Nadie tiene las mismas oportunidades. Unos tienen más y otros menos, pero nunca las mismas. Unos nacen en Estados Unidos y no necesitan visa para trabajar en ese país. ¿Acaso habrá que igualar oportunidades y eliminar los requisitos de las autoridades de inmigración? ¡Buena suerte!
La diversidad de nuestro mundo y de las personas que lo habitan es infinita. Las bellas tienen más oportunidades que las feas. Los inteligentes, más que los tontos. Los buenos deportistas, más que los físicamente débiles. Los simpáticos, más que los antipáticos. Los de mentalidad ágil, más que los lentos. Quienes nacen en una comunidad rica tienen más oportunidades que quienes nacen en una pobre. Los huérfanos tienen menos oportunidades que quienes cuentan con el apoyo de sus padres. Quienes nacen en época de prosperidad van más lejos que los que nacen en tiempos de crisis. Unos tienden genéticamente a ser longevos; otros no. Unos tienen mejor suerte que otros. ¿Acaso, en aras de la igualdad de oportunidades, habrá que enfermar al sano, inhabilitar al fuerte, retrasar al genio, privar de padres a quien los tiene, empobrecer a quien nace rico?
La realidad del universo es la diversidad, no sólo en lo relacionado con las oportunidades. Los recursos no están distribuidos en capas uniformes, y unas minas son ricas en metal puro y otras no. Los climas son muy variados. La fertilidad de la tierra cambia de un lugar a otro. La cantidad de lluvia es distinta en el desierto y en la selva tropical. En fin, así es el mundo, aunque no nos guste.
En lo que sí podemos alcanzar el consenso, el acuerdo unánime, es en la igualdad de derechos, porque nadie acepta tener menos que el prójimo.
Ahora bien, no faltan los inconvenientes a la hora de lograr la igualdad de derechos, porque el ejercicio de un derecho por parte de una persona puede repercutir en las demás. Por ejemplo, si A siembra mucho maíz, provocará un descenso del precio del cereal, lo que afectará a los demás agricultores y a los intermediarios. Quien encuentre la cura para una enfermedad influirá en la vida de quienes se ganan el sustento cuidando a los enfermos. Ocupar un espacio priva a otros de ese mismo espacio.
Esas realidades son tan inevitables como las derivadas de los fenómenos naturales (rayos, terremotos, etc.) o las limitaciones fisiológicas de la naturaleza humana, como la propensión a padecer ciertas enfermedades, los límites de la memoria, los límites al conocimiento, etc.
Debido a que no podemos evitar los efectos de los actos de los demás, que tienen iguales derechos que nosotros, el problema es fijar los límites. Afortunadamente, la respuesta es fácil: lo que debemos tolerar es lo que queremos que se nos tolere a nosotros mismos.
Lo que es realmente una quimera es pretender la igualdad de oportunidades.
© AIPE
MANUEL F. AYAU CORDÓN, rector emérito de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala).
La diversidad de nuestro mundo y de las personas que lo habitan es infinita. Las bellas tienen más oportunidades que las feas. Los inteligentes, más que los tontos. Los buenos deportistas, más que los físicamente débiles. Los simpáticos, más que los antipáticos. Los de mentalidad ágil, más que los lentos. Quienes nacen en una comunidad rica tienen más oportunidades que quienes nacen en una pobre. Los huérfanos tienen menos oportunidades que quienes cuentan con el apoyo de sus padres. Quienes nacen en época de prosperidad van más lejos que los que nacen en tiempos de crisis. Unos tienden genéticamente a ser longevos; otros no. Unos tienen mejor suerte que otros. ¿Acaso, en aras de la igualdad de oportunidades, habrá que enfermar al sano, inhabilitar al fuerte, retrasar al genio, privar de padres a quien los tiene, empobrecer a quien nace rico?
La realidad del universo es la diversidad, no sólo en lo relacionado con las oportunidades. Los recursos no están distribuidos en capas uniformes, y unas minas son ricas en metal puro y otras no. Los climas son muy variados. La fertilidad de la tierra cambia de un lugar a otro. La cantidad de lluvia es distinta en el desierto y en la selva tropical. En fin, así es el mundo, aunque no nos guste.
En lo que sí podemos alcanzar el consenso, el acuerdo unánime, es en la igualdad de derechos, porque nadie acepta tener menos que el prójimo.
Ahora bien, no faltan los inconvenientes a la hora de lograr la igualdad de derechos, porque el ejercicio de un derecho por parte de una persona puede repercutir en las demás. Por ejemplo, si A siembra mucho maíz, provocará un descenso del precio del cereal, lo que afectará a los demás agricultores y a los intermediarios. Quien encuentre la cura para una enfermedad influirá en la vida de quienes se ganan el sustento cuidando a los enfermos. Ocupar un espacio priva a otros de ese mismo espacio.
Esas realidades son tan inevitables como las derivadas de los fenómenos naturales (rayos, terremotos, etc.) o las limitaciones fisiológicas de la naturaleza humana, como la propensión a padecer ciertas enfermedades, los límites de la memoria, los límites al conocimiento, etc.
Debido a que no podemos evitar los efectos de los actos de los demás, que tienen iguales derechos que nosotros, el problema es fijar los límites. Afortunadamente, la respuesta es fácil: lo que debemos tolerar es lo que queremos que se nos tolere a nosotros mismos.
Lo que es realmente una quimera es pretender la igualdad de oportunidades.
© AIPE
MANUEL F. AYAU CORDÓN, rector emérito de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala).