Como era una conversación entre intelectuales –o considerados como tales por Hacienda–, insistía en la inquisitorial censura que había impuesto en su país la Casa Blanca, que estaba destruyendo la democracia norteamericana, convirtiéndola en una dictadura nacional-evangelista, o algo así. No me fue difícil dar algún ejemplo para demostrar que las "víctimas" de la censura gozaban de buena salud, como "los muertos que vos matáis". Cambió su ángulo de tiro y me dijo: "Conozco a una señora iraní que no se atreve a volver a su país por miedo a los bombardeos de Bush".
El verano pasado ya había convertido a los iraníes en inocentes o indefensas víctimas de la maldad absoluta del imperialismo yanqui. Me enfurecí, creo, y declaré que el rearme nuclear iraní era el verdadero peligro, teniendo en cuenta el fanatismo de sus ayatolás, primero para los propios iraníes, pero también para Oriente Medio y, en consecuencia, para todo el mundo. Me interrumpió, capeándome, y me preguntó: "¿Qué estás escribiendo?". No le iba a decir que mi actividad esencial aquellos días era escribir artículos contra ella, sus tesis y el borreguismo ambiental. Hablamos de literatura, que también me interesa, no se vayan a creer.
Luego, cojeando hacia la parada del autobús 38, me dije que esa señora iraní podía aprovecharse de una situación privilegiada en EEUU –más que en Irán, para una mujer–, y gozar de esa dictadura nacionalevangelista, con el sabroso plus de ser una "refugiada de hecho", víctima virtual del imperialismo yanqui, lo cual siempre procura apoyos compasivos e invitaciones a guateques. Casos semejantes los he conocido a granel, en la emigración política española.
Me hubiera gustado presentar la profesora yanqui a la diputada holandesa Ayaan Hirsi Ali. O mejor aún: presentar la "disidente del Islam" a la mercenaria del Islam, Gema Martín Muñoz, ya que estuvo en Madrid. Si sólo ha visto a Esperanza Aguirre se llevará una falsa idea de España, demasiado positiva; porque tenemos mucha bestia y mucha servidumbre voluntaria. Hay que reconocer que El País se ha apuntado un tanto publicando dos textos de conferencias de Hirsi Ali, pronunciadas ambas en Berlín.
Aunque se conozca, deseo recordar brevemente quién es esa extraña y ejemplar diputada holandesa: "Nací en Somalia y crecí en Arabia Saudí y Kenia. Seguí con fidelidad las normas dictadas por el profeta Mahoma", dijo. Hasta que rompió. Se empezó a hablar de ella como guionista de la película Sumisión, cuyo director, Theo van Gogh, fue asesinado por un islamista, siguiendo los preceptos del Profeta.
No sé cómo llegó a Holanda, pero allí comenzó su carrera política, primero en el partido laborista; pero cuando se dio a conocer como disidente del Islam fue tan violentamente insultada y agredida por sus "camaradas" socialistas, que la trataron de racista carca, no faltaba más, que se pasó a un partido calificado por la prensa de "conservador". Pues ¡vivan los conservadores! En este caso, como en todos los demás, la izquierda europea, de Zapatero a Prodi, y millones más, demuestra que es carca y facha, frente a los disidentes, los rebeldes, los espíritus libres, y sumisa al chantaje petroterrorista del Islam. Como ayer al totalitarismo comunista.
Se ha vuelto a ver recientemente, con la vergüenza del escándalo de las caricaturas, que le dieron pie, a Hirsi Ali, para defender la libertad de expresión el 9 de febrero en Berlín. Alabó firmemente al primer ministro danés, Rasmussen, a su Gobierno, al diario Jyllands-Posten, que publicó las caricaturas, y criticó a los políticos que afirmaron que publicar y reproducir los dibujos era "innecesario", "irresponsable" e "irrespetuoso". Trató de cobardes a los intelectuales que aceptan la censura y esconden su mediocridad moral con frases rimbombantes. Recordó lo que para mí es una perogrullada –pero que para Gema Martín y Juan Goytisolo resulta gravísimo–, que no hay democracia sin libertad de expresión, lo cual incluye, obviamente, la sátira y, ¡fíjense en la audacia!, la caricatura.
Además de reafirmar estos principios elementales, dijo cosas que me parecen importantes y poco frecuentes. Por ejemplo, comparó su disidencia al Islam con la disidencia al totalitarismo comunista. Me parece acertado que subrayara la similitud entre las dos disidencias, la voluntad de libertad individual frente al fanatismo y el totalitarismo de masas, aunque islamismo y comunismo no sean idénticos, aunque sólo sea porque el comunismo era anticapitalista y el islamismo no lo es en absoluto. Que se lo pregunten, si no, a los príncipes saudíes, o a Erdogan. (Someto este tema de reflexión a Fernando Savater y a Ignacio Ramonet, maîtres à penser de los avestruces).
Dijo Hirsi: "Hoy, el reto al que se enfrenta la sociedad libre es el islamismo". Su crítica radical del Islam tiene, además de claridad, un valor testimonial, porque fue educada como mahometana. Denunciando la intolerancia y el fanatismo y su inevitable corolario, el terrorismo, enumeró una serie de errores dogmáticos y deleznables: "Creo que el Profeta se equivocó al situarse a sí mismo y a sus ideas por encima de las críticas". Se equivocó, prosigue, "al decretar que se asesinara a los homosexuales", se matara a los apóstatas, se lapidara a las adúlteras y se cortara las manos a los ladrones. "Se equivocó al decir que quienes mueren en nombre de Alá serán recompensados en el paraíso", y se equivocó "al afirmar que sólo se podía construir una sociedad justa basándose en sus ideas".
Pero a renglón seguido dice esto: "El profeta Mahoma hizo y dijo cosas buenas. Animó a ser caritativo con los demás". Incluso si matiza diciendo que también "fue irrespetuoso e insensible hacia quienes no estaban de acuerdo con él", me permitiré discrepar. Desde luego lo hago con pies de plomo, tratándose de una señora tan valiente e inteligente como ella, que además fue educada en el Islam, pero he leído, sin estudiarlo, el Corán y una serie de libros sobre este tema, siendo el último el clarividente de Antonio López Campillo Islam para adultos, y creo poder afirmar que Mahoma predica la caridad para los fieles y los que se convierten al Islam, pero jamás para los infieles.
Su segundo texto, 'Un genocidio contra las mujeres' (El País, 15-3-06), es el discurso que pronunció en Alemania durante el "Día de la Mujer", una jornada oficial con mucho teatro de baja estofa. Me pareció más diplomático, más "onusiano". Desde luego, denuncia tristes verdades como templos, los crímenes, atropellos, humillaciones, violaciones y vejaciones que sufren las mujeres a través del ancho mundo, pero, si ella no, ya que denuncia el infame trato a las mujeres en Arabia Saudí, muchos se aprovechan de este "día" oficial para escurrir el bulto, y al denunciarlo todo, sin matices, no denuncian nada. Equiparar, por ejemplo, la violencia doméstica que sufren las mujeres en nuestros países con la situación de las mujeres en los países musulmanes sometidos a la ley coránica es, más que una canallada, una mentira que intenta escamotear los peores crímenes contra las mujeres, que no son sólo costumbres bárbaras, sino leyes.
Aunque en la práctica las cosas pueden ser más delicadas, en los países democráticos una mujer maltratada por su marido se puede divorciar, es perfectamente legal; en los países musulmanes no. Lo que es legal es el derecho del marido, del padre o del hermano a maltratar a "sus" mujeres.
Desde luego, éste es un tema que bien merece un más amplio comentario, como otro también ligado a la condición femenina pero diferente: la moda reciente por las mujeres políticas. De acuerdo, las mujeres han sufrido una discriminación en cuanto a la obtención de cargos de responsabilidad en todos los sectores, discriminación que va menguando, aunque demasiado lentamente. Pero caer en el exceso contrario y afirmar, como se hace, que si las mujeres dirigen la política todo irá bien, es una triste chorrada.