Este año, pero no como todos los años, asistirá a dos ceremonias, una tradicional, oficial, patriótica y pese a todo festiva, ya que cayendo un jueves, se organiza un bonito puente; otra política, impuesta por la actualidad. Chirac estará ante la tumba del Soldado Desconocido, y en el hospital militar de Clamart, para rendir homenaje al cadáver de Yaser Arafat. Cuando era presidente, Giscard d'Estaing quiso suprimir las ceremonias conmemorativas del 11 de Noviembre, explicando que los tiempos habían cambiado, que Francia y Alemania, no sólo se habían reconciliado, sino que formaban la pareja de bueyes –o de corceles, si se prefiere–, que estaban construyendo, juntos, Europa. En cambio, proponía mantener las ceremonias del 8 de Mayo, porque en ese caso no se trataba de una victoria contra Alemania, sino de una victoria contra el nazismo. Pese a que sus argumentos no eran descabellados, las organizaciones de excombatientes y ciertos sectores políticos, protestaron airadamente, y Giscard abandonó su proyecto. Es costumbre en Francia abandonar proyectos, buenos o malos, a la menor protesta.
Si no la justifica, la actitud de los quienes querían mantener a toda costa las ceremonias del 11 de Noviembre, puede entenderse, porque efectivamente durante la guerra del 14, los franceses combatieron en primera fila y tuvieron millones de muertos, y esa guerra permanece en la memoria de muchos como acontecimiento trágico, pero heroico, mientras que en la Segunda Guerra Mundial los franceses apenas combatieron el nazismo. Si se mira fríamente, durante la guerra mundial, Francia fue mucho más colaboracionista que resistente.
En la del 39 los franceses no combatieron como en la del 14, la ofensiva alemana de 1940 duró pocas semanas, y luego Petain y su Gobierno pro nazi, fueron masivamente apoyados por los ciudadanos. Claro que hubo actos de resistencia, el primero, la marcha del general De Gaulle a Londres donde declaró que la guerra no había terminado y llamó a la resistencia contra la ocupación nazi de su país. Los actos de resistencia dentro de Francia fueron ultraminoritarios hasta que las tropas aliadas desembarcaron en Italia. Entonces, hasta "vichistas" como Mitterrand, se convirtieron en resistentes. En este sentido, si Francia formó parte, desde el principio, del Consejo de Seguridad de la ONU, esto se debe únicamente a la habilidad del general De Gaulle, quien logró imponer la idea estrafalaria, pero seductora, de que Petain no representaba a Francia, que quien representaba a Francia era él, y él resistió desde el primer momento, por lo tanto Francia también.
En Francia, y en otros países europeos, cuyos antepasados vencieron en 1918, existe una tradición totalmente errónea, según la cual la Primera Guerra Mundial ya fue una guerra de la democracia contra el despotismo prusiano. Es grotesco. Claro que había diferencias notables entre Alemania, el Imperio Austrohúngaro, Francia y Gran Bretaña, pero también las había entre la monarquía imperial británica y la república imperial (colonial) francesa. Pero esas diferencias no pueden compararse con las existentes entre Alemania y sus aliados, la Italia fascista en primer lugar, y las endebles democracias occidentales. Endebles, pero victoriosas. La sociedad alemana de los primeros años del siglo XX, era una sociedad desarrollada para su época, con una intensa vida cultural, universitaria, artística, como industrial y económica. No caigamos en las redes de los prejuicios chovinistas galos o británicos, en este aspecto.
La guerra del 14, constituye una profunda ruptura histórica, comenzada de forma clásica, tradicional, por así decir, con motivos que a veces nos resultan enigmáticos hoy, se politiza con la revolución bolchevique de 1917, y, sobre todo, se convierte en la parturienta de los totalitarismos del siglo XX. Desde entonces la guerras posteriores han tenido un carácter ideológico que no tuvieron las guerras anteriores (si se descartan las Cruzadas y las guerras de religión). Guerra civil (con ribetes internacionales) para el triunfo del bolchevismo en Rusia, guerra contra el nazismo y el imperialismo japonés, guerras por el triunfo del comunismo y la destrucción del capitalismo en China, Vietnam, Camboya, etcétera, guerras ligadas al movimiento de descolonización, todas tienen un trasfondo ideológico, no se trata únicamente, como por el pasado, de conquistar territorios, riquezas, de aumentar su poderío, se trata también, o sobre todo, de transformar las sociedades vencidas, a imagen y semejanza de sus ideologías.
Claro que persisten guerras tribales como por ejemplo la gigantesca matanza de tutsis por los hutus, en Ruanda, pero esas guerras aparecen como totalmente enigmáticas para muchos. ¿Cómo es posible? ¿Qué sentido tienen? Pues no tiene el menor "sentido", aparte del viejo odio tribal, que parece no tener cabida en vuestros ordenadores. Y la guerra en la que estamos metidos, la guerra declarada por el islamismo radical y terrorista, contra las democracias occidentales, también es una guerra ideológica, también quieren transformar nuestras sociedades a su imagen y semejanza, y ese proyecto, que acaba de alcanzar hasta la apacible Holanda, debería dar escalofríos a los más incautos, ya que no parecen indignarse, ni estar decididos a luchar firmemente en defensa de nuestras democracias. Porque los modelos de estas sociedades musulmanes perfectas para los radicales coránicos existen: es el Irán de Jomeini, Afganistán bajo el yugo de los talibanes, o el Sudán asesino e impune, por ejemplo.
Volviendo sobre las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, y señalando de paso, que sin la intervención militar de EEUU, los aliados franco-británicos no hubieran ganado ni en 1918 ni en 1945, aunque esta segunda intervención tuviera consecuencias políticas mucho más claras y positivas, menester es recordar que fue una masacre tan inaudita, que muchos, en toda Europa, no sólo gritaron "¡Nunca más!" sino que consideraron que el "viejo mundo" había muerto. Ese mundo viejo y en ruinas era el mundo burgués y capitalista, of course. La grave crisis financiera de 1929, vino a confirmar los pronósticos más pesimistas (u optimistas, según se mire). Esto explica en parte que las soluciones totalitarias o al menos dictatoriales, en Rusia, primero, en Italia y Alemania, después, aparecieran a muchos como la solución, la juventud del mundo, y otras criminales sandeces que repiten tan torpemente nuestros anticapitalistas de hoy.
Sin negar en absoluto el papel fundamental de ciertos hombres políticos, ciertos intelectuales, ciertos movimientos políticos o sindicales, en defensa de la democracia, que parecía endeble frente al ímpetu y arrogancia de los totalitarismos –el comunista llegó a dominar medio mundo, y eso fue ayer–, yo pienso que el papel del capitalismo capaz de evolucionar y transformarse, que aprende de sus crisis y errores, para mejorar, han sido tan fundamental –y menos comentado– en la victoria contra el comunismo, que la resistencia democrática de los políticos. Ambas cosas, sin ser idénticas, no son contradictorias. Pero la historia no tiene fin, estamos ente nuevos retos y peligros, y uno de los, que nos irrita cotidianamente, es la ceguera cobarde de los que no quieren ver.