Se ha dado el caso de alucinadas sectas que organizaban, con entusiasmo, suicidios colectivos. Toda la izquierda europea y parte de la derecha, salvo, tal vez, Giscard d´Estaing & Co., repiten lo mismo: la Constitución no es buena, pero hay que votarla, porque si no nos convertimos en un aún más gigantesco Titanic, y nos hundimos. Yo, que, como el oso, cuanto más feo más hermoso, considero, en cambio, que es la propia Constitución la que se asemeja a un Titanic, y votarla a un naufragio.
El País, con su habitual técnica kominformiana, ha lanzado una campaña de agit-prop a favor de la Constitución: todos los días columnistas famosos y editorialistas anónimos intentan convencernos de que la Constitución es como Dolores de Calatayud, “amiga de hacer favores”. ¿No estarán perdiendo el tiempo? En España no hay debate verdadero sobre este tema: el PSOE y el PP compiten para hacer ver quién es el más “europeo”, más partidario del “sí” a la Constitución, y, según ciertos sondeos, un 80 por ciento de los votantes dirán sí. De Gaulle decía a los franceses que eran un pueblo de borregos; pues ¡mira que los españoles...! También es cierto que, desde que se fue Aznar, parece como si no hubiera PP en España. Ni, por cierto, PPE en el Parlamento Europeo.
Esto de los sondeos es como el Corán: cada cual lo interpreta como le conviene. Recientemente, en Francia, donde mayoría y oposición también están unidas en el voto positivo pero donde existe, pese a todo, un debate y los partidarios del “no” se expresan en voz alta, un sondeo daba un triunfal 65 por ciento de partidarios del “sí”. Había que desmenuzar los datos para enterarse de que el 67 por ciento de los consultados indicaban su intención de abstenerse. Si no me falla la aritmética, sólo un 33 por ciento de los “sondeados” piensan votar: el 65 por ciento de ese 33 votará “sí”, y el 30 por ciento “no”. O sea, que el “sí” sería a la vez minoritario y vencedor, ya que las abstenciones no cuentan. Precisamente por ello hay que votar “no”.
Se ha dado el caso de Polonia, que ingresó en la UE pese a una masiva abstención del 80 por ciento; o sea, que el 20 por ciento de los electores decidió en nombre de toda la nación. Pero bueno, las cosas son como son: es probable que el “sí” gane en España en febrero, como en Francia... no se sabe cuándo (se dice que en junio).
Los partidarios del “no” estamos en minoría. Una minoría, además, poco confortable, porque los altavoces sociatas y populares nos acusarán de habernos unido con los comunistas y demás ralea, que luchan contra una Europa “liberal” y a favor de la URSE (Unión de Repúblicas Socialistas Europeas). No pasa nada, camaradas: los que allá por los años 50, 60 y siguientes fuimos a la vez anticomunistas y antifranquistas éramos aún más minoritarios, y está visto que teníamos razón.
Pero no pasa nada, porque esta Constitución es inaplicable y no se va a votar “sí” en todos y cada uno de los 25 países de la UE. Los sondeos (sí, ya sé, no hay que confundir sondeos y elecciones) dan al “no” como gran vencedor en el Reino Unido, y es muy probable que ocurra lo mismo en otros países como Polonia, ya citado como ejemplo de “euroescepticismo”.
Pese a que el Parlamento europeo, que es un desastre, gracias a la abstención y no a vete a saber qué entusiasmo proeuropeo, vote "sí" a todo lo peor –a Turquía, a la Constitución, a la Europa social(ista)–, ¿qué pasará si, de los 25 países miembros de la UE, 20 votan "sí" y cinco "no", o 15 "sí" y 10 “no”? No habiendo unanimidad, la Constitución sería rechazada, o en todo caso pospuesta. Puede que algo se me haya escapado en ese confuso e indigesto mamotreto constitucional, pero no creo que esté previsto nada concreto en el caso de que algunos países voten “sí” y otros “no”.
De todas formas, vamos al caos constitucional, porque incluso si, por milagro o más bien pesadilla, todos votaran “sí”, cosa imposible (pero bueno, aceptemos un segundo ese imposible), la Constitución seguiría siendo inaplicable, repito.