y las privadas, habrá que proceder a igualar por abajo. Más que igualar, pues, se trata de liberar a los pobres de un sistema fracasado e ineficiente que los condena a un callejón sin salida.
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