Claro que el dominio casi absoluto de los medios por la progresía y la bobería intentará transformar esa negativa, mínimamente sensata y democrática, en el eslogan "El PP no quiere la paz". Ya se les ve su gigantesco plumero, ya se les ve utilizar las más estúpidas argucias notariales, como cuando insisten, latosamente, en que Aznar también tuvo "contactos con ETA".
Sí, ¿y qué? En muchas guerras, para no decir en todas, existen contactos y negociaciones secretas entre beligerantes, pero ¿Aznar y su Gobierno cesaron un instante, apaciguaron un ápice su lucha contra el terrorismo etarra? Obviamente, no, y eso es lo esencial.
La lucha antiterrorista del Gobierno Aznar fue ejemplar, ya que, respetando a rajatabla las exigencias democráticas del Estado de Derecho, asestó duros golpes a la banda. No sólo no nada tiene que ver con lo que está pasando, sino que es exactamente lo contrario, porque lo que está ocurriendo es una rendición, peor aún, una traición a la unidad de España y a sus más profundos intereses.
Yo pienso que la mayoría de los españoles estaríamos de acuerdo en que se establecieran nuevos contactos y negociaciones (es un decir, puesto que todo está atado y bien atado por ETA y sus cómplices), a condición de que se dejaran sentadas tres cuestiones, por lo menos, que no son negociables: primera, ETA tiene que entregar sus armas, todas sus armas, antes de sentarse a la "mesa de negociaciones"; segunda: ETA debe cesar definitivamente su racket mafioso del "impuesto revolucionario"; y tercera: ETA y el nacionalismo vasco en su conjunto deben abandonar oficialmente sus pretensiones imperialistas de conquistar Navarra y el departamento francés de los Pirineos Atlánticos.
Si, en cuanto a este último territorio, estamos convencidos de que Francia, cualquiera que sea su Gobierno, no cederá jamás un metro cuadrado, no aceptará nunca que cualquier Otegui se convierta en gauleiter de una provincia francesa, el caso de Navarra es mucho más ambiguo y peligroso. No porque los navarros sueñen con convertirse en vascos, presos de pronto de un delirio masoquista, sino porque este Gobierno provisional puede encontrar, e imponer, formas de "asociación", y otras, que entreguen de hecho la Comunidad Foral a las ambiciones territoriales del nacionalsocialismo vasco contra la voluntad de los navarros, claramente expresada en todas las elecciones.
Pero no nos hagamos la menor ilusión: el anzuelo es eficazmente peligroso, y con la "promesa de paz" muchos están dispuestos a tragárselo. La situación es, pues, difícil, a la vez que grave, y exige una presencia masiva en las barricadas y una movilización infinitamente mayor a la actual.
Nuestras barricadas no son las de la canción cenestista, ni las "barricadas misteriosas" del poeta galo Olivier Larronde; son, todos lo habrán entendido, esencial, pero no únicamente, las urnas. No únicamente, porque la movilización debe ser general, y las batallas se librarán en los medios, en la calle y, evidentemente, in fine, en las urnas.
Escribo estas líneas poco antes de la manifestación convocada por la AVT, que espero masiva, como las otras, pese al lastre del dichoso Mundial, que normalmente moviliza más que cualquier tema político, incluso cuando éstos son infinitamente más importantes, hasta para la vida cotidiana de los ciudadanos.
Yo comparto la opinión de una encantadora señorita que, interrogada con motivo del anterior Mundial, declaró que no se interesaba en absoluto por esos "millonarios en calzoncillos que dan patadas a n balón", pero soy consciente de que, desgraciadamente, son millones los que se apasionan, hasta mis hijos. Más motivos aún para desear que, pese a la barbarie futbolística, pese al Gobierno y a lo que sea, dicha manifestación sea multitudinaria.
Entramos en un periodo de elecciones, que constituyen, como es bien sabido, el corazón y los pulmones de la democracia, empezando por el referéndum sobre el estatuto catalán. Las cosas se presentan mal. No pueden pedirse peras al olmo, ni a los catalanes que voten no a un estatuto que, aparentemente, les concede más privilegios que al resto de los españoles, y más de todo, y además el derecho a la soberbia de los cerdos, que pese a que todos sean iguales, ellos lo son más, como en la Rebelión en la granja de Orwell.
Eso no impide que sea (o fuera) necesario hacer una campaña intensísima, mucho más que ahora, para "sentar cátedra" para mañana, cuando el bulo se desinfle y se vea claramente que también para los catalanes dicho "estatuto" es nefasto. Pero la ilusión puede perdurar algunos años, y al fanatismo puede satisfacerse con el odio xenófobo contra el español y los españoles, o sea contra una parte esencial de ellos mismos.
Espero sinceramente equivocarme, pero me temo que el PP de Cataluña, liderado por Piqué, no esté a la altura de las circunstancias; ha dado demasiadas muestras de seguidismo, de vacilación, de apego al compromiso con todos, para ser capaz de presentarse como alternativa para Cataluña. ¿A Cataluña le importa ser España, sí o no? Por eso me parecen positivas iniciativas como las de Ciudadanos de Cataluña, incluso si es cierto que la mayoría (bueno, bastantes) de sus abanderados son señoritos-pirulís, que pueden en cualquier momento abandonar la lucha; por cualquier motivo, el Mundial o unas vacaciones en Venecia.
Pero si ellos, u otros que surgen y surgirán, no están en el PP, ¿quién tiene la culpa? ¿Ellos o el PP? Para mí está claro que el PP, y además no soy partidario del partido único. Viendo las cosas serenamente, estos ciudadans constituyen sencillamente un dato de que existen catalanes que no son nacionalistas sin nación.
Dejemos lo de la nación andalusí en la sección chistes, o más precisamente en la de las bromas pesadas, porque detrás del siniestro vodevil de que todo es "nación", salvo la única, apenas se disimulan los chantajes para obtener iguales mordidas que las de las "nacionalidades históricas".
Para no alargar la lista de los desastres, el de las autonomías convertidas en "naciones", siendo, pienso, el peor, pero no el único (la política exterior, la enseñanza, la cultura cortesana, etcétera, también forman parte de los desastres), vuelvo al tema esencial de esta crónica: ¿cómo luchar, oponerse y obtener el cambio? No seré tan imbécil como para pretender dar consejos y consignas, pero soy testigo de que la procesión va por dentro, de que los españoles se enfurecen cada día más, sin que esté claro, por ahora, si ese cabreo va a manifestarse en la abstención o en el voto en contra, habida cuenta de que el PP no siempre cumple con su deber.