Con el fin de inaugurar solemnemente la larga campaña electoral que se avecina en el horizonte cercano, los socialistas españoles —o, mejor, del Estado español— han celebrado con entusiasmo un acto público para insuflarse ánimos, que falta les hace; darse palmadas en los hombros, pues hay que desempolvarse; y, ya que estaban allí reunidos, transmitir a la Nación —y a las Nacionalidades y Regiones todas— su mensaje de Progreso con vistas al nuevo curso político. El lugar elegido es significativo y pedagógico: Vista Alegre. De este modo sencillo y llano, propio de quienes, por encima de todo, quieren llegar a la gente, comunicaban su última ocurrencia política: los socialistas, cuando lleguen al poder, gobernarán con alegría.
No se trata de un repentino subidón de dicha dicharachera ni de una euforia sobrevenida. En realidad, la faena que se materializaba en el coso taurino madrileño aspiraba a la reencarnación del denominado “Espíritu de Vista Alegre”. Según algunos, para convocar la reedición de la fortuna que hace un año permitió al PSOE ganar las elecciones del 25-M; en especial, en la Comunidad de Madrid. Según otros, menos optimistas y supersticiosos, al objeto de escenificar un ejercicio de exorcismo y catarsis colectiva con los que expulsar definitivamente los demonios del partido —Tamayo, Sáez, Alberdi...— y convencer a propios y extraños de que allí son todos los que están y están todos los que son (20.000, según los organizadores: con esto no se ganan las elecciones). Y que, esta vez sí, la alegría va en serio, digamos: o sea, que el gozo socialista no se irá al pozo.
En el festejo pudieron verse estiradas sonrisas y emoción a raudales, se cantó y bailó. Es más, incluso se dio a conocer el programa político de la nueva temporada, que no es otro que apoderarse del Palacio de la Moncloa en marzo de 2004 para impulsar desde allí una “democracia limpia”. He aquí la reedición del Espíritu de San (José) Luis (Rodríguez Zapatero) en su tercera fase, aunque sin modificar el libreto: la práctica política reducida a lenguaje cursi, afectado y huero. La cosa empezó con la proclamación de la nueva etapa del PSOE concebida en matrimonio morganático (también conocido como “matrimonio de la mano izquierda”) tras el felipismo. Después de ascender a las cumbres de la socialdemocracia internacional, sacrificando para ello el marxismo, y descender después a las cloacas del Estado, el socialismo de aquí vuelve a emerger renacido y rejuvenecido, dispuesto a desarrollar una “oposición tranquila” y una “política bonita”, de fomento de la participación ciudadana (sin fines cívicos definidos, excepto el de reventar el PP a cualquier precio) y de contacto con la gente. Así, tranquilamente, los políticos bonitos se suben al tren de la manifestación para escuchar al pueblo a ver lo que dice, y se especializan en el motín y la sublevación callejera, la amenaza y el insulto. El espíritu de “la tortilla española” ha quedado lejos. Ahora, la nueva/vieja izquierda se alía con el marxismo-leninismo y los antiglobalización. "¿Cómo sabemos que son de los nuestros?” Respuesta: “Muy sencillo, porque ellos se reúnen en Porto Alegre y nosotros en Vista Alegre". Y así, todos contentos.
Esta es, en esencia, la inspiración política que han traído los nuevos aires, los humos y el talante posmoderno de la actual dirección de Ferraz. Ya no encontramos en ella a la generación de curtidos obreros del metal y abogados laboralistas, la política antigua. Ahora han llegado los neorepublicanos: la quinta de catedráticos universitarios y jueces para la “democracia limpia”, todos con poca experiencia en la actividad parlamentaria y la gestión, pero muy leídos, agraviados y con mucha ambición; procedencia, todo sea dicho, muy diferente de la que acredita a la nomenclatura de Izquierda Unida y los sindicatos de clase, que al quedarse en cuadro, tienen que nutrirse básicamente de profesores de Primaria y Secundaria, amén de funcionarios de escala media: siempre ha habido clases, incluso/sobre todo en la izquierda.
Pero, ¿qué significa eso de la política alegre? La señorita Chacón, nueva portavoz del PSOE, ha afirmado, con mirada lozana y boca chica, que los socialistas trabajan duro para preparar “un cambio responsable, riguroso y con alegría”. De momento, cabe decir que en asuntos de política, el proponer semejante fusión de categorías supone un embrollo revelador de una mente frívola y muy ligera. Pero la consigna contiene además un calado más grave. Sucede que la remisión de la política a los contenidos de la felicidad tiene su historia, y no precisamente afortunada. Desde que Platón diseñó la ciudad ideal en la República, que no aspira a la felicidad individual, sino a “que la polis entera sea feliz, mediante el establecimiento de una armonía entre los ciudadanos”, la sociedad abierta ha tenido muchos enemigos que, de maneras diversas, han soñado con similar propósito colectivizador del sentimiento.
Hoy, este postulado se encubre tras proclamas populistas y demagógicas, inspirando los programas políticos de quienes saben poco de organizar y gestionar las sociedades, pero son verdaderos expertos en el arte de dirigir la vida de las personas. Y así, afinando la vista y el oído, es posible reconocerlo también en las invitaciones a añadir sucesivas generaciones de derechos humanos (sociales, éticos, ecológicos, comunitarios), solapando así su núcleo central (derechos fundamentales), hasta encontrar sitio para el impuesto de ser feliz. Todo ello en el marco del Estado de Bienestar o El Dorado.
El concepto de alegría actúa bien en el ámbito moral, pero comparece mal en el político. Pues no son el Estado ni la sociedad (ni el PSOE) las instancias adecuadas para intervenir en nuestros contentos. Su papel se limita a no dificultar la libre actuación de los individuos para buscarla y perseguirla por sus propios medios.