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CURIOSIDADES DE LA CIENCIA

¡A clonar a otra parte!

El mismo día que el escocés Ian Wilmut y sus colegas del Instituto Roslin, en Edimburgo, presentaron en sociedad la oveja Dolly, un amigo biólogo, que se dedica a la reproducción asistida en un clínica madrileña, me telefoneó para alertarme de que lo que se había conseguido con la cordera quizás era imposible repetirlo en humanos.

El tiempo le ha dado la razón. Ahora, un equipo de investigadores capitaneado por Gerald Schatten, de la University Pittsburgh School Medicine afirman en la revista Science que la propia naturaleza antepone una serie de impedimentos que hace casi imposible la clonación de primates, grupo donde nos encontramos los humanos.

La noticia aparece en un momento en el que los gobiernos de todo el mundo debaten cómo prevenir y afrontar la clonación de personas con fines reproductivos. No cuesta imaginar cómo se les habrá quedado el cuerpo a los mentores de la clonación humana tras leer el informe de Schatten. Como era de esperar, Dolly se convirtió en un espectáculo mediático donde las mentes más ingeniosas pergeñaron un futuro plagado de fotocopias humanas, de “hitleres” y “merilines” por doquier. La comunidad científica también reaccionó con desconcierto y perplejidad: la joven oveja, cuya creación se explicaba con todo lujo de detalles en la revista Nature del 27 de febrero de 1997, era la prueba viviente de la resolución de uno de los mayores desafíos de la biología moderna: la clonación de mamíferos, o sea, la manipulación de una célula de un animal adulto para obtener una copia idéntica de él. Hasta aquel día, la clonación de un mamífero había sido contemplada desde el punto de vista técnico como algo imposible y constituía uno de los sueño más ansiados de la biotecnología.

En los años posteriores, diferentes equipos de científicos consiguieron clonar mamíferos, incluido ovejas, ratones y terneros con técnicas similares pero no idénticas a la que se utilizó para crear a Dolly. Mientras tanto, surgieron los aprovechados de la ciencia, los buscadores del protagonismo a cualquier precio: a principios de 1998, Richard Seed, un físico y experto en fertilidad de Chicago, anunció en la National Public Radio estadounidense su intención de abrir una clínica en su ciudad (y otras 10 ó 15 por todo el mundo) para ofrecer técnicas de clonación a parejas estériles y de homosexuales que desearan tener descendencia. La iglesia raeliana, que dice que la Tierra fue fabricada por alienígenas, hizo público su proyecto de abrir centros de esterilidad con el mismo propósito. El padre científico de Dolly salió al paso advirtiendo de que la clonación humana podría acarrear severas consecuencias para los bebés así concebidos. Además hizo notar las dificultades con que se toparon para crear la oveja: de 277 embriones sólo uno se desarrolló en feto. Pero las palabras de Wilmut cayeron en saco roto, como las evidencias científicas que apuntaban que muchos de los animales clonados habían nacido enfermos o con terribles deformidades. La doctora Brigitte Boisseliev, directora científica de la secta raeliana, primero manifestó la creación de unos laboratorios para la clonación humana, Clonaid, y este mismo año ha proclamado a los cuatro vientos la concepción y el nacimiento de los primeros bebés clónicos.

Pero hasta hoy no ha aportado ninguna prueba. Paralelamente, para avivar la polémica, el experto en reproducción asistida Panayiotis Zavos ha hecho pública la fotografía de lo que según él es el “primer embrión humano con fines reproductivos”. ¿Montaje publicitario? A buen seguro, sí. Durante años, numerosos investigadores han tratado sin éxito clonar monos mediante una técnica conocida como transferencia nuclear de células somáticas. En este proceso, el investigador extrae el núcleo de una célula somática, es decir, no reproductora, y lo inyecta en un ovocito (óvulo sin fecundar) al que previamente le ha extraído su núcleo. En todos lo casos, los especialistas se toparon con un mismo problema: algo impedía que las células de los embriones clonados se dividieran correctamente. Misteriosamente, los embriones crecen sin problemas durante las primeras fases del desarrollo, pero ninguno “cuajaba” cuando era implantado en el útero de una mona receptora. Al estudiar los embriones fallidos, los científicos descubrieron que muchas de sus células tenían un número de cromosomas incorrecto que era incompatible con la vida. Schatten ha dado con el culpable del desaguisado mitótico. Durante la división de las células embrionarias aparece totalmente desorganizada una estructura imprescindible para el reparto equitativo de los cromosomas entre las células hijas. Nos referimos al huso mitótico, un sistema de filamentos microscópicos que guía a los cromosomas hasta el lugar correcto durante la división celular. En las células clónicas, además, dos de las proteínas necesarias para tejer estos hilos no aparecen. Se trata de la NuMA y de la HSET. Resulta que las proteínas del huso parecen concentradas cerca de los cromosomas de las células del huevo sin fecundar, los mismos cromosomas que son retirados durante el primer paso de la transferencia nuclear. En otros mamíferos distintos a los primates, estas proteínas aparecen dispersas por todo el ovocito; así, al retirar el juego de cromosomas, siempre puede quedar la suficiente cantidad de proteínas como para organizar correctamente la división celular.

Ante la evidencia, sobran las palabras. Esperemos que los charlatanes clonadores callen ahora.


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